Carmelo David González es canario, de Las Palmas, y lleva sólo un año y medio en Melilla. Es el responsable del Fondo de Garantía Salarial de la ciudad (Fogasa) y ha aceptado compartir con El Faro los recuerdos del viaje de su vida, que realizó el mes pasado a Kenia, Tanzania y Zanzíbar.
–¿Qué le motivó a organizar un safari fotográfico por Kenia, Tanzania y Zanzíbar?
–Ha sido un sueño perseguido desde mi niñez. Siempre me encantaron los documentales y el mundo natural. Creo que la película ‘Memorias de África’ y su excelente banda sonora hicieron el resto. Siempre tienes que procurar cumplir alguno de tus sueños y mimar a ese niño que llevas dentro.
–¿Qué referencias tenía de estos lugares?
–Indirectas, a través de documentales y películas, tal como te he dicho. Y en los últimos años, por Internet. Aunque, si te soy sincero, no me gusta mirar mucho por Internet los sitios a los que suelo viajar… Pienso que el exceso de información puede matar la imaginación. Hay que guardar un poco de tu capacidad de asombro ante lo sorprendente e inesperado, por lo que no es bueno llenar tu próximo destino de viaje de muchos fotogramas previos.
–¿Es fácil organizar un viaje desde Melilla?
–Ningún viaje es fácil desde Melilla y te lo dice un canario que se supone acostumbrado a ello. La razón principal es la escasez de vuelos que nos conectan con la península y sus restricciones horarias. En todos los vuelos de carácter intercontinental tienes que hacer noche en Madrid, Barcelona, tal vez Málaga, tanto a la ida como en la mayoría de las vueltas. Este viaje lo organicé a través de Internet, mediante una agencia local en Kenia. Obviamente tienes que tener un conocimiento medio de inglés tanto para contratarlo online como para relacionarte allí. Éramos un grupo de 12 personas en el camión, un español, que era yo, y el resto de habla inglesa. De ellos, 10 australianos, un americano y un inglés. Lo hice así porque no me gustan los viajes excesivamente organizados desde España y de esta manera también te sale bastante más barato.
–¿Qué destacarías de cada uno de estos sitios?
–Bueno, Kenia y Tanzania son, en apariencia, similares. Paisajes parecidos y pueblos que tienen como idioma nacional el swahili. No obstante, hay que entender que en Kenia hay unas 40 tribus diferentes y en Tanzania como 120.
De Kenia destacaría sus gentes. Es increíble cómo, aún a día de hoy, ver un hombre blanco por esos sitios es todo un acontecimiento. Me quedaría con la caras de sorpresa y las sonrisas de los niños keniatas cuando veían a tantos mzungus (gente blanca) en un camión atravesando sus carreteras. De Tanzania, la indómita naturaleza de muchos de sus lugares, esas extensiones de sabana aún sin edificar… Vamos, igualito que nuestro país.
–¿Cuánto tiempo se necesita como mínimo para captar la esencia de cada uno?
–Eso es difícil de precisar, tratándose de espacios tan abiertos e inacabables. En el lago Nakuru y el cráter Ngorongoro creo que harían falta al menos dos días, mientras que en el Masai Mara y, sobre todo, en el Serengeti, harían falta muchos meses para impregnarte de lo esencial de esos lugares.
El lago Nakuru, en Kenia, es un delicioso lugar donde conviven los animales salvajes a la orilla de un lago. Destaca el avistamiento frecuente de rinocerontes, animales difíciles de ver y la indescriptible belleza de sus flamencos, con sus tonos rosáceos. Pernoctamos junto a una enorme cascada. Fue la primera noche en plena naturaleza. Algo difícil de olvidar.
El Masai Mara y el Serengeti son, en realidad, un mismo lugar, únicamente dividido por la frontera que separa Kenia de Tanzania.
–¿Qué es lo más impactante de cada uno?
En el Masai Mara tuve la experiencia del encuentro con los masais, gente que aún vive libre en sus chozas hechas de paja y excrementos de vaca. Sorprende mucho el contraste entre sus danzas tribales y el hecho de que, al llegar la noche, encierran su ganado y van corriendo hasta la tele más cercana, cerca de la entrada al parque, para ir a ver al Real Madrid o al Barcelona. Ciertamente apenas existen mundos aislados hoy en día.
Además, en esa reserva de vida salvaje pude experimentar mi primer viaje en globo por la inmensa sabana. Pensé en ‘Memorias de África’ y en que así tuvo que ser todo el continente hace no tantos años.
En el Serengeti disfruté de la noche más auténtica del viaje, aquel salvaje e insondable lugar rodeado de praderas y acacias, sin ningún atisbo de civilización hasta donde el horizonte abarcaba. Tuvimos la suerte de llegar antes de la puesta de sol. Me dio la oportunidad de sacar algunas fotos tan típicas de los atardeceres africanos, con los rayos de luz enredándose entre las ramas secas de los árboles.
Y dejo para el final el cráter Ngorongoro, un hermoso y perdido lugar que parece increíble que exista. Todo viaje soñado tiene siempre un componente de pequeña decepción, pues las expectativas tan altas suelen estar siempre por debajo del mundo real y ello se cumplió en parte en todos esos sitios excepto en este cráter: El Ngorongoro era tal cual lo soñé. Siempre quedará grabado en mi memoria aquel recóndito lugar, su lago circular, sus montañas protegiendo de la mano del hombre aquel imposible lugar. En fin, toda la vida salvaje que albergaba, una especie de inmensa Arca de Noé.
Por último Zanzíbar, la isla de las especias. Tiene una ciudad colonial muy bonita, Stone Town, con una negra historia sobre su pasado esclavista y unas bonitas plantaciones de especias (clavo, vainilla, pimienta), pero lo que a mí me interesaba eran sus playas de arenas extremadamente blancas y su tranquilidad.
Allí es todo, como dicen ellos, “pole, pole”, o sea, un remanso de paz y sin prisas, junto con una buena comida a base de frutos del mar para recuperarte de las incomodidades de este viaje un tanto “adolescente” por las tiendas de campaña y la comida en la naturaleza. Todas las pernoctaciones las hacíamos en plena naturaleza y sin protección, con lo cual entraba dentro de lo posible que algún león, elefante o cualquier otro animal te visitase mientras dormías.
–¿Algún susto?
En la noche del Serengeti noté un fuerte golpe en la caseta a las tres de la madrugada, seguido de algunos aullidos de hienas. A la mañana siguiente el cocinero nativo de la expedición me dijo que había visto varias hienas en los alrededores de mi caseta. Igual hice bien en no salir.
–Escuchándole no parece que estemos hablando de África.
No quiero dar un relato demasiado idealizado del viaje ni que se aleje en exceso de la realidad. “Esto es África”, como dicen sus habitantes. O sea, fueron muchas horas de carreteras incómodas, mucho estrés en ir de un lugar para otro, algo duro el dormir tantos días en caseta de campaña al raso… Tal vez todo ello excesivo si piensas en lo que pagas por este viaje, pero, claro, estás viendo algo único en el mundo. Todos estos parques y reservas no son especiales porque sí, lo son porque son los únicos rincones aún intocados por la mano del hombre. En un pasado no muy lejano toda África era así. Fuera de ellos no existe naturaleza salvaje, no existen ciudades con encanto, sólo carreteras incómodas serpenteadas por miles y miles de infraviviendas hechas de madera y techos metálicos sin nada más. Todas las ciudades son iguales. Todo esto te hace reflexionar sobre qué aportó realmente el hombre blanco a estos países cuando estaban bajo su dominio. Yo creo que sólo el idioma, el inglés.