La loma de los árboles era el camino que llevaba a la posición de Igueriben, cercada prácticamente por el enemigo desde el mismo momento en el que fue ubicada en lo alto de un promontorio .
La pista asciende suavemente por la conocida como loma de los árboles. Unos cuantos eucaliptos dan algo de sombra a ambos lados del camino. El campo aún verdea en esta primavera algo seca, según comentan los vecinos de la zona. La tranquilidad que se respira en este lugar es total, salpicada por una leve brisa que hace más llevadero el día. Un sol implacable nos acompaña durante el trayecto. Estamos en Annual y nadie diría que en este hermoso lugar se consumó una de las mayores tragedias del Ejército español en el siglo XX, en concreto en 1921.
Pero nuestro viaje pretende acercarnos algo más al comienzo del desastre y para ello hay dos puntos clave en el escenario que aparecen a la vista. Al fondo, algo lejos, el monte Abarrán y al otro extremo de la loma de los árboles, Igueriben, gloria e infierno a la vez y tumba de más de 300 personas un aciago 21 de julio de 1921.
Y es que la loma de los árboles era el camino que llevaba a la posición de Igueriben, cercada prácticamente por el enemigo desde el mismo momento en el que fue ubicada en lo alto de un promontorio pelado, en el fondo del valle de Annual, un ejercicio táctico que pretendía proteger el flanco sur del valle ante las previsibles embestidas de las tropas rifeñas, o tal vez no, pues algunos analistas estiman que esta posición carecía de sentido, pues se estableció pensando que nunca sería atacada.
En cualquier caso ya no puede hacerse nada al respecto. Tan sólo la historia y el recuerdo, perdido en la memoria, parecen haber hecho las paces con este lugar. Un infierno que pudo haberse evitado y que fue testigo de una de las acciones heroicas más comentadas a lo largo de estos años.
Pese a ello, el recorrido comenzó unas horas antes, en la localidad del Dar Drius. Desde aquí se desparramaban las diferentes posiciones españolas, pequeños puntos de control, con los que se pretendía vigilar los accesos al valle de Annual. En Drius no queda nada que recuerde a España con excepción de una decrépita iglesia, escondida entre un olivar cercano y sorpresa, un viejo cuartel de caballería en las afueras de éste inhóspito pueblo.
El acceso al valle de Annual se hace desde Ben Tieb, prácticamente en las faldas de la pequeña cordillera que separa esta localidad y las llanuras del Gareb de Annual.
Y es en la subida de las primeras estribaciones montañosas donde se ubicó la primera posición de control, Intermedia A. Tras ella vendrían otras más, la loma del morabo, Izzumar, de triste recuerdo al ser la zona más accesible para entrar y salir del valle de Annual y más tarde, otras dos posiciones más, Intermedia B y C. Todas ellas quedaron aisladas el 21 de julio de 1921, algunas de ellas unos días antes, como fue el caso de Igueriben.
Un paseo por la cima de estos dos promontorios desvela detalles poco conocidos al viajero que acceda al lugar. La primera pregunta es saber cómo es posible que en aquella loma se instalaran más de 300 personas, pues el espacio es mínimo.
El 7 de junio de 1921 se ocupó este pequeño emplazamiento. Fueron 354 efectivos militares, pertenecientes la mayoría al Regimiento de Ceriñola. Su nombre se cubrió de sangre en aquellos aciagos días.
Junto a ello, también se instaló una sección de ametralladoras, una batería de montaña, tres miembros del Cuerpo de Ingenieros y diez efectivos de la Policía Indígena. El destino estaba echado para estos hombres, cuyo sufrimiento quedó plasmado en un pequeño libro, escrito por el único oficial superviviente de aquel desastre, el teniente Luis Casado Escudero.
La subida a Igueriben no es pesada, pero entre la loma de los árboles y esta cima hay una serie de barrancos que hay que franquear. Uno no puede dejar de imaginar cómo sería el pasisaje en pleno verano. En Igueriben no había agua, otro de los problemas, y estaba rodeado de pequeños barrancos, buenos sitios para que se escondieran los rifeños.
