Cada cual con su vida necesita tomar la posición adecuada. Nuestra visión está en el corazón. Y así, mientras los sistemas informáticos y de inteligencia artificial se vuelven más complejos, los límites entre la intención humana y la acción automatizada se diluyen, lo que plantea que brote un nuevo soplo, o si quieren una nueva humanidad de profunda hondura, desde la destreza y sus propias percusiones internas. Naturalmente, el porvenir es nuestro. Al fin y al cabo todo se apoya, en este trajín de rutas y rastros, en la aproximación de la materia con el espíritu. Quizás tengamos que hacer valer el rostro del alma. De momento, hay que pararse a repensar, sobre qué es lo que queremos, si una humanidad fría hasta consigo mismo o una humanidad cercana con todo y hacia todos.
Justamente, dotándonos de una visual contemplativa, es como podremos leer los lenguajes actuales e interpretar la novedad de nuestra época; redescubriendo los movimientos de una mirada que no sólo debe evocar efectos productivos, también afectos que nos armonicen. De ahí, el poder de la educación para dotar a las personas, no únicamente de medios necesarios para navegar, comprender e influir en los avances tecnológicos, también se requiere ahondar en las situaciones, los acontecimientos y descubrir su sentido. Además, tampoco somos máquinas, tenemos sentimientos, precisamos acogernos más que al conocimiento, a la sabiduría que todo lo aglutina hacia el hogar, para revivirnos mutuamente y entender la razón de ser por la que soy, un hallarse vinculado a otros análogos.
En cualquier caso, por encima de todos los avances ha de estar siempre el ser humano. Por supuesto, estamos llamados a crecer yuxtapuestos, en humanidad y como humanidad. No dejemos a nadie en la cuneta de la exclusión, es un lazo más de nosotros mismos, al que hemos de donarle sobre todo un obrar reconstituyente. Fraternizarse es nuestra gran asignatura pendiente. Lo podremos conseguir, en la medida, que ejemplaricemos los conocimientos adquiridos. Toda una responsabilidad compartida. De ahí, la necesidad de garantizar una educación de calidad inclusiva y equitativa, promoviendo oportunidades de aprendizaje constante; sin obviar, el compartir experiencias, con la compasión necesaria y la pasión por lo auténtico.
Somos gente en camino; y, como tal, en acción permanente y con capacidad crítica. Hemos de persistir en guardia como originales poetas, esperando que la inspiración nos sorprenda y los sueños nos revolucionen el pulso más que lo digital. Sea como fuere, el futuro es nuestro, no está escrito y depende de nosotros. Corresponde a la persona hacerse valer y valorarse, alimentar su voluntad con la conciencia libre, desposeída de toda posesión y alentada por lo natural que nos circunda. El mejor progreso se sustenta en la alianza de latidos como programa existencial, en la conciliación de faenas compasivas, lo que nos ayudará también a orientar su procesamiento en el empleo de la codificación, hacia una comunicación plenamente mística, lo que contribuirá a ponderar los recorridos.
Hoy más que nunca, necesitamos ese aire sublime del verso, para no esclavizarnos ante la inmensa expansión tecnológica, sin moral alguna. Tenemos, por ello, la obligación de ensanchar horizontes y de guiarnos en confianza, sin ceder al estímulo de nuestras propias miserias mundanas, como el afán de lucro o a la sed de poder. Esto nos demanda otros cultivos. Los desafíos no son únicamente técnicos, sino también antropológicos. En consecuencia, nos alegra que la UNESCO el año pasado mantuviese la educación como prioridad global en un contexto de escalada de conflictos, cambio climático y desigualdades crecientes. Igualmente, la inteligencia artificial, debería ponerse al servicio de un mejor potencial humano; desde luego, jamás en pique, sino en son de concordia.