En las postrimerías del siglo XV un proceso militar acontecía en España con la consumación de la unidad territorial y política, tras la conquista de SS.MM. los Reyes Católicos del Reino de Granada (1492). Enseguida, en 1493, se produce la plasmación de las Guardias Viejas de Castilla, primeras auras del Ejército cuyas unidades aglutinan la traza de ser permanentes.
Sin lugar a dudas, aquella última etapa de la Reconquista junto a las triunfantes campañas italianas y la ocupación de Nápoles, contrastan el antes y un después en los requerimientos militares de la ‘Monarquía Hispánica’, fusionadas a la conflagración con Francia, el ‘Turco’ y la contención de los diversos territorios.
Sin embargo, inmersos en el siglo XVI, por ser una centuria ciertamente inestable, tanto en lo que atañe a la Historia Militar de España, como en el devenir del entramado del Mare Nostrum, será cuando se encaren los grandes proyectos de expansión Norteafricana y de lucha contra un Estado multiétnico y multiconfesional gobernado por los osmanlíes, cuyo apogeo bifurcará en la ‘Batalla de Lepanto’ (7/X/1571), que a todas luces robusteció la supremacía cristiana sobre el ‘Imperio Otomano’ y sus corsarios aliados, que precisamente en el año 2021 conmemora su ‘Cuadrigentésimo Quincuagésimo Aniversario’. Luego, lo que aquí se relata va acompañado del arcabuz, la ballesta, el arco y la espada, pero, sobre todo, del brío, ardor guerrero y valentía, rasgos ineludibles de los Soldados de raza Hispana, que derramaron su sangre sobre la cubierta de decenas de buques para contrarrestar la piratería y la esclavitud, o lo que es igual, la antesala de ‘Lepanto’, con sus consecuentes pretensiones de dominio.
Pero, para aproximarnos históricamente a una de las mayores victorias navales bajo la señal de tambores y trompetas y el abordaje conjurado con el humo de las piezas de artillería, es preciso retrotraernos en el tiempo, hasta entrever la conciencia de un Ejército que practicaba como si de un ceremonial se tratase, el adiestramiento sigiloso de las virtudes militares, aceptando con responsabilidad las directrices encomendadas y obedeciendo desde el comedimiento, el espíritu de firmeza e ilimitada rectitud. Y, para mayor gloria de España, no esperando nada a cambio, excepto consumirse practicando el exacto cumplimiento del deber.
Así, sencillo de definir, pero complejo de materializar, es como comienza esta narración en un escenario inmerso en saqueos, sitios y batallas, con cientos por miles de personas padeciendo la tragedia del cautiverio y el tormento, hasta ver cumplidos el imparable avance turco en las aguas del Mediterráneo.
Previamente, la reforma militar emprendida por los Reyes Católicos, Dª. Isabel I de Castilla y D. Fernando II de Aragón, soberanos de la Corona de Castilla (1474-1504) y de la Corona de Aragón (1479-1516), se verá consumada tras la llegada de D. Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico (1500-1558), llamado el Emperador o el César, y primer monarca de la Casa de Austria con el hito referencial que conjeturará en el año 1534 la instauración de los Tercios.
Con lo cual, nos atinamos en un intervalo de desequilibrio político fruto de los propósitos del joven monarca flamenco, que en un abrir y cerrar de ojos, incorpora a todos los Reinos Hispanos en la andanza imperial de mano de estas nuevas Unidades. Simultáneamente que ocurren estas vicisitudes, se despliega su política que tiene la punta de lanza contra el infiel, como uno de sus aspectos clave. Del mismo modo, el Ejército exterior se erige en el que nutre y ofrece consistencia a las Campañas del Emperador, siendo ejemplo de técnicas y tácticas innovadoras que engrandecen el ‘Arte de la Guerra’.
