En los tiempos que corren es un grito a voces que la ‘Europa de la Defensa’ ha de interpretarse en distintas claves. Llámese la cooperación bilateral y multilateral entre los países europeos, la Unión Europea (UE) y la Alianza Atlántica (OTAN). Tampoco resulta novedoso que su tratamiento efectivo requiera la implementación afanosa de una cultura estratégica compartida por los ciudadanos.
Y es que en un entorno global oscilante con Rusia al filo de la navaja en su amenaza existencial a la seguridad del bloque europeo y más aún, con la recalada de Donald Trump (1946-78 años) a la Casa Blanca, es primordial reactivar el llamamiento de los Estados miembros y el firme compromiso de la Comisión Europea y el Consejo Europeo, que a pesar de los frentes bélicos abiertos, hay que reconocer que en los últimos años se ha avanzado en el criterio de la ‘Europa de la Defensa’.
Para adentrarnos en este marco habría que remitirse escuetamente al Tratado de Maastricht (7/II/1992), que en 1993 asentó la Política Exterior y de Seguridad Común y tras él, llegaría la cumbre franco-británica de Saint-Malo (3-4/XII/1998), apuntalando los cimientos de una Política Europea de Seguridad y Defensa. Un año más tarde, se forjó la Política Europea de Seguridad y Defensa (PESF) para definir la labor de la UE en el manejo de las crisis internacionales, mediante misiones humanitarias, mantenimiento de la paz o de interposición. Detrás, el Tratado de Lisboa (13/XII/2007) culminó una evolución institucional significativa, puesto que se plasmó la Política Común de Seguridad y Defensa, aparejándose su aplicación y apareció la figura del Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad.
Pero sobre todo, este Tratado equipó a la UE de una cláusula de asistencia mutua en caso de agresión a un Estado miembro, llevándose a término por vez primera como consecuencia de los atentados terroristas perpetrados en París (13/XI/2015). Conformando entre otras cuestiones, que los Estados miembros de la UE exhibieran su plena solidaridad con la República Francesa e incrementaran sus actuaciones en la lucha contra el terrorismo.
Dicho esto, en estas últimas jornadas la Unión sondea una declaración conjugada de sus países miembros a las reivindicaciones embaladas por Trump, que no ha vacilado un instante en poner al descubierto sus ínfulas. De ahí, que la UE haya trazado sus primeras líneas en campos tan delicados como el gasto en defensa, el pragmatismo comercial y la prolongación de los puntos de alianzas.
Primero, el mandatario norteamericano opina que los países del bloque no invierten lo bastante en defensa y aprieta para que amplíen su coste militar hasta un 5% de sus concernientes PIB. Una meta peliaguda y que llega cuanto menos ardua y distante, cuando la media de gasto corresponde al 1,9%. Si bien, en este panorama se alzan voces para eludir que la réplica de Europa resida en adquirir armamento americano, respaldando integrar y vigorizar las industrias europeas. En cambio, para el vicepresidente ejecutivo y comisario europeo de Mercado Interior de la Comisión Europea, Stéphane Séjourné (1985-39 años), es fundamental que el contrapeso estadounidense a la subida de los gastos europeos en defensa radique en una buena sintonía comercial. Comentaba literalmente: “No podemos tener una guerra comercial y al mismo tiempo construir una Europa de la Defensa”.
"Aunque Estados Unidos se abrace al principio de avalar la seguridad al amparo de la Alianza Atlántica, los debates sobre el acontecer del orden de seguridad deben seguir siendo made in europeos"
Segundo, Trump volvió a poner el acento con resolver altos aranceles a productos europeos, una probabilidad que supone un verdadero quebradero de cabeza. Recuérdese que los ingresos brutos entre Estados Unidos y la UE se elevan a más de 1,5 billones de dólares. Así, el pragmatismo comercial está garantizado.
