El sábado no hubo manifestación para reclamar la reapertura de la frontera. Sobre las once de la noche había despliegue policial, aunque sin exagerar, en las inmediaciones de la Delegación del Gobierno de Melilla. Grupos de dos o tres personas se acercaban de vez en cuando hasta la zona preguntando por la protesta. No se habían enterado del llamamiento de la Comisión Islámica, de CpM y Adelante Melilla para respetar la Semana Santa y mostrar el enfado en otro momento, sin herir la sensibilidad religiosa de la comunidad cristiana.
Cundió la sensatez porque todos sabemos hasta qué punto la religión puede enfrentar a los pueblos. Fue un ejercicio de responsabilidad. Caldear los ánimos no soluciona el problema sino que lo encona aún más.
Somos muchos los que queremos que abra la frontera, pero también somos muchos los que no queremos que vuelva a ser como antes. Y para eso habrá que implementar cambios, como por ejemplo el Sistema de Entrada y Salida de la Unión Europea, con el que podemos controlar quién entra a Melilla y quién sale.
Con este sistema será más difícil que alguien entre con un niño a la ciudad, lo deje en La Purísima y regrese a Marruecos sin que nadie le pregunte por qué si entró con un menor de edad, sale sin él.
Tres de las mujeres amazighes que se acercaron el sábado a la Plaza de España comentaron a El Faro que estaban allí no porque lo hubiera pedido un empresario o porque lo desaconseje algún un político sino porque quieren que abra la frontera; porque tienen ganas de cruzar a ver a la familia aunque tengan que pasar cuatro horas en la cola de Beni Enzar.
Porque ellas creen que eso es lo que pasará si dejan el principal paso fronterizo solo para coches y el resto, Farhana y Barrio Chino, para transeúntes. "¿Tú sabes cuántos coches hay en cada casa de Melilla?", me preguntaron para que me hiciera una idea de la que se puede montar para salir a ver a la familia el primer día que abran la frontera.
Y eso es justo lo que habría que evitar. Que Beni Enzar vuelva a ser el tapón insufrible de antes de la pandemia.
Desde la Delegación del Gobierno ya han dicho que una de las fechas que se barajan para reabrir los pasos fronterizos es el final del Ramadán, a primeros de mayo. Parece que falta una eternidad, pero estamos hablando de dos semanas.
Hemos esperado dos años, sin la esperanza de que podía reabrir la frontera porque todas las noticias que nos llegaban apuntaban a que las posiciones de España y Marruecos estaban cada vez más alejadas.
Cuando el 16 de diciembre del año pasado el ministro Albares dijo que la crisis entre los dos países había quedado atrás creímos que nos estaba tomando el pelo. Dimos por hecho que teníamos delante a un político más, abonado a la postverdad.
Él, obviamente, sabía de las conversaciones que se traía entre manos, pero los que estábamos al margen de esas negociaciones no podíamos imaginar que cuatro meses después el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, iba a anunciar en Rabat que había acordado con Marruecos reabrir las fronteras de Melilla y Ceuta.
Ahora tenemos la certeza de que la frontera abrirá y las autoridades hablan de que eso será en un margen de quince días. Imagino lo que se siente cuando se sabe que tus seres queridos están del otro lado y que no puedes pasar porque las obras no están terminadas a tiempo y nos ha pillado el toro.
Es difícil de digerir, pero entiendo que los políticos deben hacer su trabajo y exigir explicaciones donde corresponde. Hay que dejar a nuestra gente al margen de esta guerra mediática porque esa crispación es peligrosa en una ciudad como Melilla, donde a día de hoy hay dos posturas perfectamente diferenciadas respecto a la apertura de la frontera: los que queremos que abra y los que no lo quieren.
Lanzar a la gente a la calle, utilizarla para dejar en evidencia que las cosas no se han hecho a su debido tiempo y que la gestión es francamente mejorable no es una solución sensata en una ciudad como la Melilla en que vivimos hoy; con una crisis económica como la que tenemos y con los efectos devastadores que la pandemia ha causado en las familias. Más que arriesgado es temerario.
No queremos la calle incendiada. No podemos repetir esas escenas que no ayudan a la convivencia y que tampoco van a conseguir que la frontera se abra como tiene que abrirse. Si hay que pedir explicaciones, estamos tardando: que se pidan y que se pidan ya, pero no juguemos con los sentimientos de la gente porque esto se puede convertir en una batalla campal.
Siempre se habló de una apertura gradual y lo importante es que eso se produzca cuanto antes y en condiciones de seguridad.