Frontera e Inmigración

Las niñas afirman que las educadoras de Palencia eran como “su familia” para ellas

Uno de los motivos por el que las menores devueltas a Melilla no querían abandonar el centro de Palencia eran las trabajadoras. “Para nosotras, se habían convertido en nuestras familias”, cuentan Mariem y Aziza (nombres ficticios), dos de las jóvenes de 17 años que regresaron a la ciudad el pasado viernes. Según cuentan, estas profesionales fueron sus guías en los últimos años. “Nos han aconsejado muy bien, se han preocupado por nosotras y nos han tratado con mucho cariño”, dicen, insistiendo en que las echan mucho de menos. “Ellas también lo han pasado mal por nosotras”, comentan.

Son muchos los cambios a los que se enfrentan las menores en su regreso a la ciudad. En la residencia de la Fundación Diego Martínez, de los padres Barnabitas, cada una disponía de su propia habitación y contaban con baños individuales. “Ahora dormimos cinco en una habitación muy pequeña”, lamentan las dos jóvenes. “En el centro compartimos cinco duchas, tres aseos y cuatro lavabos entre ochenta niñas”, agregan. Según indican, estaban acostumbradas a poder ducharse a la hora que querían en Palencia, mientras que ahora tienen que adaptarse a los horarios. “Tenemos que acostumbrarnos a muchas normas nuevas”, manifiestan.

Mariem y Aziza coinciden en que se oye “muchísimo ruido” por las noches, e incluso escuchan las conversaciones que tienen lugar en otras habitaciones mientras tratan de dormir porque las paredes son muy finas. Además, recalcan que en Palencia sentían una libertad que no están encontrando en el Centro Asistencial. “Nosotras podíamos dejar nuestras cosas en la habitación sin miedo a que nos robasen; no llevábamos ni dos días en Melilla y, aún teniendo un candado el armario, nos quitaron toda la ropa”, comenta Mariem. Las dos sostienen que la situación es de tal magnitud que no pueden cargar las baterías de sus teléfonos móviles sin alejarse de los dispositivos porque están convencidas de que se los quitarían.

Para las menores, no tiene nada que ver la convivencia en un centro y en otro. Aseguran que en Palencia se llevaban muy bien entre ellas porque no eran muchas niñas y, si había alguna pelea, nunca llegaban a las manos. Aún así, las educadoras castigaban a las que se enfrentaban con limpiar la casa entera. “Vivíamos tranquilas, nosotras teníamos de todo allí y, aunque hemos vuelto más delgadas a Melilla, seguíamos una buena dieta”, cuentan Mariem y Aziza.

Nueva adaptación

Pese a todas las ventajas que ahora encuentran en el centro en el que han estado viviendo hasta hace una semana, las dos jóvenes aseguran que les resultó complicado adaptarse a la vida en Palencia. “Allí tienen horarios de llegada en función de las edades y claro, al principio no lo tomaba bien, pero es lógico que cuando las niñas son más pequeñas tengan que entrar antes”, explican.

Entre semana tampoco podían salir por las noches y tenían que estar como muy tarde a las 21:00 horas. “Es normal porque las monjas son mayores y tenían que abrirnos las puertas, pero el fin de semana sí podíamos salir hasta más tarde”, recuerdan las menores, que ahora lamentan tener que volver a vivir un proceso de adaptación y en un lugar que les resulta más complicado que el anterior.

Según relata Mariem, ella solicitó su traslado a Palencia pensando en su futuro. “Sabía que el centro funcionaba muy bien y mi objetivo era estudiar para labrarme un porvenir”, asegura. Una educadora de la Gota de Leche le ayudó mucho para conseguir que la desplazaran a Castilla y León, recuerda. En el caso de Aziza, le propusieron el desplazamiento y ella aceptó. “Yo no me encontraba bien en la Gota de Leche y pensé que me vendría bien, aunque al llegar me costó adaptarme”, dice. Lo que no imaginaban, en ningún caso, es que tendrían que regresar a Melilla cuando ya tenían otra vida.

Reclaman ayuda al Defensor del Pueblo

Las menores trasladadas desde Palencia han escrito una carta al Defensor del Pueblo en la que le piden ayuda para regresar al centro de Palencia, de la Fundación Diego Martínez. En la misiva, relatan que lo han pasado muy mal desde su llegada a la ciudad a causa de los robos y de “la falta de sensibilidad” mostrada por parte del personal de la Gota de Leche. “Desde que llegamos sufrimos continuamente bullying por parte de otras chicas que están con nosotras”, sostienen. Aseguran que muchas de las situaciones que están viviendo en Melilla eran totalmente desconocidas para ellas en la residencia de Palencia. Por ello, solicitan al Alto Comisionado de las Cortes Generales que haga lo posible para que puedan volver al que consideran su centro, con sus educadores, maestros y profesores.

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