Y tercero, partiendo de la base que China suscita notoria desconfianza en el bloque europeo, la Unión y el gigante asiático insisten en impedir enredarse en una guerra comercial, pero conservan aranceles cruzados y propuestas sobre varias discrepancias en el recinto de la Organización Mundial del Comercio (OMC). De ahí, que no queda otra que profundizar en la red de alianzas, tomando como ejemplo el preámbulo de posibles acuerdos comerciales con los integrantes promotores del Mercado Común del Sur (MERCOSUR). O séase, Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay.
Con estos mimbres, para referirse a la guerra o conflicto bélico, estrictamente hablando, no es preciso remitirse a épocas pasadas, porque en pleno siglo XXI el mundo se encuentra en hervor beligerante con muchos frentes abiertos y nuevos imperios divagan por hacerse con el botín. De Ucrania al Indo-Pacífico, desfilando por la República Árabe Siria y el Báltico, cada vez más intimidados por las líneas rojas que se infringen, transitamos por la cuerda floja al borde del precipicio. Queda claro, que el viejo continente encara una realidad inimaginable y en el punto cardinal, la defensa europea ante un hipotético enfrentamiento transatlántico.
A día de hoy, el devenir de Ucrania continúa figurando como la piedra de toque para la defensa europea, ya se trate de incógnitas específicas, como el refuerzo militar que pueden proporcionar los europeos; o digamos, que acotaciones más estructurales, como las perspectivas del orden de seguridad europeo. En términos más rigurosos, los europeos han de sondear concienzudamente las garantías de seguridad que están en condiciones de facilitar a Ucrania y hasta qué rango prosperaría el proceso de su adhesión a la Unión, o su entrada en la OTAN como fase precedente o paralela, es obstaculizada por Estados Unidos. Asimismo, habremos de estar prevenidos para ejercer un papel básico, una vez logrado cualquier acuerdo y sea cual sea su índole, para ocupar la laguna que dejaría la retirada americana, porque Washington no se hará cargo de la gestión del país, ni prestará a Ucrania apoyo económico o militar.
Al mismo tiempo, es admisible que no se consiga ningún pacto entre Washington y Moscú y se prolongue la guerra de desgaste, con el riesgo yuxtapuesto de colapso militar y descalabro de Ucrania. Los alcances de este entramado para la seguridad europea serían imponentes, con el añadido de un desembolso superior para afianzar la defensa de Europa ante un desafío ruso. Tampoco es descabellado el encaje de otras de las piezas de este puzle: que a corto plazo Trump explore inclinarse por una escalada militar del conflicto, si Rusia no está por la labor de ultimar un acuerdo en los términos anticipados por Estados Unidos, con el peligro de que los europeos queden en la diana de los desagravios de Moscú, ya puedan ser híbridos o convencionales.
Aunque en los últimos tiempos las diversas operaciones y misiones de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) se han desenvuelto especialmente en Medio Oriente y África, al igual que las misiones nacionales de los Estados europeos, este 2025 podría traer aparejado algunas variaciones. Y en el cuadro de choques dialécticos sobre una factible negociación de paz en Ucrania, se proyecta la coyuntura de dilucidar una intervención europea.
Lo cierto es que se barajan algunas alternativas para su secuenciación. Según y cómo, algunos actores europeos elegirían adoptar una coalición de voluntarios, con la finalidad de adiestrar a las fuerzas ucranianas, o bien asistirlas sobre el terreno. Principalmente, para dirigir una indirecta a Washington de que están listos para contraer mayor responsabilidad con la seguridad europea. Por el contrario, si los europeos no encaminan tropas a Ucrania antes de un creíble acuerdo, es probable que lo efectúen si se presume una fuerza internacional de mantenimiento de la paz.
De igual forma, puede producirse un despliegue multinacional en el marco de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) o una implicación planificada en el seno de la PSCD con un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU. Amén, que una misión de este calado precisaría del visto bueno de todos los Estados miembros de la Unión.
En este escenario los países más suspicaces, concretamente aquellos imparciales como Austria, podrían inhibirse de mostrar ayuda militar a Ucrania, acogiéndose en el Artículo 44 del Tratado de la Unión Europea que autoriza a la Unión desplegar, por voluntad unánime, una encomienda de la PSCD en “un grupo de Estados miembros que lo deseen y que dispongan de las capacidades necesarias para esta misión”.
