La Gota de Leche, el Centro Asistencial. Ay, caramba, cómo cambian los tiempos; sí, porque hace unos años aquello era algo así como la Beneficencia, la casa de los pobres, de los menesterosos, pero hoy, desde luego, no. En ningún aspecto; hoy es un artículo, oferta de lujo vital para el mayor, el veterano que, por una razón u otra, tiene que abandonar –o quiere– sus cuatro paredes para ser asistido perfectamente en lo culinario, en lo sanitario y en lo social.
Sor María José es la coordinadora del servicio de cocina. Hay que verla con sus seis colaboradoras profesionales metidas en faena, creando menús sin olvidar los gustos, etnias y tradiciones de cada comensal –y son más de un centenar, cuidado– dando siempre lo apetecido. Tantos son que hasta colectivos desfavorecidos comen de la Gota de Leche.
Hay trabajadoras con decenas de años en el centro y reconocen que “la Gota de Leche ha cambiado como de la noche al día; hoy tenemos mejores equipos, mejores materiales y, en consecuencia, mayor compromiso porque, para nosotras, lo importante es quien se sienta a degustar nuestros platos y se levanta a plena satisfacción”.
Sitúense: 11 de la mañana de cualquier día, esquina interseccional entre las calles del Músico Granados y del Teniente Coronel Millán Astray, junto al muro del Centro Asistencial, y aspiren, huelan sin miedo. Se reunirán con un aroma propio de un hotel de cinco estrellas o un restaurante de cinco tenedores, propio de cualquier estrella de la renombrada Guía Michelín. La hermana María José y sus colaboradoras tienen la culpa porque están preparando la comida, día a día, sin desmayo.
“No sólo es una obligación que nos imponemos, sino una gran satisfacción y una gran alegría para las que trabajamos aquí –dice la monja– porque la sonrisa de una persona mayor, que tiene derecho a ser feliz tras una vida cargada de trabajo, es lo que más nos recompensa. Que un residente nos dé un beso tras almorzar o cenar… eso no está pagado con nada. A veces piensa una que esto no es un trabajo sino un regalo del Cielo”.
Comienza pronto la jornada de trabajo en la Gota de Leche y el primero que la empieza es el conserje de entrada; el segundo, siempre, todos los días del año, es el gerente del Centro Asistencial, un joven que tiene el lujo de haber sido hijo del mejor poeta melillense de todos los tiempos, don Miguel Fernández. Él, el gerente, se llama como el padre y añade otro ilustre apellido a su DNI, el de Bartolomé, seña de identidad de inolvidables maestros locales, como su guapa madre, por dentro y fuera, doña Lolita Bartolomé.
Pero dejémonos de semblanzas que luego mi directora me regaña. La realidad es que el Centro Asistencial se ha asomado al futuro con descaro, diciendo aquello que exclamaban los leones de los alférez provisionales de la plaza del Primero de Mayo ‘¡Aquí estamos!. Allí están sus inmensos trabajadores y sus incansables trabajadoras y allí están nuestros seres queridos. En suma, en esa labor solidaria deberíamos estar todos porque la cosa es como para presumir.