El hábito del combate fronterizo y las operaciones italianas de D. Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar (1453-1515), el ‘Gran Capitán’, van a ser los antecedentes de tan destacado Cuerpo. Primicias que hubieron de ser empleadas y perfeccionadas para la dificultosa hostilidad en la costa berberisca (Marruecos, Argelia, Túnez y Libia), donde el contendiente y los medios, eran diferentes a los europeos.
En el marco cíclico del siglo XVI, más en concreto, su segunda mitad, D. Carlos V realiza un mayor empeño en las acciones africanas, pero será su sucesor el que desarrolle otros procedimientos establecidos en los sistemas de información y espionaje y en los vínculos diplomáticos, sin por ello renunciar a las incursiones terrestres.
Y qué decir de la última etapa de D. Fernando el Católico (1452-1516) y los primeros años del reinado de D. Carlos V, totalmente empedrados en el imaginario de cruzada y en el establecimiento de un baluarte que sujetase el Islam y la piratería.
En cambio, adelantándome a lo que a seguidamente fundamentaré, los últimos años de D. Felipe II (1527-1598), traspasado el frontispicio psicológico de ‘Lepanto’ y con ello, desmoronando la invencibilidad del ‘Imperio Otomano’, encarna la indagación de soluciones para un inconveniente espinoso.
Precisamente, como ya se ha mencionado, será el Ejército exterior y sus arduos desempeños en el Norte de África, al que seguiré sus pasos mediante su formación, preparación y posterior acomodación a los menesteres que ofrece el servicio a la Patria. Pero, por encima de todo, habrá un componente novedoso recayendo en la poliorcética, cómo disciplina que se encarga de construir fortalezas, bastiones e imponentes fortificaciones que van a ser testigos directos del fuego de artillería y del cuerpo a cuerpo. Por ende, los presidios se erigen en una red que refuerza el vasto enclave de la ‘Monarquía Hispánica’ y deslinda la actuación en las distintas zonas. Además, en las plazas africanas, la presencia de estas posiciones adquieren especial trascendencia, al estar prácticamente cercadas por terreno enemigo.
"Poniendo en valor el destello de la Cultura de Defensa, con el designio denodado que la sociedad española sepa, aprecie y se fusione con su Historia y con la voluntad solidaria de las Fuerzas Armadas que protege a toda costa los intereses nacionales: he aquí la Batalla de Lepanto en su 450º Aniversario"
Con estos miembros, la ‘Batalla de Lepanto’ es uno de los lances navales más destacados de la ‘Historia del Mediterráneo’. Y, como tal, el Golfo de Corinto se localiza en Grecia, emplazándose entre la Península del Peloponeso y la Grecia Continental. Propiamente, despunta en la prolongación del ‘Golfo de Patras’, que es la abertura del Estrecho del Mar Jónico. La unión de ambos Golfos, es lo que en tiempos pasados se advertía como el ‘Golfo de Lepanto’. A vista de pájaro este lugar es angosto y largo, en cuyo extremo Oriental se dispone la Ciudad de Corinto.
Lepanto, no es sin más, que el espejo en el que mirar el triunfo de la ‘Alianza Cristiana’ sobre los ‘Turcos’, sino que paralelamente, simboliza el embate de dos imperios, dos culturas y dos religiones bien definidas.
En estos trechos diversificados, únicamente el ‘Imperio Otomano’ en su máximo esplendor que se propaga por tres continentes, sometiendo una inmensa porción del Sudeste Europeo, el Oriente y el Norte de África y deslindando al Oeste con Marruecos, al Este con el Mar Caspio y al Sur con Sudán, Eritrea, Somalia y Arabia, conservaba veintinueve provincias y Moldavia, Transilvania y Valaquia eran estados vasallos. Toda vez, que era un actor lo bastante pujante como para intimidar e inquietar a la ‘España Imperial’ de D. Felipe II.
Con la incautación otomana de Constantinopla en 1453 y la formación de la ‘Unidad Española’ en 1492, ambos Estados se avistaron como dos potencias vigorosas en el Este y Oeste del Viejo Continente.
