Los reyes y los peones

Cambio de planes. Los Reyes no visitarán Melilla y Ceuta en su gira nacional para no incomodar a Marruecos. Según publica Ignacio Cembrero en El Confidencial, ésta no es una decisión de Zarzuela sino del Gobierno de coalición de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, que nada tiene que ver con los deseos de los melillenses. Aquí llevamos años necesitando esta visita. Digamos que, como mínimo, la echamos en falta desde el verano de 2018, cuando Marruecos decidió cerrar la aduana de Beni Enzar y cortar de un día para otro el tráfico legal de mercancías, dejando atrapados varios camiones españoles en ‘tierra de nadie’.

En estos momentos en los que Rabat arrecia su ataque contra las economías de Melilla y Ceuta, una visita de los Reyes insuflaría ánimos para apretar los dientes y seguir adelante. No porque sus Majestades, con sólo pasearse por la ciudad vayan a obrar el milagro de abrir negocios en cada esquina, sino por lo que representa esa foto: una reivindicación de nuestra seguridad jurídica, de nuestra viabilidad económica y de nuestra identidad española.

¿Quién nos puede explicar por qué los jefes de los Ejecutivos de Melilla y Ceuta han podido estar presentes cada domingo del estado de alarma en la conferencia de presidentes con Pedro Sánchez y ahora los Reyes no pueden incluir a ambas ciudades en su gira nacional pospandemia? ¿Por qué se nos trata como lo que somos, autonomías, y para la visita de los Reyes se nos ignora?

Las respuestas las tiene única y exclusivamente el Gobierno central. Entiendo que la coalición PSOE-Podemos no quiera tensar más la cuerda apenas unos días después de excluir a Marruecos, aplicando con justicia el principio de reciprocidad, de los territorios con los que nuestro país abrirá fronteras. No es un acto heroico, pero como si lo fuera. Yo diría que es, sencillamente, de sentido común.

Si aceptamos 30.000 entradas de marroquíes, en un día, en Melilla y Rabat mantiene cerradas sus fronteras, no me queda claro si el Reino alauí permitiría el regreso de quienes entren, teniendo en cuenta que no va a abrir sus controles fronterizos con las ciudades autónomas. Lo último que nos faltaba es que nos dejen otra delegación amiga aquí atrapada. No hay cama para tanta gente y comida, ni te cuento.

A ese desencuentro sobre la apertura de fronteras tenemos que sumarle que Marruecos se relame ante la posibilidad de que Estados Unidos levante su base militar de Rota, instalada en Cádiz desde 1953 y con un impacto económico en la zona que ronda los 600 millones de euros en empleos directos e indirectos. Rabat ha ofrecido al Gobierno de Donald Trump su enclave naval de Alcazarseguir, en las inmediaciones del Estrecho, cuando está a punto de expirar el contrato vigente con España, según El Español.

La indisimulada asfixia económica a la que Marruecos somete a las dos ciudades autónomas con el cierre de fronteras so pretexto de la pandemia de la Covid-19; el corte del comercio atípico en Ceuta; las amenazas de corte en Melilla y la autoadjudicación alauí de aguas cercanas a Canarias han tensado la cuerda hasta límites insospechados.

El Rey Mohamed VI, aquejado de problemas de salud, no quiere pasar a la historia por su mano débil con España. De ahí el ‘sprint’ de los últimos dos años. Mientras Rabat aprieta, España dice que las relaciones son “absolutamente perfectas” para luego recular y admitir que no es para tanto, que todo se resume en un contacto estrecho entre los dos países.

Los ceutíes y melillenses nos sentimos como peones en una partida de ajedrez en la que no jugamos. Nos mueven desde Madrid y nos atacan desde Marruecos, pero no conseguimos colocarnos en una casilla en la que amenacemos ninguna pieza importante. No somos nadie.

El Gobierno de España, si quisiera, podría enviar a Rabat al rincón de pensar de un día para otro. Bastaría, por ejemplo, con cobrar impuestos significativos a los marroquíes que utilizan las carreteras y puertos españoles durante la Operación Paso del Estrecho; subir de forma contundente las tasas a los camiones marroquíes que entran en nuestro país y atraviesan nuestras autovías para llevar las frutas y verduras que están hundiendo nuestros invernaderos de tomates en Almería y Murcia y nuestra naranja en Valencia; incluso, como avanza Cembrero en El Confidencial, ir a por todas y anular la cesión del control del tráfico aéreo en el Sahara Occidental, cedido voluntariamente desde 1975. ¿Que Marruecos abre fronteras y nos llegan oleadas de pateras? Perfecto, con todo el dinero que recaudemos de todas esas tasas, blindamos el Mar de Alborán y, de paso, nos ahorramos el dineral que mandamos cada año al país vecino para luchar contra la inmigración y el terrorismo.

¿Quién tiene más que perder? Los pobres siempre tienen más que perder. Perderían los trabajadores marroquíes que mantienen en marcha nuestras plantaciones agrícolas. Ellos serían las víctimas y serían ellos y no nosotros quienes reclamarían a su país que deje de tocarle las narices a España. El conflicto dejaría de ser exclusivamente un tema Madrid-Rabat para convertirse en un problema nacional en Marruecos. La pelota quedaría en su tejado.

La decisión del Gobierno de España de no abrir las fronteras con Marruecos atendiendo al principio de reciprocidad podría ser el primer signo de hartazgo, de no ser, como me temo, una medida que evita la obviedad del ridículo. Lo demuestra la marcha atrás en la visita de los Reyes. Somos espectadores de nuestra caída.

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