Todo parece alinearse para dificultar la participación ciudadana en las próximas elecciones generales que se avecinan, concretamente, dentro de tres semanas, el próximo 23 de julio. La fecha elegida, en pleno verano, en período vacacional, con cerca de la mitad de la población española fuera de sus residencias habituales, con elevadas temperaturas previsibles a lo largo del día, las sospechas vertidas durante el último proceso electoral local y autonómico sobre eventuales manipulaciones en el ejercicio del derecho al voto por correo y otras incidencias varias, parecen arrojar un pronóstico, previo a las elecciones generales, de baja participación.
No obstante, es preciso trasladar al conjunto de la ciudadanía la importancia que para la evolución de lo que cotidianamente acontece en nuestra nación, tiene el hecho de que se posicione y manifieste cuáles son sus preferencias, ejerciendo para ello, de manera responsable, el derecho a votar.
El sistema democrático en el que vivimos se basa sustancialmente en el hecho incontrovertible de que la titularidad de la soberanía nacional recae sobre el pueblo español; sobre todo él, que tiene, en consecuencia, la responsabilidad de ejercer esa titularidad de una manera responsable y efectiva.
La democracia es, por excelencia, un régimen de opinión, pública y publicada, individual y colectiva, de minorías y de mayorías. No sólo consiste en votar una vez cada cuatro años, sino también en opinar activamente todos los días, pero el hecho de votar reviste, sin lugar a duda, una importancia trascendental en la expresión de la voluntad de los españoles sobre el modelo de sociedad que desean que exista en nuestra nación.
El recorrido experimentado por nuestra nación para alcanzar la situación política en la que nos encontramos ha sido largo y plagado de múltiples vicisitudes. Es probable que ninguna de las grandes naciones de la historia de la humanidad, haya experimentado un proceso de acceso a un sistema como en el que vivimos más largo y accidentado que el de nuestra nación.
Un hito esencial de ese proceso lo constituyó el período denominado de la transición política del último cuarto del siglo pasado en el que los españoles decidimos colectivamente sobreponernos al desencuentro arrastrado por nuestros antepasados, superando la división frontal entre lo que durante mucho tiempo se denominaron las dos Españas o dos formas absolutamente antagónicas y durante mucho tiempo irreconciliables de entender la realidad nacional. Aunque, en la actualidad, existen fuerzas que parecen dispuestas a minusvalorar el logro alcanzado en aquel período de reconciliación, la generalidad de los españoles deberíamos considerarlo como un legado de nuestros padres que no deberíamos malograr.
En esta XIV Legislatura, que el Presidente del Gobierno ha dado por finalizada, disolviendo las cámaras y convocando elecciones, hemos vivido lamentables escenas de polarización que han parecido querer reverdecer nostálgicos desencuentros entre las dos formas de entender España, retrotrayéndonos a períodos muy lamentables de nuestra historia. Desde esa perspectiva, la valoración de esta última legislatura no puede ser más que negativa y bien haremos, de cara al futuro, en recuperar ese espíritu de concordia que hizo a nuestros padres aplicar un contundente y efectivo golpe a la trayectoria de desencuentros en la que, lamentablemente, nos habíamos instalado.
Hoy volvemos a escuchar, desde diversos sectores, lanzar acusaciones cruzadas de cultivar el discurso del odio, al tiempo que se promueve el odio y la animadversión contra aquellos a los que se culpa de sembrarlo. La única manera de que el odio desaparezca de nuestras vidas es, simple y llanamente, no cultivándolo. España es múltiple y diversa y no existe ninguna sensibilidad ni percepción de ella que pueda calificarse de ilegítima, más que aquellas que, de una u otra manera se opongan a las leyes vigentes o, lo que es lo mismo, a la expresión colectiva de lo que, ‘entre todos’ queremos considerar como la forma propia de entender nuestra nación, que nunca será una manera única e impuesta por un sector minoritario sino diversa y propuesta, para su aceptación negociada por parte de la mayoría.
No es un buen principio para esta aproximación cordial a la España múltiple y diversa en la que todos podamos sentirnos cómodos, la dicotomía establecida por el presidente del Gobierno en su última intervención en el programa televisivo de El Hormiguero, en la que simplificó la inminente confrontación electoral a la existencia de dos bloques o bandos contrapuestos. Según él explicó/redujo, se trata de una confrontación entre los partidarios de Pedro y Yolanda contra los partidarios de Feijóo y Abascal. Un reduccionismo alarmante y preocupante de quien durante cinco años ha sido responsable de mantenernos deseablemente unidos en un proyecto colectivo.
En mi opinión, es realmente urgente recuperar la normalidad, que hemos vivido en otros períodos de nuestro pasado reciente. Normalidad en la que el centro de la atención política se concentraba y se debe volver a concentrar en los problemas reales de los ciudadanos en lugar de en las obsesiones ideológicas de minorías, que, sin duda, han de ser escuchadas y en la medida de lo posible atendidas, pero que no pueden suplantar las legítimas aspiraciones de una inmensa mayoría de españoles para avanzar en el progreso y en el estado de bienestar de la generalidad de los ciudadanos.
Sorprende la concentración, cuando no la ofuscación, en la satisfacción de las necesidades de unos pocos, dejando, para ello, aparcadas la resolución de los problemas de la mayoría. Tenemos problemas de gran envergadura que afectan a buena parte de la población, como son la inflación y la cantidad y la calidad del empleo que se ven postergados y cuya solución no admite demora, si queremos, ciertamente, promover la mejora de la calidad de vida de los españoles en su conjunto.
No hemos de desfallecer, sino que, por el contrario, hemos de asumir con fuerza y con convicción, la responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos para llevar adelante, ‘entre todos’, este proyecto compartido de éxito y de progreso que conocemos como España. Es para ello indispensable, a pesar de todas las adversidades, no minusvalorar la importancia de votar.
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