Opinión

Melillenses votando desde el extranjero: cuando el correo es el único medio para participar en las elecciones

Desde que tengo uso de razón política, el voto por correo siempre ha sido noticia en Melilla. Y, desafortunadamente, por razones ajenas al correcto derecho a ejercer la democracia que tenemos todos los españoles. Por este motivo, cada vez que se aproximan unos comicios y recibo en México mi voto por correo, siento una sensación de extrañeza, de lejanía ante tanta polémica. Esta modalidad de sufragio que desde hace días copa titulares en todo el país, es el único medio que tiene un servidor de aportar su granito de arena en las elecciones.

Hay que reconocer que somos muy pocos los que nos encontramos en esta situación, es decir, melillenses residentes en el extranjero que este 28 de mayo tendrán oportunidad de emitir su opinión en las urnas. En concreto, y siempre siguiendo los datos oficiales del Censo Electoral, somos 78 melillenses repartidos por el mundo con la oportunidad de ejercer este tipo de voto. Tan polémico para unos, tan necesario para otros, para los que vemos los comicios desde el otro lado del Atlántico.

Y es que, polémicas aparte, votar por correo desde el extranjero supone todo un ejercicio de voluntad y conciencia. En primer lugar, porque hay que tener en cuenta que, pese a todas las facilidades, este tipo de sufragio exige siempre un poco más de esfuerzo por parte del votante. De igual modo, cuando uno piensa en que esta ‘fuerza electoral’ se reduce, en el mejor de los casos, a 78 papeletas, es inevitable sentirse un poco insignificante. ¿Servirá mi voto para algo? ¿Se producirá algún cambio inesperado en la composición de la Asamblea cuando contabilicen mi sobre? Sea como fuere, el deber democrático se impone a los pensamientos negativos: Hay que votar.

El segundo obstáculo que se puede encontrar el votante que reside en el extranjero es la posible lejanía con la que encara las elecciones, no solo geográficamente, sino de actualidad política. Entiéndanme, no se trata de un desapego o un desprecio a la tierra que me vio nacer. Es sencillamente que, a nivel político, a cualquier ser humano le preocupa más lo que ocurre en su barrio o en su calle que su ciudad natal, que está a un océano de distancia. En mi caso, mi barrio está en México, para más señas en San Luis Potosí, desde hace ocho años, por lo que hoy en día sigo la actualidad política melillense con menor intensidad que cuando me dedicaba a ella escribiendo en ‘El Faro’. Por ello, para votar en condiciones, es decir, con un mínimo de información y conciencia ciudadana, me he visto en la obligación de darle un repaso profundo a la política local a través de medios digitales o de conversaciones con familiares y amigos.

El proceso para votar por correo desde el extranjero es sencillo, pero no exento de algunas sorpresas para el que reside lejos de casa. Un buen día, un servidor, al igual que otros 77 melillenses, recibe un sobre en su domicilio de México, el cual contiene las instrucciones para poder votar por correo. Todo esto con un poco de suerte, porque en las últimas elecciones mi documentación jamás llegó y me quedé con las ganas de votar. Lo confieso, enfrascado en mi rutina habitual, nunca pregunté ni reclamé.

La primera sorpresa es que las papeletas electorales, con las listas de candidatos, no vienen adjuntas en este primer correo. Sí llega a casa del votante el conocido sobre color sepia. En la carta se informa de que las papeletas de cada partido, con sus correspondiente candidatos, llegarán en un segundo correo en los próximos días. Para los votantes impacientes (o que no se fían mucho del correo, como es mi caso) también existe la posibilidad de descargar las listas desde internet. Ojo, que la propia web deja bien claro que estas papeletas solamente sirven para los inscritos en el Censo Electoral de residentes ausentes que viven en el extranjero (CERA).

Al repasar las lisas de partidos y candidatos hay muchos nombres conocidos, pero también ausencias destacables. En el episodio de sorpresas, tres formaciones políticas que un servidor no conocía. Disculpen la ignorancia, no tengo nada ni a favor ni en contra de estos tres partidos. Entiendan la extrañeza de un melillense que lleva ocho años lejos de su ciudad y que al ver ciertas formaciones políticas sencillamente se pregunta: ¿De dónde habrán salido?

Otra rareza es notar la ausencia de Mustafa Aberchán en las listas de CpM. En este caso, conozco su actual inhabilitación, al haber seguido la actualidad política desde la distancia. No hago juicios políticos de ningún tipo, no es mi intención, pero de nuevo pido comprensión para un ‘exiliado’ que ha visto participar a Aberchán en los comicios melillenses desde que era niño y que, ya adulto, acudió a centenares de ruedas de prensa del líder cepemista. Es un clásico de la política local y su ausencia, entiendo que obligada, me resulta extraña a nivel personal. Para que se hagan una idea, y ser equitativo, me ocurrirá lo mismo el día que vea la lista electoral del PP y no encuentre el nombre de Juan José Imbroda. Más allá de las ideas de cada uno, son dos de los personajes políticos más veteranos de mi ciudad natal.

Tras sopesar, reflexionar y darle muchas vueltas a qué hacer con mi voto, me decido. Los siguientes pasos son relativamente sencillos. Al igual que todo votante, debo introducir mi elección en el correspondiente sobre sepia, bien cerrado y sellado. A continuación, este sobre se introduce en otro con una copia de mi pasaporte y el correspondiente certificado de que resido en el extranjero (cómodamente recibido en mi casa junto con el resto de la documentación electoral).

Por último, todo esto debe introducirse en un sobre más (son tres en total, uno dentro de otro, por si han perdido la cuenta), y depositarse en la oficina de correo postal más cercana de mi ciudad. La comodidad reside en que es innecesario escribir ninguna dirección ni realizar anotaciones manuales, ya que las direcciones de envío aparecen en los sobres correspondientes. Es más, el envío, en el caso de México, es gratuito. De nuevo hay una opción para los votantes más impacientes, que es depositar su voto de manera física en la capital del país, es decir, en Ciudad de México. No obstante, un viaje de seis horas por carretera (y otras seis de regreso) y moverse por esa jungla de cemento de 9 millones de habitantes no me motiva demasiado a la hora de ejercer mi derecho al voto, así que confiaré en el correo ordinario con la esperanza de que mi papeleta llegue a buen puerto. Quizás el mío no sea un voto fundamental ni decisivo, pero es mi ciudad, mi derecho y mi particular manera de permanecer conectado a la tierra que me vio nacer.

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