En aquellos trémulos y turbulentos tiempos, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue demoledora, si acaso, más destructiva que la Gran Guerra (1914-1918) por los avances técnicos aflorados en cada uno de los campos de la ciencia. Tal y como se había conocido hasta entonces, la sociedad había quedado prácticamente catapultada en la ruina más atroz.
Ni que decir tiene, que el desvanecimiento del gran mercado de consumidores y empresarios europeos debilitados por el conflicto bélico, hizo madurar a los supervisores económicos estadounidenses en algún sistema de ayuda, para al menos, “recuperar económica, social y espiritualmente a Europa”. Así, en el Septuagésimo Quinto Aniversario de su nacimiento, despuntaría el Programa de Reconstrucción Europea, más conocido como Plan Marshall, que se erigió en una herramienta crucial en política exterior de la posguerra de los Estados Unidos.
Adelantándome a lo que a seguidamente fundamentaré, una de las deducciones económicas del Plan estuvo en el cambio de los vínculos industriales. No obstante, para vislumbrar la trascendencia del Programa de Reconstrucción Europea, es imprescindible conocer el punto de partida de los representantes americanos que perseguían entre sus objetivos rescatar las economías europeas completamente asoladas, así como desterrar los obstáculos proteccionistas e inducir la vigencia plena del libre comercio, convertirlas en consumidoras de productos agrícolas e industriales norteamericanos e implantar una estructura económica que avivara la prosperidad y el progreso para apuntalar regímenes políticos liberales y democráticos.
Primeramente hay que partir que la administración americana tenía digerido cuál iba a ser su nuevo rol desde la finalización de la contienda. En aquel momento, el Presidente Harry S. Truman (1884-1972) lo dejó suficientemente claro en lo que a posteriori sería conocido como la Doctrina Truman.
En una alocución materializada ante el Congreso el 12/III/1947, declaró literalmente que “la política de los EE.UU. debía ser el apoyo de los pueblos libres que están resistiéndose a la subyugación por minorías armadas o por presiones externas”. Y ya en 1948, sus impresiones serían más rotundas: “En toda la historia del mundo, nosotros somos la primera gran nación que alimenta y apoya lo conquistado”.
A decir verdad, el programa de contención de la amenaza comunista debía tener en cuenta la certeza de que todo el mundo y, en especial, Europa Occidental, un componente determinante de la marcha histórica residía en la crisis económica. Por más que la sacudida comunista pugnara con su protagonismo, nada puede deducirse sin tener en cuenta este contexto.
Con estas connotaciones preliminares, el Viejo Continente habría de hacer frente a su reconstrucción, y el modo en que lo ejecutaría tiene que ver mucho con las raíces de la propuesta integracionista.
Dicho restablecimiento se materializa sobre la base del más metódico intervencionismo del Estado en la economía, bastante distante de las fórmulas que hoy se preconizan y tomando como ejemplo la nacionalización o estatalización, básicamente de los servicios, el transporte, la salud o la educación.
Y es que los Estados a pesar de las profundas bifurcaciones de la acción bélica, llevaron a cabo enormes inversiones en obras y empresas públicas. Fijémonos en el caso concreto de Inglaterra, que estatizó el carbón para reiteradamente ser privatizado; o Alemania, procediendo a una revisión monetaria para descartar la especulación y reemplazar el reichmark por el deustchmark, hasta obligar a reconvertir todas las tenencias.
En este sentido, el Estado alemán combinó una masa de recursos que le valió para las inversiones estatales y volver a foguear el impulso industrial. Asimismo, se cristalizaron importantes modificaciones agrarias que serían las enseñas de las corrientes de liberación, fundamentalmente, en Italia y Francia, englobando el embargo de latifundios y sobre este fondo maniobró el Plan Marshall.
A pesar de la propaganda intencional que suele armarse con relación a que la reconstrucción europea se plasmó con ese procedimiento, lo principal de esa recuperación se implementó avistando los factores internos y no externos. Estos últimos contribuyeron, pero no fueron definitivos.