De forma sincrónica, se coronaron como líderes irrefutables de una cultura y religión: primero, el ‘Islam’, y segundo, el ‘Cristianismo’. Puede exponerse en estas líneas, que es la última pugna en que se entrecruzan los dos ‘Imperios’ por la obtención de la soberanía mundial, constante y fuertemente enraizada en el siglo XVI. Sobraría aludir, que estas potencias pusieron es escena todo un engranaje de expediciones para preservar su índole tricontinental y ultramarina.
Por doquier, las comarcas otomanas y españolas se ensanchaban, abarcando toda una población variada. Por otro lado, mientras se desplegaban las contiendas virulentas, los españoles desarrollaban sus celeridades defensivas al otro lado del Atlántico y del Pacífico. Equidistantes, los otomanos competían infatigablemente contra los portugueses en el Océano Indico, en su intento de hacerse con la hegemonía de la demarcación.
Obviamente, la colisión entre estos Imperios tuvo su cima en la ‘Batalla de Lepanto’. Para España, el descalabro de la ‘Armada Invencible’ en 1588, escindió cualquier expectativa de superioridad internacional. Con lo ocurrido el 7/X/1571 y el fiasco por los ingleses, empieza una trayectoria de retrocesión irreversible. La cúspide sólo se logra una vez y el esplendor de las dominaciones jamás vuelve a repetirse.
Como no podía ser de otra manera, la rivalidad crónica desplegada en el Mediterráneo ocasionó un deterioro de los hombres e instituciones, con el añadido, que el espíritu de combate ya no era el mismo que en los momentos acaecidos. Esto se hizo notorio entre los mismos turcos: según se confirma en la bibliografía examinada, unas jornadas antes de la ‘Batalla de Lepanto’, numerosos capitanes de barcos corsarios turcos y poseedores de timar, renunciaron a las embarcaciones otomanas con cualquier evasiva.
Por lo demás, la intervención de España en la ‘Liga Santa’ o ‘Santa Liga’, como coalición militar constituida por la ‘Monarquía Hispánica’, los ‘Estados Pontificios’, la ‘República de Venecia’, la ‘Orden de Malta’, la ‘República de Génova’ y el ‘Ducado de Saboya’, se circunscribía a 31 galeras ante las 105 de Venecia.
A pesar del cansancio hasta alcanzarse circunstancias de extenuación, ambos Imperios ejecutaron varias misiones en vías de fomentar su antigua reputación. Acto seguido a ‘Lepanto’, los españoles dejaron el Mediterráneo Oriental, al objeto de afianzar sus reductos en América. Posteriormente, los turcos recompusieron su marina en menos de un año, pero prescindiendo de otra confrontación, ante el recelo de ser superados.
Su estrategia se redujo a aguardar la descomposición de la ‘Liga Santa’, que perceptiblemente al año siguiente era una cuestión inmediata. Para el continente europeo, ‘Lepanto’ es percibida a los ojos de los triunfadores, como el éxito de la habilidad y gallardía. Otros, la describen como un premio ilustre e imperecedero.
Lógicamente, es debatible el auge técnico de la Cristiandad, en una intermitencia en que la ‘Guerra de Galeras’ atrapaba el culmen de lo técnico y tácticamente realizable. Por ello, la ‘Cuarta Guerra Otomano-Veneciana’ (1570-1573), también conocida como ‘Guerra de Chipre’ y la ‘Batalla de Lepanto’, escenifican la cresta en la praxis de métodos en la ‘Guerra Naval’ con flotas de galeras.
En otro orden de cosas, cuando llegaron las primeras reseñas del punto culminante en aquella melé de busques, sorteando las galeazas y encarando el cuerpo central de la armada otomana, con su explicable derrota, en Venecia irrumpieron los jolgorios que se dilataron varios días; al mismo tiempo, que la urbe concurría a San Marcos por un ‘Te Deum’. Y en la ‘Ciudad Eterna’, Roma, el apoteosis de la consecución lograda rebasaba la cota de una gran fiesta.
