La incorporación de la mujer en las Fuerzas Armadas Españolas es una conquista que se forjó en las postrimerías del siglo XX y, desde entonces, ha supuesto nada más y nada menos, que treinta y tres años de voluntades denodadas. Se promueve tras un decenio después de la promulgación de la Carta Magna de 1978, que consagra la igualdad entre hombres y mujeres y la no discriminación por razón de sexo. Ya, en su Artículo 30.1 asienta el “derecho y el deber de todos los españoles de defender a España”. Lo cierto es, que la puesta en escena de este principio constitucional de igualdad en la esfera castrense, no fue inminente.
Actualmente, el Ejército ha evolucionado de su tradicional disposición puramente masculina y forzosa, a unas Fuerzas Armadas íntegramente profesionales y acomodadas e integradas por hombres y mujeres que atesoran el reconocimiento de la sociedad a la que en cuerpo y alma sirven sin descanso. Pudiendo referirse con satisfacción, que España es uno de los actores en el mapa geopolítico y geoestratégico, que cuenta con mayor número de mujeres militares de la Unión Europea.
Hoy, hombres y mujeres o mujeres y hombres, forman un todo en un equipo humano que suma y no resta. Siendo a todas luces el mejor molde de servir y el valor de la igualdad que recíprocamente se acrisola y vigoriza. Y es que, existen pocas profesiones donde el compromiso y la responsabilidad en unidad se cogen de la mano, como se refrenda en nuestras Fuerzas Armadas, por el amor al servicio y la obediencia debida, como la vigilancia permanente ante el flagelo de los enemigos y la protección del Estado de Derecho que juntos hemos edificado.
Con estos mimbres, el desarrollo de la incorporación de la mujer se ha materializado con talente resuelto, gradualmente en el tiempo y sin precipitación, desplegándose con pasos acompasados que han establecido propiamente un patrón de admisión y que sin duda, ha beneficiado el procedimiento en un entorno temporal consecuente con las prioridades de las Fuerzas Armadas, más receptivas a los valores cívicos como la igualdad entre los sexos.
A groso modo y adelantándome a unos pequeños centelleos de lo que estaría por plasmarse, desde sus umbrales no se establecieron cuerpos militares específicamente para mujeres, sino que estos se configuraron en los ya efectivos. Como de la misma manera, no se introdujo una cota máxima de representación femenina en las Fuerzas Armadas: arribaban en cada uno de los destinos, incluyéndose los llamados ‘puestos operativos’ y se añadieron a cada uno de los cuerpos, escalas y especialidades, hasta estar en condiciones de lograr los empleos de su categoría.
Por ende, no han sido pocos los analistas y autores que refieren un modelo definido por la consumación de la igualdad legal para desenvolverse, una vez conseguida ésta hacia la igualdad efectiva y real de los componentes de las Fuerzas Armadas.
Obviamente, este engranaje firme y progresivo en la organización del Ejército, ha significado la plena integración en los diversos ámbitos de la Institución Castrense, tomando especial notabilidad su paulatina presencia en las operaciones militares en el exterior y en los procesos de construcción de la paz, donde la contribución de la mujer ha personificado un valor suplementario, al aportar capacidades y aptitudes que han ayudado al avance pertinente de las misiones.
Por todo ello, el acceso de la mujer llevado a cabo en la mayoría de las milicias de otros estados, se valora con diferente alcance, intensidad y aceleración, conjeturando un cambio de paradigma social y político en el entramado militar y en las sociedades occidentales.
No en vano, esta evidencia se ha cristalizado no sin antes un extenso debate, acarreando criterios, apreciaciones e impresiones encontradas desde la defensa más apasionada, hasta la más dura impugnación de las partes opuestas.
Antes de introducirme de lleno en esta tema apasionante que pretende desenmascarar la evolución del derecho de igualdad en el contorno de las Fuerzas Armadas como una cuestión de derecho, eficacia, eficiencia y operatividad que redunda en el bienestar de todos, dadas las limitaciones requeridas para el espacio de esta narración, el pasaje se vertebra en tres textos bien definidos, sabedor que la materia abordada requeriría de un recorrido muchísimo más amplio, para desmenuzar lo que realmente se desea presentar.
Sin aspirar a ser excesivo en las pormenorizaciones, datos o detalles que en ocasiones son esenciales para una más óptima exégesis, partiré sucintamente de la marcha del derecho de igualdad en el dibujo de las Fuerzas Armadas, como uno de los cambios cruciales acaecidos en las organizaciones militares contemporáneas.