Esto tiene mucho que ver con las singularidades de estas naciones, porque a pesar del nivel de devastación que padecieron con la guerra, de ninguna manera puede digerirse que pasaron a ser territorios del Tercer Mundo, porque aun así, continuaban concurriendo como actores industriales que contaban con los ingredientes endógenos que lo trasegaron a un entorno preponderante.
Todo lo que más tarde pasó a denominarse el Estado de Bienestar, siempre mirando al gasto público, poseía propósitos económicos que transitaban por la reparación del mercado interno y fines políticos, direccionados con desvalijar a esas masas de población hambrienta de la fuerza de gravedad comunista. Toda vez, que aunque los Estados Unidos había salido de la guerra como la principal potencia hegemónica, debía exhibir su superioridad e imponer sus perspectivas.
Tras los efectos desencadenantes del conflicto militar a gran escala, la aldea global experimentó un hervidero revolucionario e incendiario, involucrando no sólo al centro, sino también a su derredor: En Europa, la intransigencia antinazi, surcando por el pronunciamiento de París, o los partisanos italianos, las masas de obreros y campesinos con sus banderas rojas de la sublevación; o en Asia, con la Revolución China, la subida radicalizada de la clase obrera japonesa, etc.
“En el Septuagésimo Quinto Aniversario de su nacimiento, despuntaría el Programa de Reconstrucción Europea, más conocido como Plan Marshall, que se erigió en una herramienta crucial en políticaexterior de la posguerra de los Estados Unidos”
En la periferia el viejo sistema colonial se fractura, el Movimiento Quit India o Movimiento de Agosto reivindica el fin del dominio británico; Siria y Líbano logran su independencia, al igual que por orden cronológico acontece en Filipinas, India, Pakistán, Birmania, Ceilán (Sri Lanka), Palestina e Indonesia.
Aun con las secuelas y el rastro desconcertante que dejó la Segunda Guerra Mundial, más funesta que la Primera, al menos en las demarcaciones centrales, Estados Unidos impidió el desplome del orden burgués y rehabilitar la estabilidad en un breve espacio de tiempo, incluso menor que ocurriese años atrás.
Durante el desenlace de los antagonismos belicosos, la política estadounidense trató de eliminar los imperialismos rivales que objetaban su dominio, al igual que sorteaba el éxito de la revolución proletaria, al menos en Occidente. Lo cualitativo para alcanzar lo segundo se tradujo en la acrobacia de la actuación contrarrevolucionaria del aparato stalinista y del manejo a fondo por el imperialismo de sus servicios.
En estos principios pudo encajarse otro orden mundial, que desde la decadencia de Inglaterra en 1914 el sistema imperialista no conseguía instaurar. Los cimientos de este orden se consolidaron sobre la supremacía norteamericana asentada en su abrumadora ventaja económica, en cuanto a la producción y productividad y a la circunstancia que su infraestructura económica no sólo no había quedado dañada por la guerra, en contraste con el estado de destrucción en que permanecieron los imperialismos contendientes, sino que tuvo una mejora llamativa durante la misma.
Con este cariz, EE.UU. reconfiguró el sistema internacional de Estados. El Plan Marshall tomó la delantera y a cambio de la reconstrucción europea, con eje en una Alemania económicamente robusta y más tarde, con el auge japonés, los americanos instituyeron un armazón de alianzas con los países imperialistas que se dispuso al calor de la Guerra Fría (1947-1991), en la OTAN, sobre la cual yacía su dominio.
Estos mecanismos otorgaron el orden de dominio estadounidense y el denominado ‘boom de posguerra’. Inicialmente, el Congreso norteamericano se resistió al proyecto defendiendo su elevado coste para la economía, pero lo que inclinó la balanza residió en el golpe comunista de Checoslovaquia en 1948, junto con las exigencias de Rusia a Finlandia y el recelo a una posible victoria comunista en las elecciones italianas.
