Editorial

Normalidad democrática

El Pleno de la Asamblea de Melilla votó ayer de forma mayoritaria retirar la estatua de Francisco Franco situada en el puerto de la ciudad. Con los votos a favor de los partidos que conforman el tripartito que gobierna la ciudad, (CpM, PSOE y Cs), además del apoyo del diputado no adscrito, Jesús delgado Aboy. En contra de la medida se posicionó el diputado de Vox mientras que el Grupo Popular se abstuvo.

De este modo, se cumple con la Ley que obliga a retirar los vestigios que alaban la dictadura del caudillo y Melilla deja de ser la única ciudad de España que mantenía en sus calles una efigie del dictador.

Hay voces que defienden la presencia de la estatua como un homenaje a los legionarios, dirigidos por Franco, que vinieron al rescate de Melilla en 1921, un acto heroico y que merece la mayor de las consideraciones y respeto por parte de los melillenses, pero que no puede convertirse en una excusa para mantener un monumento en honor a quien tuvo a España bajo una dictadura durante 40 años. Lo razonable sería erigir un nuevo monumento en recuerdo de aquellos héroes, no mantener una estatua que fue proyectada para realzar la figura del dictador. Lo contrario es hacerse trampas al solitario.

Tampoco parece muy razonable negarse a la retirada por el simple hecho de que hay otras cosas más relevantes a las que puede dedicarse el Gobierno local. Por supuesto que la gestión de la pandemia, el desempleo y la crisis económica son temas mucho más importantes para los ciudadanos, pero también es cierto que gestionar la retirada del monumento no es incompatible con dedicar esfuerzos a otros asuntos. Se puede dedicar tiempo a diferentes actuaciones y, sinceramente, organizar la retirada de la estatua tampoco supone un enorme trabajo organizativo que vaya a repercutir negativamente en la atención que se preste desde el Ejecutivo local a otros menesteres más relevantes.

La retirada de la estatua de un dictador no debería estar nunca en cuestión, se trata de un mero gesto de normalidad democrática y en este tipo de asuntos no vale ponerse de lado. En estos casos no hay medias tintas y no se entiende el posicionamiento del PP local poniéndose de perfil. Tema aparte es la actitud de Vox que, en una pirueta imposible, critica al Gobierno central por las restricciones aplicadas debido a la alerta sanitaria, acusando a Pedro Sánchez de atentar contra los derechos de los ciudadanos y al mismo tiempo defiende la presencia de una estatua que honra a un dictador que coartó la libertad de los españoles durante cuatro décadas.

Ahora queda, tal y como avanzó ayer la vicepresidenta primera de la Asamblea, Dunia Almansouri, que se limpié también el callejero de la ciudad que aún está poblado de nombres relacionados con la dictadura, un hecho que llama poderosamente la atención, y no para bien, a la mayoría de las personas que nos visitan y no da una buena imagen de la ciudad.

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