Este domingo, 2 de febrero de 2025, la comunidad católica de Melilla se ha congregado en la Parroquia del Sagrado Corazón para celebrar la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, una festividad que coincide con la Presentación del Señor y que este año llevó por lema "Peregrinos y sembradores de esperanza". Esta jornada tiene como objetivo reconocer y agradecer la labor de las personas que, a través de su consagración, dedican su vida al servicio de Cristo y de los demás.
La eucaristía, presidida por el vicario episcopal de Melilla, Eduardo Resa, ha contado con la participación de sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos de la ciudad, incluido el presidente de la ciudad Juan José Imbroda. Durante la homilía, el vicario destacó la importancia de la vida consagrada como testimonio vivo de esperanza y servicio en la sociedad actual. El vicario ha resaltado que, en un mundo marcado por la incertidumbre y el individualismo, los consagrados son faros de luz que guían y acompañan a quienes más lo necesitan.
Tras la proclamación del Evangelio, representantes de las distintas congregaciones presentes en Melilla compartieron con la asamblea sus carismas y las obras que realizan en la ciudad. Los Hermanos de La Salle, por ejemplo, hablaron sobre su compromiso con la educación integral de niños y jóvenes, especialmente aquellos en situaciones vulnerables. Destacaron la importancia de formar no solo en conocimientos académicos, sino también en valores humanos y cristianos que preparen a las nuevas generaciones para enfrentar los desafíos del mundo actual.
Por su parte, las religiosas de la Divina Infantita explicaron su labor en el cuidado y educación de niñas huérfanas o provenientes de familias desestructuradas. Su misión se centra en brindarles un hogar donde se sientan amadas y protegidas, ofreciéndoles las herramientas necesarias para su desarrollo personal y espiritual. Subrayaron la importancia de crear un ambiente familiar donde las niñas puedan sanar sus heridas y construir un futuro esperanzador.
Las hermanas de María Inmaculada compartieron su dedicación al acompañamiento de mujeres jóvenes que llegan a Melilla en busca de oportunidades laborales. Ofrecen programas de formación profesional y apoyo espiritual, ayudándolas a integrarse en la sociedad y a descubrir su dignidad como hijas de Dios. Enfatizaron la relevancia de empoderar a estas mujeres para que puedan enfrentar con valentía y fe los retos que se les presentan.
Finalmente, las Hermanas del Buen Consejo hablaron sobre su servicio en el ámbito sanitario, atendiendo a enfermos y ancianos en hospitales y residencias. Su carisma se centra en llevar consuelo y esperanza a quienes sufren, viendo en cada persona el rostro de Cristo doliente. Mencionaron la importancia de la presencia y la escucha activa, ofreciendo no solo cuidados físicos, sino también apoyo emocional y espiritual.
En Melilla, la presencia de las distintas congregaciones ha sido fundamental en áreas como la educación, la atención a los más vulnerables y la promoción de la justicia social. Su labor silenciosa y constante ha dejado una huella imborrable en la vida de muchas personas. El vicario episcopal, Eduardo Resa, señaló en una ocasión que "sin ellos, no existirían en la ciudad centros docentes religiosos, ni se hubiese atendido a huérfanos y desamparados, ni existido centros de formación para ayudar a personas a encontrar un trabajo o atendido a mujeres en riesgo".
La celebración de este año, bajo el lema "Peregrinos y sembradores de esperanza", invita a reflexionar sobre la misión profética de los consagrados. En un mundo que a menudo se ve envuelto en la desesperanza, ellos están llamados a ser signos visibles de la presencia amorosa de Dios, anunciando con su vida y servicio la buena nueva del Evangelio. La Comisión Episcopal para la Vida Consagrada destaca que "los consagrados, fieles a su identidad, deben mantenerse con actitud vigilante para despertar al mundo".
La misa concluyó con un emotivo rito de presentación de los niños y niñas nacidos en el último año ante la imagen de Nuestra Señora de la Victoria, patrona de Melilla. Este acto, que se celebra tradicionalmente cada 2 de febrero, simboliza la entrega de los más pequeños a la protección maternal de María. Las madres, visiblemente emocionadas, llevaron a sus bebés al altar donde el vicario episcopal impartió una bendición especial, pidiendo por la salud y el bienestar de las familias.
Al finalizar la ceremonia, los monaguillos sorprendieron a los más pequeños repartiendo piruletas como símbolo de la dulzura y la alegría que los niños aportan a la comunidad. Además, se realizó el sorteo de dos tartas: una destinada a los bebés y otra para los niños de tres años. Este gesto, sencillo pero lleno de significado, buscaba fortalecer los lazos comunitarios y celebrar la vida en todas sus etapas.