MELILLA fue testigo ayer del sufrimiento de una treintena de subsaharianos que intentó entrar en la ciudad por Barrio Chino.
El salto a la valla, protagonizado por un centenar de inmigrantes, nos catapultó inmediatamente a los informativos de las televisiones nacionales. Volvimos a ser una de las noticia del día, en una jornada en que Bruselas amaneció sitiada por los militares ante la alerta de un atentado terrorista inminente. Fuimos entradilla de telediario pese a que no trascendió que un inmigrante está herido de gravedad, ingresado en la UCI del Hospital Comarcal, tras venirse abajo la valla fronteriza y sufrir un traumatismo craneoencefálico. Con periodistas y vecinos de Melilla como testigos, los subsaharianos que ayer intentaron entrar por Barrio Chino permanecieron casi diez horas encima de la valla. A esa fuerza de voluntad la denominó ayer la Delegación del Gobierno “empecinamiento”. Y puede que tuviera razón. Los inmigrantes estaban ‘empecinados’ en comer, ducharse o dormir bajo el techo del Centro de Estancia Temporal de la ciudad. Estaban ‘empecinados’ en seguir vivos. Puede que la presión de la opinión pública nacional e internacional, las ONGs, los informes y denuncias en la Unión Europea y hasta en el Tribunal de Estrasburgo no hayan conseguido que cesen las ‘devoluciones en caliente’. De hecho ayer fue devuelta al país vecino la treintena de inmigrantes que soportó el frío y el fuerte viento durante diez horas, encaramados a la valla. Cuando los subsaharianos desistieron, extenuados, la Guardia Civil les ofreció un botellín de agua y les entregó a los ‘mejanis’ a través de las puertas de la valla. Unos pasos más allá, en Marruecos, les esperaba un autobús que probablemente les haya llevado a Rabat o Casablanca, para dejarlos allí, abandonados a su suerte. Por cruel que parezca celebrarlo, hay que reconocer que eso ya es un avance. Atrás quedan las escenas tensas. Ayer vimos cómo los agentes intentaban dialogar en francés e inglés con los subsaharianos que permanecieron durante diez horas encima de la valla. No hubo forcejeos ni porras a la vista. Los GRS y guardias civiles cumplieron las órdenes, en calma, con la tranquilidad de quien se sabe amparado por la ley que regularizó ‘los rechazos en frontera’. Eso sí, los periodistas tuvieron que soportar los insultos que lanzaban a los inmigrantes vecinos desalmados, pidiéndoles de malas maneras que bajaran de la valla para que reabriera Barrio Chino y poder cruzar a Marruecos. Nosotros no somos con ellos. Esta ciudad no es así.
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