Y no sería menos D. Felipe II, que tras notificar públicamente el alcance de la noticia, establecía a este tenor un ‘Te Deum’, “por la victoria que nuestro Señor ha tenido a bien otorgar a nuestra flota”. Tal como lo documenta Álvarez Flores, J. M., en su obra ‘The Gallerys al Lepanto’, Barcelona 1984, p. 217, dice al pie de la letra: “Desde tiempos de Lepanto se ha dicho una misa todos los años en la Catedral de Toledo, en homenaje a tan memorable victoria. Lo mismo se realiza en la Iglesia parroquial de Santa María Maggiore en Roma”. Si bien, ‘Lepanto’ no concluyó con estos actos, sino que se perpetuó a través de la literatura, la pintura y la música. Muy pronto, los cánticos y las poesías ocuparon Europa. Conjuntamente, los otomanos contemplaron en ‘Lepanto’ la peor calamidad de las poseídas en el duelo. En contraste, la difusión de su comunicado se acogió en la capital otomana con conmovedora inquietud.
El Sultán Selim II (1524-1574) fue prevenido del revés sufrido encontrándose en Adrianópolis, en la actual Edime, en el Noroeste de Turquía. Nada más saberse, los musulmanes se desconcertaron enormemente, porque no existía una debacle que se entendiese como el infortunio sucedido. De hecho, en las mezquitas se recitaron versículos del Corán, afines a contextos de catástrofe para suplicar el favor divino.
"Esta es la andanza de un Ejército, que para mayor gloria de España, no espera nada a cambio, excepto consumirse practicando el exacto cumplimiento del deber"
Acudiendo a otros autores de la época para un mejor enfoque de lo que se pretende desgranar, Ibrahim Efendi, P., en su obra ‘Pecevi Tarihi Kültür Bakanligi Yayinlari’, Ankara 1981, p. 352, ‘Lepanto’ es la más infausta de las desgracias que han pagado los otomanos y el Islam: “Desde la creación del arca por el Profeta Noé, no se ha visto en los mares de la tierra un combate tan fatal como éste, no en un estado del Islam”.
De acuerdo al historiador Cantemir, D., “Selim II se vio terriblemente afectado de esta ingrata noticia y durante tres días y tres noches no pudo dormir”. Más tarde, la primera autoridad del Imperio Otomano recriminó a los soldados que desatendieron sus puestos, indicándoles: “No ha habido situación similar anteriormente. No hay excusa para decir que el terreno estaba escabroso, mientras a pesar del invierno el enemigo estaba en camino para destruir nuestro país…”.
Siguiendo a Cantemir, D., en su trabajo ‘Historia del Imperio Otomano’, París 1743, Tomo III, p. 10, comenta: “Después de tantas victorias, los otomanos recibieron al fin un golpe fatal; este fue el fracaso más grande que había experimentado su monarquía…”. En definitiva, se desenmascara que los turcos no habituados a un derrotero punzante y, tal vez, de humillación como el dado en la ‘Batalla de Lepanto’, siempre partían de un logro positivo, al concebir que eran ellos los elegidos de Dios. Lo cierto es, que irreprochablemente habían reunido un sinfín de coronas terrestres y navales; amén, que los europeos disminuían mansamente su poder viéndose anulados en la conservación del Mediterráneo, como principal núcleo comercial y de comunicaciones del mundo conocido.
Recuérdese al respecto, que inmediatamente al triunfo otomano en la ‘Batalla de Préveza’ el 28/IX/1538, con la columna conducida por el Virrey de Argel y Almirante Khair-ad-Din (1499 o 1484-1546), conocido como Jeireddín ‘Barbarroja’, retando a la escuadra española al mando de D. Andrea Doria (1466-1560), se demostraba la influencia turca en cada uno de los movimientos y maniobras navales del Mediterráneo.
