Melilla siempre ha presumido de ser un ejemplo de la convivencia y respeto entre culturas. Se trata de algo que ha configurado su seña de identidad a lo largo de los años y que de ninguna manera puede perderse porque eso supondría el fin de la ciudad, de su crecimiento económico y su desarrollo social.
La sociedad melillense tiene que seguir siendo referente en todo lo relacionado con la tolerancia y la multiculturalidad. Es vital para nuestro futuro que todos y cada uno de los ciudadanos arrimen el hombro para conseguir el objetivo de ser un pueblo unido donde cada cual rece al dios que quiera, pero que nunca olvide que es la pertenencia a España, un país aconfesional y democrático, el nexo sobre el que debe sustentarse nuestra realidad.
El equilibrio social de Melilla no puede depender de agentes externos ni de cuestiones religiosas, que deben circunscribirse al ámbito de lo privado. De esa forma no se crea el pueblo fuerte y comprometido que la ciudad necesita para sobrevivir y tener garantizado un futuro en paz y prosperidad.
Por eso no es razonable la actitud del único representante de CpM que acudió al acto de encendido de luces por el Januká, Emilio Guerra. Éste no participó más que como mero espectador y al margen de otros representantes públicos que sí quisieron sumarse a la celebración dejando así constancia de su apuesta por esa unidad que tanto necesitan los melillenses en momentos tan delicados como los que se atraviesan.
La ausencia de representantes de la Comisión Islámica (CIM) tampoco tiene una justificación que se compadezca con ese equilibrio social que antes citábamos. La CIM forma parte de la Mesa Interconfesional y, en consecuencia, se supone que comparte los valores de respeto y multiculturalidad que inspiraron su creación hace ya muchos años. Su actitud de no acudir al encendido de las luces de la fiesta del Januká hebreo pone en cuestión que tenga una auténtica voluntad de construir esa sociedad unida que por el bien de Melilla se reclama.
La polarización que se está viviendo no es buena para nadie y rompe con la tradicional imagen multicultural que habitualmente se ha querido exportar al resto del mundo. Melilla ha presumido miles de veces de ser única en esa visión de sociedad plural y abierta, pero acontecimientos totalmente ajenos a los melillenses están suponiendo una involución inédita que no sirve a los intereses de lo que se debe proyectar de cara al futuro.
Hay que apostar por continuar la senda del respeto que normalmente ha imperado en este pueblo y eso empieza por cada uno de los melillenses. Todos deben hacer renuncias y todos deben empujar en la dirección de la unión, la única que llevará hacia el éxito de la paz y la concordia en nuestra ciudad, que ya tiene suficientes problemas que resolver sin que se añadan otros nuevos impulsados por quienes no creen en nuestro futuro sino en saciar sus propios intereses por alcanzar poder.
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