Con hastío los pequeños conflictos, aquellos que se postergan en el infinito de la Historia, de pronto sobrevienen en grandiosos inconvenientes globales, como sucedió con el contencioso entre el Imperio austrohúngaro y Serbia, agravado con la Primera Guerra Mundial o La Gran Guerra (28-VII-1914/11-XI-1918). Aunque en el fondo la mayoría son fruto de cuestiones estructurales discurridas durante años.
Si bien, para intuir lo que se cierne en Oriente Medio y hoy en el espectro universal tras la caída de Bashar al Asad (1965-59 años) en la República Árabe Siria, interesa observar el galimatías de los conflictos en curso. De este modo, es posible tantear el impacto convulsionado como insospechado del régimen del partido Baaz, que llevaba aferrado al poder más de sesenta años, encarnando esa pócima de nacionalismo socialista que se hilvanó en el espacio árabe durante el transcurso de la descolonización inducido por la antigua URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
Y es que esta región de cercos vagos de Asia y a veces de África, muestra diversas aristas de propensión regional. Muchas condensan menos de ochenta años de decanato y son el resultado del desplome del Imperio Otomano. Tras el epílogo descolonizador algunos de estos laberintos generados han heredado un alcance dilatado en el tiempo. Llámense el atolladero árabe-israelí; o la plasmación del terrorismo islamista; la nuclearización de la República Islámica de Irán; los amagos al tránsito transatlántico en el Golfo de Adén o las apropiaciones petrolíferas derivadas de estas complejidades. En otras palabras: escenarios que perturban la seguridad de urbes externas al conflicto regional o al comercio marítimo y valga la redundancia, a la seguridad.
Dicho esto, el viejo continente, la Unión Europea (UE) y la suma del sistema internacional, se hallan en una coyuntura incontrovertible. Incluso algunos investigadores versan este contexto a un cambio drástico del régimen internacional. Las guerras actuales con el alegato de las vicisitudes y desbarajustes en el desenvolvimiento de Estados Unidos, la Federación de Rusia y la República Popular China, posiblemente, el proceso de integración europea se formule el compromiso que aguarda asumir en la gobernanza, a tenor de que uno de estos campos de batalla es en una parte del suelo europeo.
A pocos días de concluir, el año 2024 se estrenaba con el lastre acumulado de guerras trabando Ucrania, Gaza y la República de Sudán, entre algunas, con los conatos de las tareas de la recuperación de la paz, aunque prácticamente fuesen una paz imperfecta. A ello hay que agregar que los esfuerzos diplomáticos para terminar con los enfrentamientos naufragan. Como del mismo modo, cada vez más líderes acechan entre sus aspiraciones el acento militar y todavía más presumen de alcanzar sus objetivos.
Desde poco más o menos, el año 2012, el dígito de conflagraciones ha ido in crescendo, después de un acortamiento en la década de los noventa e inicios del nuevo milenio. Primero emergieron los conflictos desatados por las revueltas árabes de 2011 en el Estado de Libia (15-II-2011/23-X-2011), Siria (15/III/201) y la República de Yemen (16/IX/2014). El desequilibrio en Libia se amplificó hacia el sur, lo que conllevó una crisis en toda regla en la región del Sahel.
A continuación trascendió un alud de hostilidades como la guerra azerbaiyano-armenia (27-IX-2020/10-XI-2020) sobre el enclave de Nagorno-Karabaj; semanas más tarde se emprendieron los terribles enfrentamientos en la región de Tigray en el norte de la República Democrática Federal de Etiopía (4-XI-2020/3-XI-2022); el conflicto avivado por el golpe de Estado del ejército de Birmania (1/II/2021) y la invasión de Rusia a Ucrania (24/II/2022). A estos ha de añadirse la catástrofe en Sudán (15/IV/2023) y la invasión israelí de Gaza que comenzó el 7/X/2023 y sigue en curso.
