Tras más de noventa horas de agónico balance en las Elecciones Presidenciales Americanas, el Viejo Continente convaleciente y sereno, respira algo más desahogado. Es un hecho real: Joe Biden (1942-77 años) ha superado el umbral de los 270 electores y su triunfo conjetura un punto de inflexión en las relaciones con Estados Unidos.
Y es que, en el imaginario del tablero internacional se vislumbra un restablecimiento del diálogo y el temple en el entendimiento, aunque algunos líderes europeos sean remisos a esta realidad. Posiblemente, Angela Dorothea Merkel (1954-66 años) por Alemania y Enmanuel Jean-Michel Macron (1977-42 años) por Francia, se les haga más dificultoso, pero no tanto como lo sería con Donald Trump (1946-74 años).
En esta misma tesitura, una excepción es la cuestión de Reino Unido, cuyo primer ministro Alexander Boris de Pfeffel Johnson (1964-56 años), hará lo que esté en sus manos por tender puentes con Biden, volviéndose más internacionalista e inclinando la balanza por el medio ambiente. Otro caso es el Vladimir Vladímirovich Putin (1952-68 años), que a todas luces prefiere en la Casa Blanca a Trump, porque con Biden se intuye el retorno a las sanciones contra la economía rusa.
En cambio, una comparación atomizada acontece con el gigante asiático, China; si bien, la marcha de uno y la llegada de otro a la presidencia, es catalogado con optimismo mirando a un futuro más dialogante. A diferencia de Trump, los medios asiáticos entrevén al vencedor más sensato y moderado, sin descartarse como opinión general, que la rigidez entre ambas potencias se prolongará.
Análogamente, se presagian importantes tensiones en Turquía, que con una indiferencia asombrosa ha digerido la victoria del demócrata estadounidense. No obstante, un dirigente tan curtido como Recep Tayyip Erdogan (1954-66 años), es fácil que saque algún beneficio del contexto estratégico de su país, en similitud a otros contendientes como China o Rusia.
Y, cómo no, en América Latina sus administradores han dado la enhorabuena al presidente elegido, exceptuando como era de prever Jair Messias Bolsonaro (1955-65 años) y Andrés Manuel López Obrador (1953-67 años). De cualquier manera, la amplia mayoría de mandatarios latinoamericanos aplauden la recalada de Biden y pronostican una mejor sintonía que en la era de Trump; incluyéndose el deshielo en la aproximación con Cuba, que emprendió el exmandatario Barack Hussein Obama (1961-59 años).
Con estos antecedentes preliminares y como se ha expuesto en el texto que precede a este pasaje, muchas son las apreciaciones que se articulan y en lo que ciertamente se vaticina con este nuevo Gobierno en los lazos de cara al exterior, en los que está bloqueada la transición natural de poder del presidente saliente.
En su voluntad de regresar a las concepciones y políticas del pasado más reciente, Biden, encaja con numerosas de estas líneas maestras que forman parte de indudables inconvenientes históricos, y que por encima de todo, le han llevado a revestir un terreno pedregoso a todo un electorado como infalible corredor de fondo.
Por lo tanto, el paradigma en el devenir de los acontecimientos con el vaivén de la primera potencia mundial, puede influir para bien o para mal, en escenarios específicos como Europa y en actores que aglutinan un determinado peso específico como Reino Unido, Rusia, China, México, Brasil, Israel y las dos orillas del Golfo Pérsico o Golfo Arábigo, Arabia Saudí y Emiratos Árabes, que sucintamente desgranaré. Luego, a los ojos del mundo, lo que realmente sucede en América por lo que está en juego, no es un tema excluido y mucho menos distante.
Comenzando por Europa, la situación epidemiológica, social y económica apremiada por la pandemia, mantiene absortos a los dirigentes occidentales, con apenas poco margen para poner su agudeza al otro lado del Atlántico. No cabe duda, que en Bruselas y el resto de capitales, sobrevuela la tenebrosidad de lo heredado por Trump.
En ningún tiempo antes, la Unión Europea, abreviado UE, se ha encontrado con la eventualidad de unas votaciones americanas rebatidas e impugnadas.
En la zona euro se posicionan que Washington proseguirá eludiendo la seguridad de Europa; una aspiración abierta con el protagonismo de Obama y consumado con Trump. La segunda tendencia es el choque de placas entre Estados Unidos y China, una disyuntiva en la que coinciden republicanos y demócratas.