Inicialmente, comienzo planteando que el rumbo de la perspectiva de género en el marco de las Fuerzas Armadas, luce una legitimidad internacional y constitucional apuntalada, valga la redundancia, estribando en la aprobación de los derechos de las mujeres como auténticos derechos humanos emanados de la dignidad.
En este sentido, se enfatiza la Resolución 47/2 sobre “incorporación de una perspectiva de género en todas las políticas y programas del sistema de las Naciones Unidas”, confirmando esta estrategia aprobada a nivel mundial para suscitar la igualdad entre los géneros.
La chispa de inducción de la feminización en las Fuerzas Armadas Españolas comenzó por medio del Real Decreto Ley 1/1988, de 22 de febrero, BOE. N.º 23 de fecha 12/II/1988, que responde a varios factores como el influjo constitucional de la igualdad en este recinto, además de la hechura en estructuras militares universales.
El incremento de normas y formalismos de igualdad, así como la uniformización con otros países, han encauzado por buen puerto la exclusión en las limitaciones de las mujeres en lo que atañe al ingreso a filas, autorizando su entrada como preliminarmente mencioné, en los cuerpos con similares quehaceres, formación, responsabilidades, salario y régimen disciplinario.
Pero, el andamiaje del género voltea según las naciones, de ahí que desde la Organización del Tratado del Atlántico Norte, por sus siglas, OTAN, también denominada Alianza Atlántica, se haya impulsado en su agenda la Resolución 1325 ‘Mujeres, Paz y Seguridad’ de fecha 30/X/2020.
“Hoy, hombres y mujeres o mujeres y hombres, forman un todo en un equipo humano que suma y no resta. Siendo a todas luces el mejor molde de servir y el valor de la igualdad que recíprocamente se acrisola y vigoriza”
Pese a las numerosas dificultades, el género dejó de ser desafiado como algo exterior y distante a los procesos de producción de la seguridad, pasando a tener un encaje fundamental de cara a la reputación de las misiones militares y a las causas de paz.
Inmersos en el siglo XXI y afrontando la crisis epidemiológica del SARS-CoV-2 con derivaciones aciagas, hoy por hoy, las mujeres configuran un elemento primordial en el seno de las Fuerzas Armadas en una gran cantidad de territorios de la aldea global. Si bien, su horizonte y trascendencia en su representatividad, difiere cualitativa y cuantitativamente. En la cara de una misma moneda, en su adverso, se deja entrever el espacio y rol que las entidades militares emplean, como las metodologías internas de transformación organizacional y el talante en los vínculos entre los civiles y militares en sintonía con los valores democráticos.
Muchos consideran que la aparición de la mujer ha servido de catalizador en la cercanía y puente entre la órbita militar y civil, contribuyendo a deshacer el peculiar retraimiento habido en las Fuerzas Armadas y, en cierta medida, democratizar las instituciones castrenses. Y, en su reverso, los obstáculos en la integración que persisten constando, desvelan la transparencia y regularidad en las réplicas y rigideces que quedan en el acoplamiento de la igualdad entre hombres y mujeres.
Por lo tanto, es determinante ajustar las piezas de este puzle que provoca esa diferenciación en los índices de participación, como en los modos en que las variables taxonómicas dañan los enfoques futuros para la integración de género en el gremio militar.
Contemplando la ‘Historia de la Institución Militar’ dentro de los Estados miembros de la OTAN, se irradia un despliegue general desde el modelo acostumbrado de ‘Ejército moderno’, a lo que algunos investigadores han descrito como ‘Ejército posmoderno’. En atención a lo anterior, con la finalización de la Guerra Fría (1947-1991) se habría agrietado el ideal de Ejército conexo al Estado-Nación, cuya esencia reside en un armazón mixto, -con integrantes voluntarios junto a otros provenientes del alistamiento obligatorio-, al mismo tiempo, que con tareas meramente beligerantes y gran diferenciación respecto de la sociedad civil.
Frente a este, los otros estilos de articulación militar proporcionan una silueta más internacionalizada, con mucho más dinamismo en su carácter voluntario y profesional, encaminado a cometidos más variados y mayor porosidad con la ciudadanía. Con todo, el protagonismo de la mujer se observa como uno de los indicadores preferentes para referirnos a la organización militar posmoderna.
