Hay lugares que son auténtica y eficazmente letales para el pensamiento único. Espacios en los que la verdadera vocación no es implementar un discurso, una tendencia, una ideología, ni mucho menos un relato excluyente. Las librerías guardan y protegen la esencia, la pureza de la diversidad y esta se bate con fiereza ante cualquier atisbo de uniformidad.
En tiempos en los que no se debe de dejar de confiar, pero en los que es necesario contrastar, leer es una terapia, antídoto, frente a la imposición, sin más obligación impuesta que la necesidad vital de pensar y opinar por uno mismo, sin encorsetamientos e intereses de otros, siempre en confusión entre el sentido de autoridad con el autoritarismo, que, en su afán de planificar las mentes, las abocan a la planicie.
Las librerías hacen que muchos lectores ganen en libertad y conocimiento, ofreciendo toda una panoplia de posibilidades desde un “oasis” en el que burbujea lo nuevo junto a lo viejo, lo clásico junto a lo contemporáneo, la tradición junto a la novedad. Amén del ocio silente e íntimo que el ejercicio de la lectura acaricia los sentidos, provoca emociones, evoca sensaciones.
Realidad o ficción, cualquiera de las dos, recatada o peleona, grosera o exquisita se abren en todas sus posibilidades ante la libertad de elegir, de ese acto soberano de sumergirse en las páginas a las que cada cual decide. No hay intromisión, mensaje subliminal u orientación sectaria. A lo más la opinión, la guía o el consejo de libreras y libreros cuando se les pide.
Libreros y libreras que tienen a mérito llevar a su vocación (es uno de los oficios más vocacionales del espectro laboral) hasta las últimas consecuencias en ese exigente balance de pérdidas y ganancias en ese agitado y exigente mundo de la economía y la aguerrida competencia de las nuevas tecnologías y que en muchos casos les permite asirse de un salvavidas y al menos, únicamente, flotar.
Son farmacias para la mente, arietes frente al hastío y que edifican bajo una frase de Kerri Maher (La librera de Paris) que resume uno de virtudes al alcance del ser humano: “La práctica diaria de la lectura es un proceso humilde, profundo y progresivo; leer fomenta la empatía, ayuda en la relajación, nos enseña del mundo, nos educa”.
Librerías que, aún siendo espacios de relativo silencio, provocan un intenso diálogo interior en quienes acuden a ellas y que al observar lomos y portadas incitan al descubrimiento de unas páginas que no producirán el mismo efecto a quienes se fundan en su recorrido, pero que comparten los mismos anhelos; despertar y sugerir desde la libertad de cada cual.
Hoy en día, conforme a la velocidad que la vida impone, el descubrimiento de la lentitud, que no laxitud, en la disección de una obra, se convierte tantas veces en un acto revolucionario de valor y que tiene que ser siempre protegido por su capacidad en la formación de los valores individuales, de la opinión y, por ello, de la determinación como personas de caudal propio en un rio colectivo y compartido.
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