“Con aparente convicción, entraña admitir acuerdos incompletos entre las partes en desacuerdo como la mejor elección ante la distensión de la guerra y arrimar el hombro para hacer que los encajes y ajustes sean más proclives a subsistir”
Podría decirse que en contraste a otras décadas, más individuos perecen en combates, siendo desalojados de sus lugares de residencia o precisando ayuda para salvar sus vidas. En tanto, en otros conflictos la construcción de la paz es ilusoria o rotula exiguas evidencias de progresos. Tómense como ejemplos la Junta Militar de Birmania y los oficiales que se hicieron con el poder en el Sahel, resueltos a aniquilar a sus adversarios. En Sudán, probablemente la guerra más deplorable en términos de sujetos asesinados y apartados de sus tierras, los empeños diplomáticos dirigidos por Estados Unidos y el Reino de Arabia Saudita se alteraron. Mientras el presidente ruso, Vladímir Putin (1952-72 años), adjetivando el decadente apoyo occidental a Kiev, explora apremiar a Ucrania a entregarse y desmilitarizarse. Cumplimientos inadmisibles para los ciudadanos ucranianos.
En cada uno de estos espacios geográficos, la diplomacia se ha centrado en manejar las decisiones: establecer la senda humanitaria o el intercambio de prisioneros, u obtener pactos como el que consintió que el grano ucraniano finalmente aterrizara en los mercados globales por medio del Mar Negro. Estas voluntades, aunque son indispensables, no son un sucedáneo para las interlocuciones políticas.
Por el contrario, donde han cesado los ataques, la pausa se debe menos a entendimientos que a triunfos en sí. En el Emirato Islámico de Afganistán, los talibanes tomaron las riendas mientras las tropas norteamericanas se marchaban sin negociar con los contrincantes afganos. Otra señal de lo anteriormente expuesto: el primer ministro etíope, Abiy Ahmed Ali (1976-48 años), logró un acuerdo con los cabecillas rebeldes que puso fin a la lucha en Tigray, pero más bien era un amarre en la culminación de Abiy, que un compromiso sobre el devenir del territorio. O el caso de Azerbaiyán, reestableciendo el control de Nagorno-Karabaj y saldando una pugna de treinta años sobre la región e imponiendo un desplazamiento de armenios. Las guerras en Libia, Siria y Yemen igualmente se han sofocado, pero no existe un acuerdo continuo entre las partes, o incluso en Libia y Siria, sin un camino político que merezca ser calificado así.
Aunque en esta última, prevalece el enigma que ocurrirá tras la desaparición del régimen de al Asad. Toda vez, que los reductos belicosos confían en una situación favorable para hacerse con más influjo. Obviamente, que las partes rivales persigan imponerse a sus contendientes no es una primicia. Sin embargo, definitivamente en los noventa varios acuerdos catapultaron conflictos en lugares como el Reino de Camboya, Bosnia-Herzegovina, República de Liberia y la República de Mozambique.
Estos pactos emplazados a resolver una controversia de manera amistosa eran inconclusos y comportaban cesiones ingratas. Una etapa acentuada por el Genocidio de Ruanda (7-IV-1994/19-VII-1994) y la violencia candente en los Balcanes, a duras penas puede ser concebida como la era refulgente en la construcción de la paz. Aun así, la retahíla de tentativas parecía rotular una política más serena después de la Guerra Fría (12-III-1947/3-XII-1989) para otorgar más protagonismo al concurso diplomático.
Durante la última década este patrón de acuerdos han sido insignificantes y poco habituales. Fijémonos sucintamente en las negociaciones de paz entre el Estado colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP), también conocidos como procesos de paz en Colombia (24/XI/2016), para finiquitar su interminable guerra civil y el Acuerdo de Filipinas (27/III/2014), uno de los conflictos más longevos de Asia con los incitadores en la zona de Bangsamoro, donde el Gobierno de Filipinas y el Frente Moro de Liberación Islámica rubricaron el documento que fijaría la entrega de armas de los insurrectos, a cambio de autonomía en algunas partes del sur. Ambos son legado de otro tiempo y causas cambiantes.
