Con asombro y decepción, veíamos a finales de 2016, cómo Donald Trump, un multimillonario exaltado e inexperto en política, se presentaba al grito de America First a las elecciones, en un país con una democracia sólida y avalada por una Constitución que preconiza los derechos humanos, y cómo el 20 de enero de 2017, se convertía en su presidente. Y con furia contenida, frustración e impotencia, vemos después de ocho años, cómo este populista, nacionalista y excéntrico, procesado y condenado por la justicia americana por varias causas— que no cree en la existencia del calentamiento global y negó la existencia del COVID—, se ha vuelto a presentar como “salvador del sueño americano”, ha ganado las elecciones recientes de 2024 y será proclamado presidente electo norteamericano el 20 de enero, convirtiéndose, así, en el nuevo presidente de los Estados Unidos de América
Cuando fue investido presidente de su país, aquel 20 de enero de 2017, muy pocos creían que este personaje fuera a cumplir las promesas hechas durante la campaña electoral; sin embargo, eran muchos los que pensaban que un venático era capaz de todo. Y, por desgracia, así sucedió, porque, además de ganar las elecciones de manera sospechosa, apareció ante el mundo abanderando la agresividad más radical de un dictador, dispuesto a gobernar el país de manera totalitaria durante cuatro años, como si fuera su cortijo.
Recordemos que ya en su discurso de la toma de posesión, en 2017, como presidente electo, mostró una desproporcionada e intolerante agresividad, sólo comparable a la de los grandes dictadores de la historia. Pero lo que verdaderamente llamó más la atención fue el modo en que lo hizo. Es importante resaltar el infantilismo gestual de las manos y la mirada, el uso de ciertas expresiones típicas de niño rencoroso y grosero, caprichoso y prepotente, facetas que reflejan cómo es esta persona en realidad. La mayoría de analistas políticos han comentado el alto nivel de agresividad que desprenden sus discursos políticos, el enorme desprecio que revelan sus palabras hacia ciertos grupos socioculturales y la animosidad que siente hacia sus contrincantes políticos Demócratas,
Viéndolo en televisión, me recuerda la imagen viva de Hitler, Mussolini o Franco dirigiéndose a la multitud en aquellos discursos plagados de frases violentas y amenazadoras, xenófobas y vesánicas, cargadas de animadversión y proclamándose los salvadores de la Humanidad.
Pero lo peor de todo esto es que ese desprecio y ese odio lo sigue manifestando en nuestros días, y pienso que lo seguirá manifestando, porque después de tantos años, Donald Trump no ha dejado su discurse intimidatorio y agresivo y continúa amparándose en un fantasioso victimismo, creyéndose el chivo expiatorio de una injusta confabulación por parte del Partido Demócrata, y la víctima de la Justicia americana, a la que hoy, como presidente electo, se enfrenta, acusado de numerosos delitos, y porque en todos estos años nunca dio señales de ser una persona muy normal, juiciosa y ecuánime. Por consiguiente, no esperamos que vaya a cambiar ahora tampoco en esta nueva legislatura. Este personaje tan déspota y fanático, infantil y voluble, presuntuoso e insolente, abanderado del odio y del desprecio, que se cree el salvador del pueblo americano, no es más que un vulgar multimillonario, ignorante y ambicioso, mendaz y manipulador, que menosprecia los valores democráticos y ensalza la violencia, va contra los derechos de quienes son diferentes por cuestión de raza, sexo y religión y desvaloriza a la mujer. Un ser ególatra, egoísta e insolidario, una persona inmadura, rencorosa y soberbia, que maneja los mismos atributos que identifican a todos los dictadores de la historia de la humanidad: la amenaza, el desprecio y la discriminación hacia quienes se enfrentan a sus locuras y hacia quienes se oponen a las artimañas que les sirven para consolidar su poder.
Si analizamos un poco la expresión de su rostro, los gestos con el brazo, con el dedo índice y el tono de voz empleado para expresar el mensaje que pretende comunicar, percibimos la personalidad de un ególatra agresivo y opresivo, que impone e intimida con el fin de mostrar que él es quien manda, y los demás son sus vasallos. Amenazar y despreciar, abusar y segregar, son cuatro formas de comportamiento humano, cuatro conductas reprobables, que definen el carácter y la personalidad de los dictadores, y de las que se valen para conseguir sus fines. Y esas son las señas de identidad y el modus operandi de este personaje de reacciones caprichosas e infantiles, que llevó las riendas de este país, hace cuatro años, y que ahora va a llevarlas de nuevo, pretendiendo resolver los problemas a la voz de ordeno y mando y a tiro de pistola. Un personaje controvertido, tan odiado como querido y tan grotesco— como equivocada fue la manera de gobernar un país—, que ha vuelto a ser elegido presidente por una gran mayoría de electores. Algo que no ha dejado de causar asombro entre la mayoría de demócratas americanos y ciudadanos no americanos, por el desprecio y el encono que mostró hace cuatro años por las Instituciones Democráticas y que hoy vuelve a mostrar.
El desprecio por la Democracia y el exacerbado racismo y xenofobia hacia los latinos y diferentes razas— recordemos que, al poco tiempo de tomar posesión de su cargo, firmó la orden de ampliación del muro en la frontera con Méjico, y que en su Gobierno no hubo ningún representante de habla hispana— son apreciaciones que nos pueden llevar a pensar, qué nuevas ideas encierra el interior de una cabeza tan cuadrada, que puedan causar más problemas en el país, teniendo en cuenta sus continuas extravagancias, sus desacertados decretos y sus sueños de grandeza. Porque está claro que Donald Trump es imprevisible en sus actos y puede sorprendernos con ideas tan antidemocráticas y peligrosas, como la mayoría de las que hace cuatro años llevó a cabo durante su primer mandato como presidente de la Nación. De todos es conocida la visceral animadversión que siente hacia la Prensa y la Televisión por haberse enfrentado en numerosas ocasiones a sus desacertadas propuestas políticas y grotescas reacciones, así como hacia toda una serie de altos cargos políticos, asesores, abogados, fiscales o consejeros de confianza, destituidos por él por llevarle la contraria o por no reír sus estupideces y locuras. Hechos que causaron estragos en el país y resultaron ser algunos de los escollos más significativos de la política interior y exterior que mantuvo durante su primer mandato presidencial, y con los que tuvo que bregar durante el periodo que duró, y durante el que ahora hemos de soportar de nuevo. Porque una cosa está clara: su forma de gobernar no va a cambiar, por lo que tendremos que volver a soportar de nuevo sus intimidaciones y sus agresivos modales, sus fanáticas ideas y sus caprichosos dislates. Esperemos que la Justicia americana le dé lo que merece, porque por muy presidente de un país que uno sea, un individuo así, no puede quedar impune por los delitos cometidos.
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