Ante estas dos inquebrantables predisposiciones y la inalcanzable vuelta a una conexión transatlántica, tan estrecha como la de las postrimerías del siglo XX, la UE, opta por inclinarse en la agenda de soberanía estratégica, en otra época relegada y actualmente activada como réplica al torbellino de Trump.
Obviamente, entreviéndose que se limen las fricciones habidas con Washington y acaso, dejase restaurar el consenso de argumentos perentorios como Irán o la lucha contra el cambio climático. Toda vez, que subyace el multilateralismo, para que este no reincida como lo hizo en el año 2016.
Muchas voces concuerdan que la ausencia de Trump proporcionará el replanteamiento en los andamiajes diplomáticos, con cuatro años sumidos en discrepancias y ofensivas arancelarias. Aun así, la UE, desconfía en la senda que se estrene el 20 de enero de 2021 con la proclamación de Biden.
Segundo, para Reino Unido la prolongación al frente del republicano en la Casa Blanca, era hasta ese momento una herramienta imprescindible en la desenvoltura post-Brexit de la Administración conservadora británica.
“Como se ha expuesto en el texto que precede a este pasaje, muchas son las apreciaciones que se articulan y en lo que ciertamente se vaticina con este nuevo Gobierno en los lazos de cara al exterior, en los que está bloqueada la transición natural de poder del presidente saliente”
No ya tanto, por respaldar imperturbablemente la ida del Reino Unido de la UE, que en cuantiosas coyunturas se ha transformado en un improcedente fisgoneo en la política interna de su aliado, sino por su trabado peso con un futuro acuerdo comercial que reemplazase, al menos de cara a la galería, los desiertos causados por la enemistad con la UE.
Biden, no es partidario del Brexit y lo que es más embarazoso, visiblemente, ha expuesto su enojo por la admisión de la ‘Ley del Mercado Interior’, promovida por Downing Street: una fractura unilateral de los compromisos logrados por Londres, al refrendar el pacto de retirada con la UE, que pone en peligro la estabilización de la paz en Irlanda.
Recuérdese, que el presidente electo de ascendencia irlandesa, ha señalado negro sobre blanco, su total disconformidad a cualquier hipotética colaboración comercial con el Reino Unido, si permanece vigente dicho texto legal. Los indicios precedentes apuntan que dará preferencia a Alemania y Francia, antes que labrar una histórica correspondencia con Reino Unido, que estará firme en lo que atañe a la defensa o inteligencia, pero que se presenta confusa en materia política. Con lo cual, Johnson, podría promover la multilateralidad a la que tanto él como Biden, son más propensos, en contraposición al unilateralismo que ha definido a Trump.
Tercero, las expectativas con Moscú no se han visto plasmadas y los mínimos encajes que pudiesen concurrir son más rígidos, que cuando el republicano alcanzó el cargo: Estados Unidos ha impuesto al Kremlin más sanciones y Trump ha renunciado a dos tratados nucleares cruciales y está dejando que perezca un tercero.
Opuestamente, Biden, ha dicho alto y claro que Rusia, formalmente, Federación Rusa, es “la amenaza global más seria” de los americanos. Pudiendo insistir en los acuerdos de control de armas de Moscú; o remover la conspiración rusa sobre la injerencia electoral de 2016 y valga la redundancia, el resquicio de otro paquete de sanciones.
Putin, hace hincapié en que Rusia meramente es un espectador en el proceso electoral. A pesar que las reseñas de la Agencia de Investigación del Departamento de Justicia americano, FBI, advierte de una nueva intrusión rusa para deteriorar al aspirante demócrata, el Kremlin contradice unas inculpaciones que tacha de ‘rusofobia’.
A este tenor, en la Administración rusa aguardaban que la química de Putin y Trump se clarificase en nexos más moderados y perceptibles. Pero, sabedores en la Casa Blanca que China es su principal oponente y no Rusia, las mínimas proximidades se hayan en su peor circunstancia desde la Guerra Fría (1947-1991).
Aunque Trump adula irónicamente la actitud de Putin y mire a otro lado en cuestiones escurridizas, como el envenenamiento del opositor Alekséi Anatólievich Navalni (1976-44 años), desde Moscú no se presiente una variación estructural, que al mismo tiempo supla las políticas de castigo contra compañías rusas, e individuos del entorno que han pretendido operar para obstruir suculentas alianzas energéticas.
