El director general de Save The Children en España, Andrés Conde, está desde el martes de visita en Melilla para conocer de primera mano la situación de los niños migrantes, tanto los menores extranjeros no acompañados, como los refugiados o subsaharianos. Destaca que Melilla es “un punto muy importante” en cuanto a la entrada de estos jóvenes a la UE y pide a las autoridades y a la sociedad que no olviden el “deber de protección” hacia ellos.
–Como director general de Save The Children, ¿qué le ha llamado la atención en su primera visita a Melilla?
–Lo que me ha sorprendido es que Melilla es una ciudad con muchos niños. La infancia tiene un protagonismo importante. Aquí hay desafíos de infancia muy específicos y particulares, relacionados con el carácter fronterizo de la ciudad. Hay una serie de circunstancias que la hacen un lugar desafiante en materia de infancia.
–¿Son desafíos que se pueden cumplir?
–Hay mucho que hacer. Las circunstancias son complejas. En esta visita hemos percibido una actitud colaboradora de las instituciones y una sensación de desbordamiento en cuanto a la situación de los menores no acompañados. En número y en cuanto a la dificultad de los desafíos que se plantean.
–Hoy (ayer) El Faro publica que Bienestar Social y la Fiscalía colaboran para detectar casos de radicalización entre menores extranjeros, ¿creen que pueden darse casos? ¿Estaba Save The Children al tanto?
–En todas las conversaciones con responsables de centros de protección, con el consejero de Bienestar Social y con los actores inmersos en el proceso, en ningún caso ha surgido que estos hechos pudieran producirse. Nuestros equipos tampoco han percibido nada. Lo que es cierto es que cuando a un niño no se le ofrece un proyecto de vida, su ansiedad y su desesperación aumentan. Cuando eso ocurre, los menores son más susceptibles a atender a otras ofertas más radicales.
–¿Cree que esta desesperación de la que habla puede hacer que un niño prefiera vivir en la calle antes que en un centro? ¿Qué cree que lleva a un cierto grupo de niños a no querer estar en los centros de acogida?
–Muchas veces las condiciones de los centros de protección no son las que ellos prefieren y pueden pensar que tienen más oportunidades si salen a la calle. También es posible que vengan de estar en la calle en sus lugares de procedencia. Es difícil señalar una sola causa.
–En el caso de Melilla, ¿cómo se puede hacer para que los niños no sigan en la calle?
–Es importante que fortalezcamos los sistemas de protección de los menores no acompañados que están en la calle. Que exista un trabajo con educadores de calle, educadores especializados para niños que eligen estar en la calle. Ocurre en otras ciudades europeas, especialmente de carácter fronterizo. Para estos niños la solución de centros de protección no es la más adecuada. Save The Children entiende que exige más medios y un trabajo de medio plazo, pero como autoridades y sociedad civil tenemos una responsabilidad de protección. Es muy importante que dediquemos una atención personalizada.
–Desde las instituciones se insiste en que el mejor lugar para que estos niños crezcan es su familia. Por otro lado, la Fiscalía General del Estado habla de “efecto llamada” al no repatriarlos. ¿La repatriación es la solución? ¿El mejor lugar para ellos es realmente su familia?
–Salvo circunstancias excepcionales de niños con violencia intrafamiliar, como es el caso de niñas que nos hemos encontrado que huyen de una situación de violencia intrafamiliar, de agresiones por parte de familiares, la familia siempre es el mejor lugar para un niño. Siempre hay que buscar la repatriación familiar, salvo los casos en que la familia es el agresor.
Sobre el efecto llamada, al que parece que tenemos pánico, creo que lo importante es el efecto expulsión: qué provoca la salida de estos niños de su país. Situaciones de pobreza, de desesperación extrema. Emprenden viajes peligrosos. Siempre nos fijamos en que nuestras medidas producen efecto llamada, cuando el factor determinante es el efecto expulsión. La situación en que viven les lleva a algo que no desean: un viaje peligroso e incierto. El temor a un efecto llamada no nos puede hacer olvidar que tenemos un deber de protección. Estos menores son niños antes que migrantes, así que tienen derechos específicos.
–¿No podemos llegar a pensar que si los niños salen de casa será porque allí no creen que puedan vivir bien?
–En los casos en que hay violencia intrafamiliar, que son más frecuentes de lo que parece, la familia no es el lugar idóneo para los niños. Algunos de estos niños vienen de estas situaciones. En otros casos es la pobreza extrema o la falta de oportunidades en su país de origen. En un adolescente, ésa razón es muy poderosa.
–Una de las cosas que más sorprende fuera de Melilla es que estos menores lleguen a lanzarse al mar para meterse en un barco como polizones. ¿Cómo se le pone freno?
–Un niño que hace este tipo de cosas es que no tiene nada que perder. Lo que dejan atrás es aún más desesperado y peligroso, y seguramente no tenga futuro. Emprender estas iniciativas tan peligrosas, incluso para los adultos, para ellos es una vía mejor que en el punto en el que están. Para ellos son oportunidades, que no tienen en el lugar en el que están.
Es importante que, no sólo la Ciudad Autónoma, sino el conjunto del Estado, sepa que tiene niños durmiendo en la calle. Es una responsabilidad del conjunto del Estado. También hay que entender que esos niños son los más vulnerables que existen en España. No hay niños con más precariedad o desprotección en el país. Debemos emplear todos los medios posibles para su protección. Requiere métodos y estrategias distintas a las que usamos con otros niños. Es esencial fortalecer mecanismos especializados para niños de calle y trabajar y cooperar con los gobiernos de sus países de origen para que, mediante programas de arraigo, den oportunidades a esos niños en sus países. Ellos seguramente quieran quedarse, pero si vienen es porque no tienen alternativa.
–Uno de los aspectos más delicados de esta cuestión es la percepción de estos menores por parte de la sociedad, la normalización de estas situaciones. ¿Hay que hacer un ejercicio con la sociedad o es cierto que estos menores causan inseguridad?
–Que lleguemos a normalizar el hecho de que menores vivan en la calle y mendiguen es intolerable, pero es normal. Estando expuestos a un fenómeno durante mucho tiempo se crea una costumbre. No debemos acostumbrarnos a lo intolerable.
Me gustaría señalar que, en conversaciones con la Policía, nos dijeron que es más la sensación de inseguridad que producen estos niños que la inseguridad real que producen. Los delitos cometidos por estos niños son minoritarios, menos del 10%. Los responsables de la Policía de Melilla nos han dicho que los datos no relacionan un nivel de delitos importantes que proceda de los niños en la calle. No hay que criminalizarlos. Entiendo que sean una presencia incómoda que nos haga cuestionarnos constantemente. Pero lo que deberíamos hacer es ocuparnos de los niños con estrategias específicas y con una atención más intensa.
–En el informe de Save The Children ‘Infancia invisible’ hablan de “falta de personal capacitado” en los centros de Melilla.
–Los centros de protección están al doble de su capacidad. Hay más niños de los que se pueden atender con calidad. Están en una situación de desdoblamiento crónica. Save The Children pide una dotación mayor de recursos que permita una atención más personalizada para esos niños. Creemos también que la formación de los profesionales es importante. Pero el problema fundamental que hemos notado es la sobreocupación que se está volviendo crónica. Se soluciona con voluntad política y recursos.
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