Editorial

Inseguros y hartos

  • A ver si el delegado del Gobierno le cuenta al ministro Zoido el drama de los niños de la calle

La Guardia Civil reconoció ayer que el miércoles fue una jornada “crítica” y “peligrosa”. En sólo 24 horas los agentes interceptaron alrededor de 150 polizones en el puerto. Una veintena de ellos, sepultados en bateas cargadas de cenizas procedentes de la incineradora. Al menos dos menores que estaban haciendo ‘riski’ tuvieron que ser trasladados en ambulancia al Comarcal. Uno de ellos, con una herida en una pierna.

No es un hecho aislado. Es el pan nuestro de cada día. En lo que va de año, según el Instituto Armado, han sido interceptados hasta 4.000 inmigrantes de origen magrebí en el puerto. Cuatro de cada diez son menores de edad.

Desde la Benemérita comentaban hace escasos días a El Faro que en torno a 40 personas, la mayoría menores, son interceptadas a diario en la zona del puerto comercial de Melilla. Esa cifra nos parecía tremenda. Sin embargo, el miércoles fue un día negro. El número subió a 150 y nada hace pensar que esto no vuelva a repetirse.

No dudamos de que desde la Ciudad, que tutela a muchos de estos niños que quieren subir como polizones a un barco, se hacen esfuerzos para afrontar el problema. Pero no es suficiente ni humanamente posible seguir soportando el aumento constante de llegadas de menores no acompañados a nuestra ciudad.

Hoy por hoy nos estamos haciendo cargo de la juventud de Marruecos. Rabat no quiere ni cuida a sus niños y Melilla se está convirtiendo en un tapón para la llegada de estos inmigrantes a Europa. Porque no nos quepa la menor duda: ellos no vienen a quedarse. Quieren irse a Alemania, a Francia, a los Países Bajos o a Italia. Aquí sólo están de paso.

Estamos en un punto sin retorno en el que necesitamos con urgencia el apoyo de la Unión Europea y la mediación del Estado español para conseguir que Marruecos, de una vez, acepte la devolución de los niños que duermen debajo del puente del Tesorillo, se asean con agua estancada y esnifan pegamento para evadirse de una vida que no se toman en serio.

Pero en la calle no duermen sólo menores. También hay adultos que llevan a los vecinos de esta ciudad por el camino de la amargura. Da miedo salir a caminar por algunas zonas de Melilla a las nueve de la noche. Los robos y los abusos sexuales nos tienen hartos.

A ver si en la próxima visita del ministro del Interior, que aún no conoce Melilla, el delegado del Gobierno le cuenta el drama que viven los niños marroquíes y argelinos en nuestras calles. Y también le habla de la preocupación de los melillenses por la inseguridad.

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