Si la iniciativa anterior queda en agua de borrajas, los Estados preparados podrían desplegar en el guion del Derecho Internacional, una coalición de voluntarios al margen del marco institucional de la Unión. Aunque algunas naciones ya rechazaron esta coyuntura, entre ellas, Polonia y Alemania, otras con una cultura estratégica más intervencionista en la configuración de su posicionamiento, como Reino Unido y Francia, emprenderían esta determinación para confirmar su práctica.
A este tenor, aunque la amenaza que entrevé la Federación de Rusia para la Unión no se apunta en ataques convencionales en el territorio de los Estados miembros o de la OTAN, es abiertamente perceptible su injerencia siempre apuntando a las políticas internas, en lo que se denomina guerra híbrida con cruzadas de desinformación, espionaje, sabotaje, agresiones selectivas encarriladas contra infraestructuras críticas, ciberataques y asesinatos, e incluso episodios de vandalismo. Hay que recordar al respecto, que el Consejo Europeo impuso sanciones contra sujetos y agrupaciones culpables de maniobras desestabilizadoras rusas. Además, la Unión dispone de una “caja de herramientas híbrida” para prever y replicar a esta variante de amenazas, de lo que no es baladí que se constata un nexo entre el incremento y la acentuación de las irrupciones híbridas por parte de Moscú. Obviamente, para corresponder a los numerosos peligros que afronta Europa, habrá de estar presto tanto de capacidades como de financiación. Si bien, aunque la mayoría de los países dedican el 2% de su PIB en defensa, es sobre todo la desaparición de Estados Unidos del tablero de la seguridad europea y su recelo de susceptibilidad con Trump como socio, lo que hace indispensable más inversión y mejor acoplamiento de la misma.
Efectivamente, en 2024, la UE aprobó una estrategia de la industria de defensa con empresas multinacionales y empresas de mediana capitalización, para poner en acción una defensa europea y disminuir su dependencia, pero tanto la coproducción como el codesarrollo, políticamente son complejos y caros. El caso es que a corto y largo plazo y en razón de las excepciones presupuestarias de los Estados miembros y los envites de seguridad encarados, es ineludible una mayor contribución en la misma.
Otro de los temas recurrentes es citar la defensa mutua, poniendo énfasis en el Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, siendo el principio que establece que un ataque a un miembro de la OTAN, valga la redundancia, representa un ataque a todas las naciones de la organización. Esta ha sido y es la piedra angular de la Alianza desde que se instituyó en 1949 como contrabalanza a la Unión Soviética. En clave a lo anterior, habría que detenerse sobre el contenido del Apartado 7 del Artículo 42 del Tratado de la Unión Europea. Sobre todo, en vista de dos hechos que tarde o temprano estarían al caer. Me refiero a la adhesión de Ucrania a la Unión y la renuncia viable de Estados Unidos de su garantía de seguridad para los aliados a través de la Alianza Atlántica.
Aunque el Apartado 7 del Artículo 42, contrastado con el Artículo de la OTAN no circunscriba una garantía nuclear, puede ser un instrumento eficaz, porque en el fondo apremia a las potencias militares a razonar sobre la naturaleza del apoyo que facilitarían en un entorno que se produjera la inercia del Artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte y del Apartado 7 del Artículo 42 del Tratado de la Unión Europea, pero en la que los países miembros de la OTAN rechazaran contemplar ese ataque como una agresión contra la Alianza y, por lo tanto, no contestaran conjuntamente. De este modo, los Estados miembros de la Unión han de adecuar las probables combinaciones formuladas de uso del Apartado 7 del Artículo 42, para que el resto de miembros de la OTAN puedan secundar y envolver la vanguardia de la guerra híbrida. Sin inmiscuir, que ante los presumibles agresores, el indicio de solidaridad es transcendental para que este Artículo se convierta en efectivo en términos de la defensa mutua y la disuasión.
Ahora lo que queda sobre la mesa es ofrecer proposiciones en torno al fundamento de la defensa europea, en la que las enseñanzas aprendidas de la guerra de Ucrania versan apreciaciones absolutamente cuestionadas. Primero, si se impulsa la tonificación del eje transatlántico y, segundo, si prima realmente la soberanía europea.