Únicamente los americanos salieron incólumes de la guerra desde la visión material, mientras que los estados europeos occidentales estaban faltos de alimentación y ayuda para rehacer su capacidad industrial, en una coyuntura en que estaban desprovistos por completo de la capacidad oportuna para obtener los dólares que les resultaban indispensables para ambas aspiraciones.
La interrupción de los acuerdos de Préstamo y Arriendo decretados únicamente para la etapa bélica, requería introducir otro método afín para que los EE.UU. jugase un papel en la recuperación de la economía y estabilidad europea. A la par, la modalidad monetaria que se puso en movimiento apoyada en los Acuerdos de Bretton Woods en 1944, concedió al dólar una hoja de ruta resolutiva. Los estadounidenses herederos del 80% de las reservas mundiales de oro, eran los únicos capacitados para convertir su moneda de manera que el dólar se constituyó en la punta de lanza del sistema monetario y comercial internacional.
El Fondo Monetario Internacional, FMI y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, BIRF, más tarde, Banco Mundial, integraban el horizonte: sufragado por sus integrantes en proporción a su capacidad económica, el FMI adjudicó préstamos reembolsables a las naciones que soportaban un déficit en su balanza de pagos, mientras que el BIRF capitalizaba las inversiones a medio y largo plazo.
No obstante, por más que los acuerdos se aprovecharan para hacer emerger un nuevo orden monetario internacional, lo cierto es que no podían solucionar por sí mismos las dificultades y aprietos económicos de Europa.
De ahí, ¡el menester exclusivo del Plan Marshall!
En junio de 1947 y en una alocución en Harvard, ciudad de Cambridge, estado de Massachusetts, el Secretario de Estado norteamericano presentó a los europeos una ayuda colectiva durante cuatro años que ellos mismos habrían de distribuirse. Por este sistema que se desplegaba originariamente a todos los países, incluso los del Este, se concebía que resultaría viable la superación de Europa de un escenario económico calamitoso y la prolongación de la buena situación económica norteamericana. El rechazo del bloque socialista, hizo que en julio de este mismo año sólo dieciséis naciones europeas se añadieran a ella.
El apremiante ascenso del comunismo consiguió lo que la tesis económica de Marshall no alcanzó. El 2/IV/1948 el Congreso dio luz verde a la ‘Ley de Recuperación Europea’, que en principio se trazó hasta por 17.000.000.000 de dólares. En contraste con las contribuciones precedentes que formaban parte de una diplomacia económica agresiva, el Plan Marshall asumió el diseño de donaciones con el 90%, más que de créditos en el 10%.
Entre 1948 y 1952, respectivamente, dieciséis países europeos recibieron cerca de 13.000.000.000 dólares de los EE.UU, asignados de modo desigual. Gran Bretaña adquirió la cantidad más elevada de dinero. Amén, que los enclaves que se creían intimidados por el comunismo y que vivían unas condiciones críticas como Francia e Italia, obtuvieron una proporción ligeramente superior.
A resultas de todo ello, el Plan Marshall consistía en una serie de créditos y subsidios concedidos a aquellas economías que se acogieran al mismo, conservando alta la demanda de la economía estadounidense y, simultáneamente, transfería su producción en las economías europeas. Y acogerse, valga la redundancia, entrañaba admitir los términos abarcando la apertura de la contabilidad al prestatario. O lo que es igual: ofrecer los números reales de la economía a los auditores que se les enviaba.
En otras palabras, créditos para comprar en EE.UU., salvo algunas concesiones en las cuales se hizo entrega en efectivo. Estos créditos estaban designados a que les compraran a ellos, lo que suponía que la plata tenía que reponerla y así mantenían alta la demanda de los bienes y servicios americanos.
Obviamente, ello reportaba a una reconversión de la industria para persistir en la demanda elevada al menos por veinte años más, y al cobrar los créditos, EE.UU. proseguía con el flujo de capitales a su favor. Pero, sobre todo, se rehacían economías que se aprovechaban de contención al esparcimiento del comunismo.