Ahora bien, el vuelco demoledor en Israel-Palestina, es tal vez la estampa más amarga de esta predisposición. Los ahíncos por cosechar la paz se disiparon y los líderes mundiales alejaron su visual del conflicto. Tal es así, que diversos gobiernos árabes sellaron acuerdos arbitrados por Estados Unidos con el gobierno hebreo, pero casi todos relegaron el delicado entorno de los palestinos.
Israel prosiguió aferrándose a demarcaciones palestinas y los colonos a su vez, procediendo de manera despiadada, comúnmente en confabulación con las fuerzas armadas israelíes. De hecho, la ocupación se volvió todavía más desmedida. Evidentemente, las expectativas de los palestinos de conseguir la autonomía estatal se esfumaron.
Nada puede respaldar la violenta acometida de los integrantes palestinos el 7/X/2023, pero la disyuntiva israelí-palestino no empezó este día aciago para la historia de Israel. Hoy, la irrupción conducida por Hamás y el desquite hebreo en Gaza, unos ataques que han devastado parte de la región, descartan cualquier atisbo de paz para toda una generación.
Luego entonces, el rompecabezas de este puzle no está en el modus operandi de la mediación o los diplomáticos implicados. Más bien, se concentra en el procedimiento político integral. En un intervalo de perturbación, los condicionantes sobre el manejo de la fuerza, e incluso la superposición de territorios y la expulsión forzosa o exterminio sistemático de grupos étnicos, raciales o religiosos, la indisposición de las relaciones entre Occidente y Rusia, junto con la paulatina competencia entre China y Estados Unidos, tienen parte de culpa.
El escepticismo habido sobre Estados Unidos igualmente secunda esta fragosidad. La supremacía norteamericana va en caída libre y su verticalidad concerniente en razón a otras potencias no obligatoriamente pronostica este desconcierto.
En cierta manera, resultaría artificioso agigantar el efecto mariposa que Estados Unidos tuvo en alguna ocasión como dominación mundial, pasando por alto sus infortunios desestabilizadores en la República de Iraq o Libia, o descontar la envergadura a su fuerza militar. Los últimos tiempos sacan fundamentos del poder de Estados Unidos, tanto para bien, apoyando a Ucrania a defenderse, como para mal, revistiéndose de puntal casi contundente a la desolación que se vive en Gaza.
El inconveniente reside más si la política se despliega con un enfoque desunido de los intereses generales hasta erigirse en disfuncional con sus oscilaciones, produciendo enorme volatilidad a su representación. Unas elecciones contenidamente que tiende a suscitar desacuerdos que finalmente han hecho recalar nuevamente a Trump en la Casa Blanca, cuya predilección por los líderes autocráticos y el desprecio por los aliados tradicionales, alarman a más no poder a Europa y Asia y proyectan que 2025 sea irremediablemente un año inextricable.
A tenor de lo antes señalado, varios estados no occidentales se han vuelto firmes en sus convencimientos a la hora de defender sus intereses. Por citar algunos, la República de la India, la República Federativa de Brasil, las monarquías del Golfo, la República de Turquía o la República de Indonesia, que hoy por hoy, ostenten más influencia no es algo perjudicial en sí.
Por partes, la desaprobación de los estados de poder medio a alinearse regularmente en pos de las grandes potencias contrarias, se esgrime como pretexto de limitación sobre esas administraciones. Fundamentalmente, en Oriente Medio y otras zonas del continente africano, las potencias territoriales son más activas en guerras, refutando que otros actores han hecho lo mismo, alargando en el tiempo los combates.
En este momento, quienes se encuentran en conflicto esconden más posibilidades a las que acudir en busca del patrocinio político. Los supuestos pacificadores deben enfrentarse no ya solo contra los enemigos en el terreno, sino asimismo con valedores externos que contemplan las luchas locales desde la vertiente de la pugna.