A partir de aquí, las fuerzas turcas favorecidas por los corsarios y contrabandistas del margen Norafricano, persisten en su afán acometiendo los feudos españoles de Italia y África; agresiones que implican directamente a los territorios venecianos y del Papa. Por aquel entonces, los navíos hispanos eran incapaces de cortar la incesante embestida turca. A esta dinámica hay que asociarle la cooperación turco-francesa desde 1542.
Por lo tanto, D. Francisco I de Francia (1494-1547), distinguido como el ‘Padre y Restaurador de las Letras’ y el ‘Rey Caballero y Guerrero’, se protegía de España. Con el amparo del flanco Occidental del Mediterráneo, en 1553, los desplazamientos turcos comprendieron hasta la Isla de Elba y la Isla de Córcega.
Fijémonos en el testimonio aportado por el secretario del arsenal, Zekeriyazade, F., que in situ formó parte en la Batalla de ‘Los Gelves’ (1560), en las inmediaciones de la Isla de Yerba, haciendo hincapié que la guerra abrazada por los otomanos, esconde un signo marcadamente de cruzada general hacia los infieles. Para este funcionario, los honores se atrapan con el ímpetu de la espada que ostentan los guerreros del Islam, conocedores de un único Dios.
Por consiguiente, el paradigma de ‘Guerra Santa’ es la que identifica las pugnas de invasión, hasta percibirlas en la segunda fase de la ‘Guerra de Chipre’ y culminada con la ‘Batalla de Lepanto’. Sobre el fin derivado en la Batalla de ‘Los Gelves’, Zekeriyazade, F., se pronuncia en los siguientes términos: “Finalmente, los vientos de la dura guerra, que muestran el camino del Dios verdadero, soplaron en dirección de los soldados turcos. El enemigo impío se desorganizó”.
Más adelante, con el asedio de Malta de 1565, las empresas marítimas cristianas permanecieron condicionadas. Los turcos, sostuvieron un cerco en toda regla casi cuatro meses, sin que difícilmente se notasen desafiados por las naves cristianas.
En consecuencia, poniendo en valor el destello de la ‘Cultura de Defensa’, con el designio denodado que la sociedad española sepa, aprecie y se fusione con su Historia y con la voluntad solidaria de las Fuerzas Armadas que protege a toda costa los intereses nacionales, tal y como se ha fundamentado en este pasaje que continúa en otra narración, sondeando las peculiaridades propias en la ramificación del predominio otomano, se descifra que la devastación en la ‘Batalla de Lepanto’, se acogiese en Constantinopla con indudables síntomas de sorpresa y abatimiento: la amplia mayoría de cronistas de la época admiten, que este acontecimiento era una señal de Dios para advertir a los musulmanes de sus pecados.
Y es que, muchos de los conflictos se han calibrado por su persistencia y duración en el tiempo. Tomemos como tesis, la ‘Guerra de los Siete Años’ (1756-1763); o la ‘Guerra de los Treinta Años’ (1618-1648); e incluso, a las complejidades antes aludidas, ha de añadirse la ‘Guerra de los Cien Años’ (1337-1453).
Pero, el percance bélico ilustrado en este texto que confluye en la ‘Batalla de Lepanto’, ensangrentada y costosísima en vidas humanas como eternizada nada más y nada menos, que trescientos años en su lucha infernal entre España y los corsarios turco-berberiscos, ha sido la más extensa librada por nuestra Nación.
O séase, dentro de este choque descomunal en aguas del Golfo de Lepanto, actual Golfo de Patras y brazo del Mar Jónico, en aquella palestra encadenada a magnos desafíos en la que quedó reflejada la victoria abrumadora de la flota capitaneada por D. Juan de Austria (1547-1578), pudo preservarse a Europa de una doble pinza otomana: la primera, por tierra, el Eje del Danubio; y la segunda, por la vía del Mar Mediterráneo, en el Norte de África.
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