Con todo, el Plan Marshall, no subsanó las ingentes lagunas de la posguerra en Europa. Sí que socorrió y para varias de estas economías fue significativo, al conferirles suficientes créditos para reactivarse. Aunque hay que recordar que la inmensa mayoría de los estados no salieron a flote de la recesión hasta la última etapa de los años cincuenta.
La incrustación del Plan en los territorios europeos llevó aparejado una intensa propaganda internacional nunca antes visto en tiempos de paz. El guion de reconstrucción no se ciñó únicamente en intervenir sobre la parcela económica, sino que se aseguró de forjar las pautas culturales de Estados Unidos sobre Europa.
A partir de 1948 los estadounidenses remitieron cientos de documentales y programas de radio, miles de documentales cinematográficos y millones de folletos promocionales. Además, se estrenaron conciertos, auditorios de ensayos, apuestas artísticas, almanaques, estampillas postales, tiras de caricaturas y así un largo etcétera.
Y por si fuera poco, en los límites fronterizos de los territorios que se hallaban sumidos en la órbita de la URSS, se arrojaron millones de globos con señales pro-Estados Unidos. Todo este esfuerzo escondía una finalidad común: hacer caer la balanza en las mentes europeas para enfilar actitudes y mentalidades hacia el enfoque del universo americano. Después de todo, EE.UU. era algo así como un ‘modelo de éxito’.
La presentación del trazado de vida norteamericano, el ‘American way of life’ estaba encaminado principalmente a la clase obrera, que era el estrato social más propenso a dejarse llevar por las zarpas de los comunistas. Además, se les retrataba como los consumidores potenciales de los géneros estadounidenses.
La cruzada ideológica de más envergadura aconteció en Italia, un estado donde los comunistas estaban al acecho de alcanzar la cúspide política. En la difusión norteamericana se instaba en los privilegios de la producción en masa y se exhibían dramas de prosperidad alentadas en el consumismo de productos americanos. Así, en cada uno de los medios de comunicación se aventuraba a Estados Unidos como el paradigma de la civilización y abundancia: se establecía un panorama americanizado del futuro y quería convencerse a los europeos de adentrarse en ese patrón.
Producto del apasionado impulso del Plan, éste alcanzó poco más del 50% de acogimiento entre la urbe europea. Algo así como unos cuarenta millones de individuos. Sin inmiscuir, que también encontró contradicción en Francia, donde los círculos socialistas condenaban las causas del imperialismo ideológico y económico que lo seguían.
“El Plan Marshall consistía en una serie de créditos y subsidios concedidos a aquellas economías que se acogieran al mismo, conservando alta la demanda de la economía estadounidense y, simultáneamente, transfería su producción en las economías europeas”
Y qué decir de la obstinación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, antigua URSS, ante el Plan Marshall. Desde sus primicias lo consideró de rehúso total. De hecho, Iósif Stalin (1878-1953) lo percibió a modo de complot para revitalizar a Alemania como arma antisoviética. Así, proyectó una campaña de acoso y derribo para neutralizar la propaganda estadounidense. Conjuntamente, Francia que dudaba de los propósitos americanos, tramó su versión de una Unión Europea. Me refiero a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero que se plasmó como opción a los designios de integración europea de EE.UU., consiguiendo más dinamismo en la alianza franco-alemana y, posteriormente, se tornó en la Comunidad Económica Europea o Mercado Común Europeo, más adelante, Comunidad Europea, y partir de 1993 en la Unión Europea.
Queda claro, que después de 1945, la economía global se desenvolvió en torno a los EE.UU., aunque no fuera lo adecuadamente mañosa como para disciplinar a los europeos de sus previsiones económica-políticas en todas sus pormenorizaciones, era lo bastante poderosa como para verificar el posicionamiento internacional de la Europa Occidental, esencialmente para sofocar a la URSS.
Pero la organización surgida no limitó su labor exclusivamente a este terreno, sino que de manera yuxtapuesta, a partir de 1959, lo ensanchó a la liberalización comercial, asentando las bases para todo un conjunto de decisiones subsiguientes. De todos modos, ha de valorarse que la predisposición a la liberalización de los intercambios, se describió como una manifestación general e inconfundible en el transcurso de la posguerra.