Desde lo alto se divisa el valle de Annual, en dirección norte. Al fondo se ve la posición de Talilit y detrás de ella se percibe el mar. La frescura de la brisa llegaba de ahí, de las playas de Sidi Dris, aunque para los de Igueriben aquello no era más que un recuerdo lejano.
Al frente de Igueriben quedó un jóven comandante, Julio Benítez, malagueño. Una estatua honra su nombre en la capital de la Costa del Sol. Siempre le preocupó el problema de las aguadas aunque nadie pareció hacerle caso. Sin duda la tragedia comenzó a vislumbrarse de ese momento.
Los días pasaban en la posición más avanzada de las líneas españolas. Al fondo, en dirección sur, las estribaciones de la sierra de Tensaman oscurecían el horizonte.
Desde lo alto de Igueriben se percibe el peligro. Los primeros ataques no tardaron en comenzar y se irían agudizando con el paso de los días aunque lo peor estaba por llegar.
El desastre se presiente
La vista desde Igueriben es magnífica. La calma tan sólo se ve interrumpida por unos lejanos yu yus, cánticos de bodas en esta época del año. Se acerca el verano y las gentes de este lugar se preparan para festejar sus tradiciones. Sin embargo hay algo que sobrecoge en esta loma batida por el viento. Nada rompe el silencio en esta mañana soleada, si acaso el ruido de los propios pasos sobre la tierra, dura y seca.
El 17 de julio de 1921 las kábilas más importantes de la zona ya han tomado la determinación de atacar la posición con todas sus fuerzas. Beni Urriaguel, Tensaman y Bocoya se unen para masacrar a los españoles. La posición quedó aislada desde ese día y los intentos por socorrerla serán infructuosos. No hay nada que hacer ya, excepto luchar y morir, por España y el Ejército. La gloria y en infierno se dan la mano por primera vez después del desastre de Abarrán.
El 19 de julio se intentó por última vez socorrer la posición. Finalmente el alto mando desiste. Habrá que esperar al día 21, momento en que se intenta dominar sin éxito la loma de los árboles.
El teniente Casado Escudero escribirá más tarde la angustia de muchos de los defensores, “los heridos y enfermos claman agua, con voz que suena en nuestras almas con temblores de súplica”.
Tenía razón Benítez. A la dureza del enemigo se sumaron otras desgracias, entre ellas la ausencia de agua. Casado Escudero lo afirma así: “es horrenda la sed, se han bebido la tinta, el petróleo, la colonia y los orines mezclados con azucar. Se echan arenilla en la boca para provocar, en vano, la salivación. Los hombres se meten desnudos en los hoyos arenosos para gustar el consuelo de la humedad”.
La situación es desesperada y los muertos hacen insoportable la estancia en la posición. El ánimo desfallece. Benítez manda una retirada. Para ello establece un plan. Un grupo de efectivos saldrá a mano derecha a contener el ataque rifeño. El resto se retirarán como puedan. Al frente del pequeño grupo está Casado Escudero.
Antes de ello se manda un último mensaje al alto mando: “sólo quedan doce cargas de cañón, que empezaremos a disparar para rechazar el asalto. Contadlos y al duodécimo disparar fuego sobre nosotros, pues moros y españoles estaremos envueltos en la posición”. El plan se hace de esta forma. El resultado serán 34 supervivientes, entre ellos el teniente Casado Escudero, que será hecho preso por la tropas rifeñas después de ser herido.
Atardece sobre Igueriben y decidimos bajar pues hay que volver a Melilla. Al llegar a los vehículos un grupo de jóvenes rifeños nos ofrecen algunas balas que encontraron por la zona. Nos piden dinero por ellas.
Finalmente declinamos el ofrecimiento y nos vamos del lugar. La cordialidad reina en el pequeño aduar. Nos despedimos de Annual aunque no sin olvidar las palabras e impresiones de Casado Escudero cuando estuvo en Igueriben: “muere la tarde; la luz crepuscular adquiere un tono de un rojo intenso que transmite a las vecinas montañas, como si la naturaleza presagiara el triste fin que la fatalidad nos tenía reservado”.