Luego, la incorporación compartida o no de la mujer al Ejército en los distintos países, sugiere un cuestionamiento acerca de los motivos por los cuales se ha emanado este proceso, al igual que en el caso de España en retrospectiva comparada.
Obviamente, todo ello sirve de telón de fondo para vislumbrar la génesis, fundamentación y posterior dirección de las políticas de incorporación, tanteando los pros y los contras. Conjuntamente, se reconoce el procedimiento de feminización en los estados occidentales y supeditado a los actores de la OTAN como puntos referenciales: la primera reflexión justifica la mutación en el grado de admisión de las mujeres en los gobiernos que apuestan por esta escenario.
Una primera aproximación en la diversificación la establece la secuenciación y propagación geográfica en la evolución de incorporación, como consideran y exponen numerosos analistas e historiadores, que parece haber seguido un primer período de apertura en los países anglosajones, allá en los finales de la Segunda Guerra Mundial (1-XI-1939/2-IX-1945); prosiguiendo con los estados europeos en las décadas de los sesenta y setenta, y entretejiéndose con el resto en el decenio de 1980, para finalmente, en 1990, producirse las vicisitudes más rezagadas.
Indiscutiblemente, sobresale el grupo minúsculo de naciones en el que las mujeres apenas entran en la totalidad de los puestos, prevaleciendo innumerables acotaciones. Otra dimensión en este giro lo concreta la magnitud que ha comprendido la incorporación en las organizaciones militares, en un conjunto complejo de fondos preferentemente internos a cada país, que como no podía ser de otra manera, repercuten de forma desigual en las políticas y prácticas organizativas.
A lo anteriormente puntualizado ha de añadirse la fluctuación desde una casi inexistencia numérica, hasta inconvenientes en el rango, formación independiente e impedimentos funcionales, con fórmulas de carrera comparativamente abiertas, viabilidad a los cargos de combate y empleos superiores y objetividad en las políticas familiares y de ecuanimidad determinadas.
A pesar de esta diversidad acusada, los estados de la OTAN han aceptado y aumentado la cuantía de mujeres en sus Fuerzas Armadas.
En contraposición a la naturaleza excepcional que históricamente adquirió su presencia en las batallas y formaciones militares, a partir de los setenta se desenvolvió una senda en el grueso de las democracias de Occidente, que confirió a las mujeres prescripción militar dentro de las Fuerzas Armadas. Así, como se ha expuesto en estas líneas, se incluyeron en los cuerpos mixtos y llegaron a un compás creciente a otros puestos y áreas colectivas.
Desde aquel tiempo, dos tipos de componentes se identifican para dar cuenta de la progresión en la aportación militar femenina. Primero, los elementos político-culturales que dispusieron los medios contextuales indispensables para el reclutamiento femenino. Me refiero a los cambios relacionados con el reconocimiento social del papel de las mujeres, como a su disposición en el mercado laboral y a las influencias democráticas por la igualdad, con la intensificación de derechos y oportunidades.
Y segundo, desempeñando un peso más directo, se generaron otras alternativas en los círculos militares, fruto de ciertos saltos tecnológicos y de redefiniciones en el concepto de estrategia y socioorganizacionales.
Con los indicios de alcanzar más especialización y profesionalización, así como la reamortización en la cuantificación de los recursos humanos, las Fuerzas Armadas pasaron a nutrirse cada vez más de la sociedad, para extraer lo mejor de sí con el personal cualificado.
La acentuación de la mujer y la combinación de sus facetas con aires frescos, asentaron el augurio y una de las deducciones más perceptibles de las reformas solícitas a desencadenarse.
El empuje de una panorámica más accesible y la sustracción de posibles barreras en la acogida de las mujeres para las ocupaciones militares, eran notorias en las últimas décadas en países del Viejo Continente y América del Norte, como igualmente, en Latinoamérica. Lo que condujo a las Fuerzas Armadas incorporar unas cifras cada vez más elevadas de mujeres y, en simultáneo, engrosar su representatividad dentro de los establecimientos militares.
“Estas y otras cuestiones que quedan en interrogante en la primera parte de este pasaje, trasluce el apresto imparable de la mujer en la idiosincrasia de las Fuerzas Armadas, que ineludiblemente ha suscitado un desafío en toda regla”
Sucesivamente se incluye a las mujeres en las academias, orientando su acceso a diferentes destinos y aplicaciones. No obstante, todavía continúa centralizada en trabajos de apoyo, en una ponderación que tiende a ganar terreno con la supresión de trabas en las directrices operacionales o de combate.