En enero de 1948, unos ochenta estados que añadían las cuatro quintas partes del comercio mundial, habían implantado el General Agreemnts o Tariffs and Trade, GATT, consagrado a conquistar la disipación de todo tipo de impedimentos y rémoras comerciales. Los más críticos y detractores del Plan Marshall habían prejuzgado que desfondaría a los Estados Unidos, pero en cambio gozó de enorme prosperidad, en parte porque los fondos del Plan habían de gastarse en la adquisición de efectos y géneros estadounidenses.
Con lo cual, el vigor de la economía americana entre 1945 y finales de los sesenta, se debía en gran medida a la desmedida expansión de la producción durante y después de la Segunda Guerra Mundial. El conflicto bélico privó a los Estados Unidos de las complicaciones, exterminó implícitamente el paro y permitió a millones de norteamericanos ahorrar, incentivando un boom de la producción de bienes de consumo, primordialmente de automóviles.
En el plano geopolítico, el Plan Marshall auguró el fraccionamiento entre los estados capitalistas y comunistas dando origen al período de enfrentamiento político, económico, social, ideológico, militar e informativo conocido como la Guerra Fría.
Si bien, en los años cincuenta se reflejaba una competencia real entre las economías europeas del Este y Oeste, al principio el Congreso concertó que ni un centavo de la ayuda se explotaría para empeños militares.
Pese a todo, en menos de tres años, una parte de la prestación económica se entregaría de tal forma, que socorrería a las defensas occidentales. Paralelamente se desdoblaron dos sistemas de seguridad en competitividad: en 1949, la Organización del Tratado Atlántico Norte, abreviado OTAN, y en 1955, el Pacto de Varsovia.
La primera alianza militar intergubernamental encarnaba un deber político de los norteamericanos con los europeos, que abrazaba cesiones financieras masivas, diplomacia y planificación transatlántica inquebrantable y el ofrecimiento de concurrir en ayuda de las democracias occidentales si éstas eran agredidas. En cambio, el Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, más conocido como el Pacto de Varsovia y comandado por la URSS, se integró por las naciones de Europa Central.
La interposición estadounidense fue concluyente para la dicotomía territorial e ideológica de la Europa de la posguerra. Gracias al progreso que cosechó durante y después de la guerra, EE.UU. se convirtió en la economía más musculosa y en uno de los ejes del influjo mundial, sucediendo a Gran Bretaña en su tarea de ‘gendarme mundial’.
En definitiva, el Programa de Reconstrucción Europea que en sus preámbulos se topó con el dique de contención de los aislacionistas americanos, resultó ser el mejor cauce para que los norteamericanos ensancharan su economía y atasen los cabos sueltos de las políticas en curso.
O séase, el dinero invertido en el Plan Marshall resultó ser un inmejorable negocio cuyos rendimientos repercutieron en el beneficio económico. Y como tal, Estados Unidos arrimó el hombro con intereses estratégicos de por medio, favoreciendo a quiénes finalmente se acogieron a la horquilla económica y, como no, con el plusvalor de robustecer su emblema de ‘salvadores humanitarios’.
La incógnita para la estabilización de Europa y del capitalismo era el establecimiento de las metodologías más fructuosas que la concentración capitalista habían forjado y, con tal de expandir la economía en general, un régimen económico que prescindiera de cuantas acotaciones y perturbaciones habían empujado a los cataclismos referidos en estas líneas.
¡He aquí, la piedra angular del Plan Marshall!
Luego, el anhelo no era entonces derrotar a la crisis económica del momento o restablecer la industria europea, existía bastante conciencia que si la industria se recomponía sobre las bases tradicionales, surtirían nuevamente las refutaciones que habían arrastrado a dos guerras mundiales durante varias generaciones. Por lo tanto, de lo que se trataba era consolidar un marco político-económico adecuado para ganar la integración europea y allanar el movimiento libre de las mercancías y el capital.
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