En definitiva: las eventualidades van más lejos del costo humano de las contiendas.
Los mediadores en la región del Cáucaso piensan que la República de Azerbaiyán, al cantar victoria en Nagorno-Karabaj, ahora sondee la viabilidad de impugnar los límites fronterizos de la República de Armenia en una pretensión de adquirir derechos de su gobierno sobre un trayecto de tránsito atajando el sur del país.
Los líderes del Cuerno de África (Somalia, Yibuti, Eritrea y Etiopía) sospechan que Abiy, habiendo conquistado el premio en Trigray, la región más septentrional de las diez regiones étnicas de la República Democrática Federal de Etiopía, emplee la fuerza para rastrear una ruta alternada a través del Estado de Eritrea hasta el Mar Rojo.
La hipótesis de que cualquiera de estas realidades acontezca, aunque todavía sean mínimas en su resolución, son lo capazmente destacadas como para ocasionar innumerables entorpecimientos. La regla de juego de no agresión que durante largos períodos alimentó el orden global, está desbaratándose gracias al empeño de Rusia por anexar más territorio de Ucrania.
A escasas horas del comienzo del nuevo año, el riesgo de que los líderes vayan más allá de contener la disidencia o inmiscuirse en el extranjero por medio de terceros, llegando incluso a asaltar a sus vecinos, es más severo de lo que ha sido en años precedentes.
El telón de fondo de una guerra más extensa también ensombrece la ristra de 2025. Las principales potencias guardan alicientes para no enfrentarse entre sí, pero más conflictos están sobreviniendo y las intransigencias se acrecientan en las divisorias más comprometidas, englobando Taiwán, el Mar Rojo, el Mar del Sur de China y como no, Ucrania. Las posiciones aleatorias sobre una permisible movilización en Beijing, tanto Washington como Moscú hacen que se encienda la mecha casi incontable de una colisión que envuelve a Estados Unidos y Rusia o China.
Dadas estas dicotomías, parece poco factible que los mandatarios identifiquen cuán difíciles es el curso real de los acontecimientos, ratifiquen conjuntamente su credibilidad en la no alteración de fronteras por la fuerza y se consagren a fraguar alianzas en zonas asoladas por la guerra, donde los beligerantes sean guiados ante la justicia. Sin inmiscuir, que no hace mucho y como resultante del arbitraje iraquí, omaní y China que atenúa la enemistad que ha nutrido numerosas guerras árabes, recayó el acercamiento entre la República Islámica de Irán y Arabia Saudita.
Al igual que los gobernantes turco y griego sobresaltados por los derroteros que escala la invasión de Rusia a Ucrania, han intentado resarcir los tensos lazos debido al replique de larga data entre ambos estados sobre el Mar Egeo.
Una cumbre entre Estados Unidos y China que por aquel entonces mitigó algo la tirantez en el engarce bilateral más transcendental del planeta. Incluso en medio de la turbación, los líderes distinguieron los beneficios de apaciguar las aguas tumultuosas y reforzar las barreras de seguridad en los planos más enrevesados. Amén, que en los campos de batalla esto es más dificultoso.
“El telón de fondo de una guerra más extensa también ensombrece la ristra de 2025. Las principales potencias guardan alicientes para no enfrentarse entre sí, pero más conflictos están sobreviniendo y las intransigencias se acrecientan en las divisorias más comprometidas del planeta”
Aquí lo que realmente se aspira es determinar oportunidades para atajar los combates y atemperar la consternación conforme aflora, duplicando los esfuerzos para imposibilitar que los conflictos se generalicen. Eso, poco más o menos, con convicción, entraña admitir acuerdos incompletos entre las partes en desacuerdo como la mejor elección ante la distensión de la guerra y arrimar el hombro para hacer que los encajes y ajustes sean más proclives a subsistir.
Entre tanto, apenas tiene sentido descartar a quienes ya sea sobre el propio terreno o distantes, se encuentran en la espiral de la violencia. Imaginativamente, los líderes también estarían al tanto de los temas figuradamente crónicos antes de que sea demasiado tarde, como estampa la desdicha de Gaza.