Con este telón de fondo resultan tres realidades potenciales. Comenzando por el protagonismo de un grupo integrado por Alemania, Francia, Gran Bretaña, Polonia e Italia, que a su vez, moldearía un núcleo duro para el proceso sistemático de elección a nivel europeo; segundo, la voz cantante la llevaría Francia, siempre y cuando que el primer ministro y su gobierno se hallen afianzados. Está claro que Emmanuel Macron (1977-47 años) no sería en verdad ni un líder incuestionable, ni la preferencia elegida por algunos, pero dadas las capacidades críticas de Francia, su encargo como actor internacional y el lazo innegable con la administración americana, posiblemente se convierte en la mejor disyuntiva. Y tercero, la UE se ha provisto de una terna de representantes de peso: la Presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen (1958-66 años); la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas (1977-47 años) y el Comisario europeo de Defensa y Espacio, Andrius Kibilius (1956-68 años). Estas figuras emplazarán los sumarios europeos de seguridad y defensa entre las prioridades de la agenda, ayudando a encontrar recursos creativos para activar los mecanismos presentes de la Unión.
Otras de las materias concatenadas que no han de quedar en el tintero es la caída del régimen de Bashar al-Assad (1965-59 años) en Siria, que de por sí ha abierto súbitamente el horizonte con profundos cambios en el orden regional de Oriente Medio. Sin lugar a dudas, el acontecer de Siria tiñe de claroscuro un alcance estratégico inmenso para Europa, ya que el modus operandi de evolución que acompañará al desmoronamiento del régimen, decide la balanza de poder entre las potencias regionales, mientras que la participación de los actores internacionales desenmascarará la capacidad o nulidad para arbitrar lo que muchos la comparan, como la ratonera de los yihadistas.
"Para referirse a la guerra o conflicto bélico, estrictamente hablando, no es preciso remitirse a épocas pasadas, porque en pleno siglo XXI el mundo se encuentra en hervor beligerante con muchos frentes abiertos y nuevos imperios divagan por hacerse con el botín"
En opinión de diversos analistas, parece que este orden por momentos inconcebible, se acomodará sin la concurrencia europea. En un intervalo en que los Estados resuelven específicamente si catalogan o no a la organización islamista suní, Hayat Tahrir al-Sham (HTS), traducido como Organización o Entidad de Liberación del Levante y a veces, nombrada como Organización para la Liberación del Levante, como grupo terrorista, simultáneamente intentan fijar algunas relaciones.
Por otro lado, las dicotomías europeas sobre el entresijo que se vive en Gaza, o en asuntos tan peliagudos como el reconocimiento de un Estado palestino o las denuncias de genocidio, han deteriorado ampliamente la descriptiva de una Unión a merced de un orden internacional sustentado en normas de juego.
En este tira y afloja, la UE podría involucrarse estratégicamente en el restablecimiento de Siria. La ocasión brinda una posibilidad para influenciar en el territorio, aunque menos que los actores regionales. Ni que decir tiene que Europa podría hacer una oferta a Siria para abogar por la transición del país. Para ello habría de levantar algunas de las sanciones económicas que allanasen su recuperación como nación.
En otras palabras: Bruselas habría de iniciar conversaciones provechosas con el HTS, recalcando que el respaldo planteado estriba en la modernización, incidiendo en los puntos fuertes de la invitación europea.
Otro de los recovecos de este fondo de armario es el atolladero nuclear. Durante su primera presidencia, Trump se despidió (8/V/2028) del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) con Irán. En la sintonía de su política de máxima imposición, es conjetural que Washington quiera obstruir otro acuerdo, pero parece menos inviable que como se hizo en 2015, los europeos ejerzan un papel en la misma dinámica. Aunque este tema no es la máxima prioridad, el éxito o fiasco de cualquier pacto podría repercutir, al menos secundariamente, a la seguridad europea. Ello, teniendo en cuenta la conexión habida entre Rusia y la República Islámica de Irán.