En muchos casos, se decretaron e implementaron políticas inclusivas que ratificaron la llegada de la mujer a varias funciones, con el suplemento de plazas operacionales en diversas parcelas.
Tómense como ejemplos estados como Canadá o Alemania, que conllevaron fuertes imposiciones externas para que se clarificase la igualdad de género en las Fuerzas Armadas. Otros, como Holanda, Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia, la impulsaron desde sus ministerios de Defensa y organismos afines.
Con un primer envite demorado, Portugal y España mantuvieron adelantos manifiestos en la inserción de las mujeres. Sin retraerse las presiones de prototipo más funcional, algunos estados de Europa Central y del Este practicaron el mismo trazado, dándose a ras de plomo una argumentación de los estereotipos de masculinidad militar, aunque las políticas integradoras proyectadas y cumplidas cambiaron considerablemente en cada contexto.
No desmereciendo ni mucho menos los éxitos de género hasta entonces conseguidos, la integración militar de la mujer aún estaba lejos de resolverse. Toda vez, que surge una predisposición a dejar atrás el lastre de la discriminación y ver con otros ojos la igualdad entre hombres y mujeres, perpetuándose los peros en las salvedades de la vertiente perteneciente al combate. En tanto, que su porte en los cargos de mando siguen estando condicionados y el retroceso, e incluso, la incompatibilidad a su conformación, no dejan de ser incesantes.
Antecedentes proporcionados por distintos análisis empíricos subrayan que donde el margen de integración formal es dominante, no ocurre lo mismo con el plano de integración social. Asimismo, los avances comparados en el pasado no siempre muestran una tendencia lineal: la colaboración militar femenina está fija a coyunturas de ensanchamiento y contracción, y en no pocas situaciones subyace una inclinación a la reinstauración de políticas restrictivas.
A este tenor, es incuestionable que concurren importantes divergencias entre las naciones aludidas. Mientras la integración de la mujer en el Ejército es un fin irrefutable, en otros, se asignan acomodos estrictamente alegóricos.
Adelantándome a lo que a posteriori fundamentaré, precisamente esta no es la trama indiferente que prevalece en el imaginario colectivo de las Fuerzas Armadas Españolas, en oposición a otros Ejércitos. España tiene sus deberes hechos.
Entre los episodios de extremada subrepresentación numeral, crecidísima segregación en la instrucción y rigurosas reservas funcionales y la conveniencia contrapuesta de abundante representación; además, de preparación integrada y posibilidad en las actividades de combate hasta terciarse toda una serie de postulados intermedios.
Con lo cual, ¿cómo se interpretan estos contrastes? O ¿en qué medida se fusionan a los modelos de relación civil-militar y a las dinámicas sociales? Sin inmiscuir, la transición emprendida en las Fuerzas Armadas. Queda claro, que el protagonismo femenino y la identificación de otras identidades de género en las corporaciones armadas, contradicen profundamente la visión androcéntrica del ser militar, cimentado sobre principios patriarcales con conductas discriminatorias y asignación de roles. Y esto, nos transfiere a recapacitar en la praxis del ‘Servicio de Armas’ que ha de prestarse, con la premisa de fomentar conciencia y equidad de género en el corto, medio y largo plazo a partir de la incorporación a filas de la mujer.
En consecuencia, estas y otras cuestiones que quedan en interrogante en la primera parte de este pasaje, trasluce el apresto imparable de la mujer en la idiosincrasia de las Fuerzas Armadas, que ineludiblemente ha suscitado un desafío en toda regla: más allá de los guarismos hasta ahora rebasados, su advenimiento pone la lupa en cuantas actuaciones inadecuadas se resisten a ser subsanadas, obligando a extirpar las prácticas y objetivos que entorpecen el principio de igualdad entre hombres y mujeres, sustentado en una legislación igualitaria.
Quedando mucho por recorrer para atrapar en su plenitud la igualdad efectiva y plena entre hombres y mujeres en las Fuerzas Armadas, así como en otras tantas parcelas de las sociedades reinantes, nos incumbe a todos y todas, esforzarnos por alcanzarla; fortaleciendo la implantación del criterio de género, como intensificar el pulso de la corresponsabilidad en la vida personal, familiar y profesional de la mujer, deteniendo implacablemente cualquier tentativa de acoso sexual y por razón de sexo.