En consecuencia, con la esperanza de unos mínimos comunes en cuanto a los visos de la paz, aunque lo que se estila es pasar por alto lo más execrable y minimizar los daños, el elenco de conflictos bélicos que bullen a más no poder, eso por sí mismo no sería lo suficiente.
A pesar de que a nivel mundial el guarismo indiscutible de defunciones en las guerras ha venido empequeñeciéndose desde 1946, los muchos conflictos bélicos y la violencia suben en decibelios y la mayoría de los combates se libran entre agentes no estatales, como milicias políticas o grupos terroristas internacionales.
Las presiones regionales sin solucionarse, más el declive escalonado del estado de derecho, o la inexistencia de instituciones estatales o su depredación, los beneficios económicos sumergidos y la carestía de recursos empeorada por el cambio climático, hacen que el sumario de deslices y contrasentidos acaben convirtiéndose en importantes daños colaterales. Simultáneamente, la cadena de conflictos son cada vez más quebradizos.
O lo que es lo mismo: por doquier, la cifra de grupos armados se multiplican.
Por lo demás, valga la redundancia, los conflictos son menos susceptibles a los métodos acostumbrados de resolución, con lo que son más prolongados y funestos. Esto se debe a la regionalización de las rivalidades que fusiona las incógnitas políticas y socioeconómicas a través de las líneas divisorias, agilizando la retroalimentación entre uno a otro. Tómese como ejemplo la guerra de Yemen (16/IX/2014).
De la misma manera, la delincuencia imprime más fallecimientos en sí, que los conflictos armados. Mientras que el crimen organizado y la violencia de las bandas alternan de un territorio a otro. Ni que decir tiene, que la fluctuación política mueve la delincuencia organizada, lo que se desenmascara en agresiones contra periodistas, migrantes y mujeres. Y cómo no, la fogosidad política ya no menoscaba únicamente a los países de ingresos bajos, porque la población global ha experimentado entornos políticos críticos. Si bien, el terrorismo sigue siendo el caballo de batalla, en los últimos años sus ramificaciones se han acortado.
A medida que las administraciones redoblan sus celos por lidiar el terrorismo, optimizar el acoplamiento y la conexión regional e internacional e instaurar planes para prevenir y acometer el extremismo violento con más garantías, los atentados son menos mortíferos. Pero los conflictos continúan siendo la raíz principal del terrorismo y prácticamente el conjunto de las víctimas se originan en lugares que intervienen en disputas con elevadas cotas de pavor político.
Sobraría mencionar en esta exposición que en estados con eminentes grados de desarrollo económico, la enajenación social referida subjetivamente como la separación entre aspiraciones personales y las máximas dispuestas por la estructura, unida a la ausencia de oportunidades económicas y la participación de ese país en un conflicto externo, redunda en el caldo de cultivo propulsor de cualquier acción terrorista.
Sin ir más lejos, en Europa Occidental las muertes catalogadas con el rastro inconfundible del terrorismo han decrecido drásticamente, pero la cantidad de acaecimientos han subido. No dejando en el tintero que en los últimos dos decenios se ha dado un aumento notable de atentados conformados por ejecutores de extrema derecha, donde los medios sociales ejercen una representación decisiva en el esparcimiento de alegatos xenófobos e instigación a la violencia.
En paralelo, los avances tecnológicos alteran el estilo en que se desenvuelven los conflictos. Y como no podía ser de otro modo, los progresos en inteligencia artificial y el aprendizaje automático, cumplen una tarea cardinal en esta transición al variar la tendencia de las amenazas, tanto por parte de actores estatales como no estatales.
Finalmente, estamos siendo testigos del desmantelamiento del armazón de control de armas y con ello la marcha atrás en los pactos de verificación de armamentos implantados, que durante decenios inclinaban la balanza a la moderación, la estabilidad y la transparencia.
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