No son una comunidad, desde la definición de ese término que tanto tiene de aislante, de poca permeabilidad, más que comunicante. Son un pueblo que forma y contribuye a ese concepto necesario que llamamos sociedad. Quizás y por el devenir de la Historia, los judíos, tantas veces han sido simplificados en su existencia, en su trasiego no ajeno a vicisitudes y cruentos episodios, pero su papel en la construcción humana allá donde siempre estuvieron y están, se fundamenta en los hechos.
El judío, por tradición, no abona en la superioridad sino en la necesidad de su existencia y es por ello la lucha por la supervivencia desde tiempos bíblicos. Su notoriedad, basada más que nada en la participación y desarrollo de una sola comunidad de ciudadanos de muy diversa concepción, matices y credos, se afana en la búsqueda de la prosperidad que no deje a nadie definitivamente atrás.
Sociedades como la de Melilla, han escrito sus páginas antiguas y modernas con apellidos como Cohén, Serfaty, Levy, Guahnich, Benzaquen, Wahnon… muchos de ellos originarios de aquellos judíos sefardíes expulsados a finales de la Edad Media de la Península Ibérica cuya diáspora comenzó a formar parte de la vida de colectividades en el norte de África, Mediterráneo oriental y otros países de Europa. Nuestra formación docente y crecimiento social fue junto a pequeños de distinta confesión pero de igual acepción común de lo humano.
O como la de Marrakech, zona que se encuentra hoy profundamente herida por la fatalidad y el dolor que se ciernen, sobre todo, injustamente en los más débiles, cuyo antiguo Barrio Judío, la Mellah, (muy dañado por el terremoto) no solo contribuyó a la prosperidad de esa legendaria ciudad marroquí sino que, incluso, conserva alguna sinagoga del siglo XV. El paso del tiempo creó un espacio de vida común desde la diversidad de la fe y las costumbres.
Los judíos gozan de un gran sentido del humor, algo que les viene como tradición cultural desde tiempos arcanos. Su manera, por lo general, de dar un toque cómico a tantas y tantas vicisitudes acaecidas por la identidad, la peculiaridad, las diásporas o la propia supervivencia, es un puente de acercamiento a los demás aportando incluso un elemento jocoso y tan necesario para el equilibrio de la cordura. No hay nada mejor para desmitificar y acercar que el humor.
Pronto comenzará el nuevo año judío, el 5784, su calendario de efemérides y tradiciones es todo un compendio de significaciones de muy amplio abarcamiento y en lo que lo fácil es ir descubriendo, año tras año, nuevas sensaciones y hábitos que constituyen en conjunto un patrimonio inmaterial, pero crucial, de toda la sociedad.
“La libertad es el oxígeno del alma”, así lo reiteró Moshé Dayan. Nuestra libertad es aquella que permite respetar y disfrutar la singularidad sin menoscabo de la diversidad que la ampara. Nuestra cultura, nuestra forma de vivir y sus avatares, nunca habrían sido lo que fueron, son y serán sin la participación y la conjunción de los judíos, singularmente los sefardíes.