El delegado del Gobierno, Abdelmalik El Barkani, aseguró ayer que los peores augurios no se han cumplido y, lejos de colapsarse con la llegada de refugiados sirios, la oficina de asilo está registrando una media de cinco a seis solicitudes de protección internacional diarias, frente a las 30-40 de hace siete meses.
Según explicó el delegado del Gobierno, ahora se están tramitando peticiones de asilo de argelinos y marroquíes, principalmente, y el efecto llamada del tratado Turquía-UE ni está ni se le espera.
Con los datos en la mano es evidente que el temido repunte no se está produciendo por el bien de todos. Sólo nos falta a los melillenses empezar a salir en las televisiones nacionales como protagonistas de la avalancha de dolor y muerte que está dejando a su paso el éxodo de los refugiados sirios.
Aún es pronto para lanzar las campanas al vuelo. El pasado día 12, la representante de la Acnur en España, Francesca Friz-Prguda, alertaba en la Comisión Mixta para la Unión Europea de que “no se puede descartar que con el cambio de rutas se produzca una llegada masiva (de refugiados) a España a través de Melilla y Ceuta”.
El CETI, incluso, se ha adelantado a los acontecimientos y ha empezado a hacer obras para prepararse para lo que pueda pasar.
De momento, los refugiados, ante la imposibilidad de alcanzar las costas griegas a través de Turquía, están intentando llegar a Italia desde Libia.
Y eso, como es natural, nos da un respiro, pero no hay que olvidar que de los 15.000 refugiados que entraron el año pasado por España (casi el doble que en 2014) la mayoría eran sirios y llegaron por Melilla.
Eso quiere decir que conocen nuestra ruta y también sus inconvenientes. Argelia les pide visa de turistas, la Policía marroquí les sangra en la frontera reclamando pellizcos y comisiones y, por si fuera poco, tienen que permanecer más de lo que desearían en el CETI de Melilla.
Esto es quizás lo que más les echa para atrás, porque la voz se ha corrido. La propia Acnur reconocía que muchos refugiados se marchan de España para reunirse con los familiares que tienen en otros países del norte de Europa, pero también para olvidar lo que han vivido en el CETI de nuestra ciudad.
A los que nacimos aquí nos cuesta entender por qué están tan desesperados por dejar atrás Melilla. La respuesta es simple: porque aún les queda un largo camino por delante para retomar sus vidas.
Y en ese largo viaje, la ciudad autónoma se antoja como una piedra en el zapato. Si por una parte los refugiados respiran tranquilos porque están en territorio europeo, por otra se dan de bruces con la realidad: la Europa con la que sueñan está muy lejos de aquí y la espera, para ellos, se hace interminable.
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