Cuarto, la complejidad entre los dos colosos internacionales se encuentra en llamas, cada día se vertebra otro nuevo incidente que hace precipitar su decadencia. Sustancialmente, la política de Biden no va a diferenciarse a la impuesta por Trump, porque ambas fuerzas, republicanas y demócratas, han resuelto que, hoy por hoy, la República Popular China es el primer enemigo a dominar.
Con Biden es permisible que se amortigüe la retórica agresiva, más que el propio carácter en los cimientos de la inexistente conexión, para que sea menos quebradiza. A lo mejor, se diseminan algunas vías en objetivos como el cambio climático; una parcela durante el período de Obama de especial relevancia en la cooperación.
Pero, no por este matiz, imperiosamente, Biden es el escogido en Pekín. Uno de los escollos que entienden los asiáticos, es que el demócrata coseche el amparo de otros estados para una política desfavorable hacia China que Trump, con severas ataques a sus aliados, no ha obtenido.
Quinto, México, oficialmente, los Estados Unidos Mexicanos, es la nación que más desprecia a Trump, porque el republicano inició su campaña de 2015 denominando literalmente a los mexicanos “delincuentes y violadores”. Esta es la primicia de un divorcio que jamás se rehízo.
Trump, contempla como un socio al presidente mexicano, que en paralelo, sustanció su campaña de 2018 con un oratoria terca, reivindicando mesura ante las arremetidas discriminatorias del republicano. Sin embargo, los trechos avanzados ratifican que ambos convergen en el proteccionismo: la política energética que antepone el petróleo y el carbón sobre las energías renovables y su desprecio por la prensa crítica.
Esta región está esperanzada en que el Tratado de Estados Unidos, Canadá y México, abreviado, T-MEC, sea el estímulo de la economía en el territorio con una presidencia demócrata. Sin soslayarse, el aumento de la presión desplegada sobre el Gobierno, para optimizar las condiciones y derechos de los trabajadores sindicalizados. Y, ni que decir tiene, el muro que Trump propuso alzar en los límites fronterizos, habiéndose edificado 597 kilómetros de los 725 que proyectó.
Por lo demás, Biden, dio su palabra en el segundo debate presidencial de una mejora migratoria, que concedería papeles a unos once millones de sujetos. La prescripción se expondría en sus primeros cien días de Gobierno, entrañando un vuelco con respecto a la política migratoria reinante, que ha hecho más trabajoso el acceso legal y ajustado, a lo exiguo en razón de las autorizaciones de asilo con la pandemia.
En México, el ofrecimiento de Biden ha suscitado algo de suspicacia, porque con el mandato de Obama se deportaron 5,2 millones de personas, siendo el tercer presidente que más depuso a la estela de William Jefferson Bill Clinton y George Walker Bush.
Sexto, es manifiesto que la República Federativa de Brasil defienda al republicano, al ser el modelo en el que a diario Bolsonaro se ve reflejado: el político contemporáneo que más le infunde y con el que ha entramado una afinidad nacional-populista.
Queda claro, que los cabecillas de las dos economías más grandes del continente americano están hechos a imagen y semejanza. Se corresponden desde el antagonismo a sus contrincantes políticos, hasta el descrédito por el riesgo del coronavirus. Hay que remontarse a la etapa de la dictadura de 1964 y 1985, en que Brasil logró unos vínculos tan estrechos con la Administración estadounidense.
Es indiscutible que a Bolsonaro no le entusiasma Biden, porque por antonomasia es el competidor directo de Trump, demócrata y sospechoso de ser socialista. Amén, que al presidente brasileño le molestó que la única insinuación de su país en los debates presidenciales, precisamente llegase por parte de Biden y se puntease como uno de los contenidos lo que más le indigna: la Amazonia.
El presidente electo apremió a salvaguardar la mayor selva tropical, al objeto de atajar las mutaciones climáticas y se comprometió a buscar fondos para sufragarlo. Tampoco es menos, la trama del tenue engarce de Brasil con China, su primer socio comercial, destino de las remesas de soja y mineral de hierro que atenúan la convulsión del COVID-19 y la derivación de inversiones millonarias.
Séptimo, ningún líder ha recibido tanta ayuda de Trump como Benjamín Netanyahu (1949-71 años), quien con anterioridad admitió el presente de la declaración de Jerusalén como capital exclusiva del Estado judío, sin margen alguno para los palestinos y la subsiguiente partida desde Tel Aviv de la Embajada americana: un movimiento emblemático que únicamente lo ha seguido Guatemala.
