El Hospital Comarcal está con un solo profesional de endocrinología para atender a todos los pacientes desde que la otra médico que había en la ciudad que había se marchó en el mes de enero.
Esta doctora, de nacionalidad rumana, lleva ya 17 años en España, la mayoría de ellos en Madrid. Los últimos cuatro años, desde enero de 2020, estuvo trabajando en Melilla con unas condiciones adaptadas a su vida personal que le permitían estar con su familia los fines de semana en la capital.
La médico habla con pena de su marcha, ya que estuvo “fenomenal” hasta finales del año pasado. Junto con su compañero y resto de personal de Enfermería y auxiliares, formaban un excelente grupo, hasta el punto de que apenas tenían lista de espera cuando en Madrid, por ejemplo, es de seis meses. “Éramos el sueño de cualquier gestor sanitario”, cuenta.
Su paz vital comenzó a agrietarse cuando llegó, a finales del año pasado, un nuevo coordinador de Medicina Interna que reestructuró “a peor” todas las consultas de endocrino sin tener en cuenta las necesidades del servicio.
Lamentablemente para ella, feliz hasta ese momento en la ciudad, el nuevo coordinador, reumatólogo de profesión, le retiró las condiciones pactadas con la antigua dirección del Hospital.
La facultativa cuenta que no pudo aguantar una situación en la que, además, no se le permitió crecer profesionalmente y desarrollar plenamente sus funciones. “Cosas con maldad, con ánimo de destrucción y sin sentido práctico”, afirma, y asegura que esta opinión la comparte el resto de personas que trabajaba a su lado.
Tras dos meses aguantando a base de ansiolíticos y llorando “de pena e impotencia”, decidió marcharse sin que nadie intentara frenarla pese a que se quedaba solo su compañero para atender a todos los pacientes.
Tampoco sirvieron sus escritos, incluso la petición de ayuda al Colegio de Médicos, advirtiendo de la situación y donde explicaba, por ejemplo, que la prevalencia de la diabetes en Melilla es el doble que en el resto de España. “No les han importado las listas de espera, los pacientes ni mi salud mental”, asevera, hasta el punto de que, según ella, al final fue un “acoso laboral” para que se fuera.
La endocrina quiere que los melillenses sepan que su salud “está en manos de gente a la que sólo le importa su poder”, lo cual considera “muy triste”, y recuerda que “a Melilla no quiere venir nadie”.
En su opinión, lo suyo fue “una gestión pésima” por parte del Hospital Comarcal, ya que “no se puede perder a una buena profesional por un ataque de ego y de poder” en lo que fue como “una ejecución en la plaza pública con todo el mundo cruzado de brazos”.
Esta doctora está tremendamente triste, pues su vida era plena en Melilla. Se había comprado un piso y había “apostado” por permanecer en la ciudad autónoma. Tanto que rechazó en su momento el mismo puesto que ahora tiene en Madrid porque su ilusión era trabajar en el nuevo Hospital Universitario.
“Ha sido todo muy injusto y se han cargado mi vida, las de muchos pacientes e incluso la de mi compañero, que está trabajando solo. Se han cargado uno de los mejores servicios del hospital”, relata con evidente pesar. Lamenta también que “a los buenos los queman en Melilla”. “No se queman. Los queman y se van y, aunque también hay gente buena que se queda, es a un precio muy alto de aguantar una mala gestión”, protesta. A su parecer, el Instituto Nacional de Gestión Sanitaria (Ingesa) “es un barco que se está hundiendo, porque no tiene pies ni cabeza lo que están haciendo”, y augura que, vista la “pésima” gestión, otros se irán también más pronto que tarde.
Pone mucho énfasis esta médico en explicar lo bien que se encontraba ella en Melilla. Los pacientes le contaban, cuando llegó a la ciudad, que “la gente viene aquí llorando y se va llorando” y ella da fe, puesto que no recuerda haber sentido tanta pena en su vida como durante su última semana en la ciudad, recogiendo sus cosas. Manifiesta que está “muy agradecida” a la gente, “muy amable” y que en todo momento le hizo sentir “arropada”. Aprovecha, de paso, para informar a sus pacientes de su marcha, porque teme que no lo hayan hecho desde el Hospital Comarcal. “Ni siquiera tienen ese respeto por ellos”, protesta.
Esta médico considera que tampoco eran mucho lo que pedía cuando “luego vienen un dermatólogo con horario a la carta o un urólogo sin el título homologado, y otros compañeros trabajan en jornada intensiva”. Ella habla de un “acoso y derribo” por parte del Hospital y no sabe a qué se puede deber si ella cumplía con su trabajo. En definitiva, se trata, dice, de algo “muy triste y sin sentido” que nadie entiende.
Así las cosas, tampoco ella comprende por qué se hace la huelga de médicos, que califica de “contradictoria” si se tiene en cuenta su caso, ya que no le ve sentido a luchar por mejores condiciones para que vengan facultativos y se deje marchar a los que ya están aquí. “Es absurdo que el sistema no cuide a los que tiene dentro”, insiste, y pone como ejemplo a una amiga suya pediatra que ha llegado a atender a 100 niños en una mañana. Ella reitera que se sintió “maltratada” e “infravalorada”.
En cualquier caso, piensa que el problema puede no ser específico de Melilla, sino del Ingesa, ya que “a la endocrina de Ceuta le pasó lo mismo, que la quemaron tanto que, aun siendo ceutí, acabó marchándose a Granada”.
“¿Cómo es posible que con estos trabajos de difícil desempeño se puedan permitir el lujo de maltratar a sus profesionales? Lo mío ha sido como una película de terror, pero el sistema es así y tienes que aguantarte”, apunta con resignación.
Desde su marcha, un solo endocrino para toda la población y el endocrino anunciado en las jornadas de diabetes del pasado mes de noviembre todavía no se ha incorporado, aunque el Ingesa asegura que ya existe un acuerdo para la incorporación inmediata de un profesional y que se está buscando a un tercero.
Mientras tanto, desde Madrid, la médico reitera su agradecimiento y agradece infinitamente la confianza depositada en ella por los pacientes y por una ciudad que siempre permanecerá en su corazón.
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