Excmo. señor don Ramón Gavilán: Usted me lo perdonará porque usted perdona todo pero déjeme decirle que lo de la Plaza de Toros no tiene nombre ni apellidos, es una vergüenza...siga perdonándomelo. Le veninos diciendo, de vez en cuando, que el ribete de adorno que remata la sensacional fachada del coso mezquitero se cae a diario, pero usted, respetado amigo, ha de encontrarse inmerso en inumerables cuitas autonómicas, de manera que el asunto se queda un poco al margen. Ya, ya entiendo. La prioridad de las actuaciones del Gobierno que preside Juan José Imbroda ha de prestar atención a lo más urgente.
Es posible y creíble pero, oiga don Ramón, la Plaza de Toros de Melilla también importa. No la pierda de vista. En realidad sólo se trata de arreglar -sanear, se dice ahora- determinados segmentos del ribete decorativo en ladrillo visto que circunvala el diámetro exterior de ese precioso redondel que preside la calle de Querol. Ese adorno que pensaron para bien aquellos seis arquitectos de los años cuarenta que establecieron las líneas maestras para la futura Plaza de Toros de Jaén, proyecto imposible que arribó, con éxito a Melilla. Aquellos a quienes rescató para Melilla don Rafael Álvarez Claro y les hizo levantar una hermosa plaza para 7.000 aficionados. Don Ramón: Recapacite, hay que mantenerla, hay que conservarla.
Luego está la seguridad de las personas que acceden a sus recintos. Hablo, don Ramón, de los adictos a 'Los Cabales' o a 'Los Medios'; es que empiezan a correr peligro porque en cualquier momento se puede desprender un ladrillo o una piedra y, desde ahí arriba, si te cae y te toca que te caiga, el impacto es perfecto para mandarte al otro mundo. Son determinados trabajos que hay que emprender. Seguramente es obra de poca monta pero, amigo don Ramón, ¿por qué la Ciudad Autónoma no los realiza como es su deber?. Porque que yo sepa la Plaza de Toros de la calle de Querol es propiedad de la municipalidad, ¿no?, y si en tu casa hay goteras, pues tú las arreglas como es tu obligación.
Hay que actuar a tiempo, no dejarlo todo para última hora, porque la política perversa de esta Ciudad Autónoma, como de tantas otras instituciones, con siste en trabajar a última hora para que reluzca lo que ve la suegra, luego vendrá el invierno, descansaremos y,un año después, pues le damos otro brochazo a los muros y, hala, a ver los toros y a pegarnos una merendola de padre y señor mío en el callejón, con su escocés al lado por si nos dormimos.
No, no. La Plaza de Toros, la Mezquita del Toreo merece mucho más, merece cariño, matenimiento e incluso reflexiones. Porque hay reformas que claman a gritos. El acceso a los toriles, la mecanización de los canales de corrales, la ampliacción del propio callejón. Oigan, no estamos hablando de tonterías, sino de realidades. Y, créanme, sabemos de lo que hablamos.