Tampoco ha de pasar de largo la visión e intuición de Europa en el Indo-Pacífico (Asia-Pacífico hasta Oriente Medio y África). En la teoría, en 2025, resultará uno de los puntos clave de la defensa europea. Pero los acontecimientos de 2024, especialmente la Cumbre de la OTAN (9-11/VII/2024) celebrada en Washington D.C., en la que la Alianza política y militar resaltó notoriamente que China ejecutaría “un papel decisivo en la guerra de Rusia contra Ucrania”, hay que añadir el efecto dominó de las Elecciones Presidenciales americanas que han enmarañado todavía más su tesis.
Si la administración norteamericana recién estrenada elige aumentar la competitividad con la República Popular China, llegando incluso al enfrentamiento explícito, es fácil que solicite a los europeos que adopten la misma fórmula.
En diversas ecuaciones de esta tabla, la horquilla europea a Estados Unidos en el Indo-Pacífico podría erigirse en la condición ‘sine qua non’, que significa al pie de la letra, ‘sin la cual no’, de una garantía de seguridad estadounidense para Europa. Este empuje americano disfrazado de benévolo y propicio, identifica el compromiso estratégico más resbaladizo. Inclusive, sin esta imposición, los europeos se topan ante un galimatías en la que los principales Estados como Reino Unido, Alemania, Francia e Italia, ahora ambicionan agigantar su alcance militar en la zona, a la par que reservan conexiones económicas con Pekín y mantienen los acuerdos contraídos. Siendo aleatorio que vuelvan las artimañas bilaterales o multilaterales con socios europeos, locales y de la región, no es previsible que Europa determine ordenar sus planes militares en la línea de las ‘presencias marítimas coordinadas’.
Llegados hasta aquí, la dirección que se siga con respecto a China que terciará en las pulsaciones del Indo-Pacífico y la incógnita de introducir un ingrediente de seguridad, serán uno de los ápices de la política exterior. No obstante, las disensiones que hoy por hoy los Estados miembros sostienen con Pekín, no parece razonable augurar una estrategia Europa uniformada.
Algunas de las variables destacables como ‘poder’, ‘dominación’, ‘influencia’, ‘soberanía’, ‘independencia’, ‘interdependencia’, ‘integridad territorial’, ‘prestigio’, ‘desarrollo’, etc., que se advierta en algunos de los escenarios de la seguridad, tendrá un fuerte componente sobre los demás. Estas fuerzas concéntricas trazan un desafío titánico para la defensa europea, ya que inducen a una traducción integral de los conflictos. O séase, una praxis enfocada a la posición dentro del prisma más extenso de la seguridad global.
La aparición de nuevos bloques en múltiples territorios reporta a los europeos a tomar en consideración sus alineamientos y alianzas, allende de la cartografía de Europa. No quitando la vista al gremio satisfecho por Rusia, Corea del Norte, China e Irán. La ilustración de un encauce común que consiga una estabilización entre acuerdos y asociaciones y aminore los vaivenes resultantes en el entorno de escenarios interrelacionados, concretará una apuesta estratégica.
Si durante décadas la disuasión junto a la defensa colectiva en Europa han estado aseguradas por Washington, ahora Trump ha contradicho su voluntad de salvaguardar a los aliados europeos en caso de ataque. Los europeos podrían atinarse en una situación en la que tendrían que componer ellos mismos esta dificultad, si Washington se decidiera por saltarse sus compromisos.
Finalmente, aunque Estados Unidos se abrace al principio de avalar la seguridad al amparo de la Alianza Atlántica, los debates sobre el acontecer del orden de seguridad deben seguir siendo made in europeos. Si por antonomasia Estados Unidos es la potencia del statu quo en la seguridad europea, actualmente corrobora poca creatividad e insignificante afán por mejorar el ejercicio de la UE.
Con lo cual, toca tomar cartas en el asunto y desmontar el espectro de la descomedida dependencia y sujeción de Europa con Estados Unidos y comenzar a habituarse al nuevo escenario que se cierne, defendiendo nuestros intereses frente al rostro incisivo de Trump.