Como es sabido, en 2015, Trump se retiró del pacto nuclear iraní tratado por Obama, que había sido tildado por Netanyahu, habiendo permanecido en vigor con el respaldo de Rusia, China, Francia, Reino Unido y Alemania.
Las concesiones del republicano se amoldaron a alguna de las tres campañas electorales de Israel en los dos últimos años, aportando la consolidación de victorias consecutivas del primer ministro conservador.
La alternativa de Trump para Oriente Próximo forjado en el plan de paz de la Casa Blanca, se ha usado mediocremente de evasiva para aprobar la alianza entre Israel y las monarquías del Golfo frente a Irán. Los derechos de los palestinos quedan postergados en favor de Israel y de las atracciones geoestratégicas y económicas de Estados Unidos.
En compensación, el Estado hebreo ha admitido más adversarios, como Emiratos Árabes Unidos, en la trayectoria por el rearme de la tecnología punta. Básicamente, Trump ha consolidado la evolución de repliegue en el Oriente Próximo, pero ha sostenido el influjo en Jordania y Egipto, ambicionando apartar a Líbano de la órbita de Irán.
Octavo y último, es evidente que los gobernantes de los estados ribereños del Golfo Pérsico, saudíes y emiratíes, han concretado un trato particular con Trump y con Biden prevén un cambio de tercio.
Lo contrario ocurre con los iraníes, que esperan ese giro. En tanto, los iraquíes aprisionados en el fuego cruzado entre Washington y Teherán, están fragmentados. Mientras, Afganistán, con la obsesión de Trump por prescindir de las tropas norteamericanas retirándolas, le ha reportado el sostén desconcertante de los talibanes a los que combaten desde 2001.
Las soberanías de la Península Arábiga vislumbran, que con Biden desafiarán un mayor reconocimiento en derechos humanos y en sus mediaciones militares en la demarcación; a la vez, que menor inclinación para su línea dura hacia Irán.
Inversamente, a Riad y Abu Dabi les inquieta la reevaluación de las relaciones que ha anticipado Biden, aunque no culminaría con un eje afianzado de décadas atrás, porque ha indicado su afán por reestablecer el pacto nuclear, e intimidado a Arabia Saudí por el crimen del periodista Yamal Ajmad Jashogyi (1958-2018). Sin inmiscuir, la finalización del apoyo de Estados Unidos a su interposición en Yemen.
Lo que se dirime en las dos orillas del Golfo es una dicotomía en toda regla de realismo y pesimismo: Arabia Saudí y Emiratos Árabes se pronuncian por Trump, e Irán se predispone por Biden.
Consecuentemente, tras las impredecibles y plausibles elecciones presidenciales de Estados Unidos, calificadas por un sinnúmero de analistas como confusas, el presentimiento de aquí a dos meses, pasa por no desechar que la transición de Trump de llegar a producirse, sea díscola y tumultuosa como los años que se apuran en su mandato.
Unos sufragios inéditos abstraídos por las particularidades epidemiales, que irremediablemente han rotulado el duelo a muerte entre el autoritarismo y la democracia. O lo que es igual, el tándem entre dos prototipos políticos: el socialismo con peculiaridades chinas y el liberalismo occidental con su escabrosa democracia.
Lo peor de todo, el SARS-CoV-2 erigido en el rival invisible e invulnerable para esta encrucijada: China, más astuta y previsible, doblegó al patógeno desatado con constancia y mostró su eficacia y capacidad de respuesta hasta acorralarlo.
En antítesis, sorprende el desorden y la incoherencia negada por quien ha preferido inmunizar la economía y no la salud, empequeñeciendo el trance de la epidemia y oponiéndose erráticamente a la praxis indispensable para enfrentarla. Alcanzando un hito infausto de decesos y el encadenamiento de contagios, que por doquier, se mantienen en auge.
Finalmente, dejando a expensas del lector la premura irrevocable de suscitar una reflexión honesta, serena y sensata sobre las suposiciones conspirativas en el código genético americano que continúan en otra narración, el cuestionamiento de los factores de mayor crisis social y política, cual es la violencia, la xenofobia y el racismo, han partido en añicos el tejido social del denominado ‘sueño americano’, que a día de hoy, es una utopía.