Martes 24 de marzo. Atardecer en el Barrio del Real. Una patrulla de la Guardia Civil se detiene pasado el restaurante EuroPizza. Uno de los agentes se baja y nada más pisar la acera, le sorprende una lluvia de aplausos. Los vecinos salen a sus balcones a ovacionarle. Suena el himno de España. La emoción desborda a los testigos. Así es como los melillenses reconocen la entrega de quienes hoy están en nuestras calles, jugándose el tipo y a pecho descubierto, manteniendo el orden público, cuando el resto de habitantes de esta ciudad está confinado en casa. Todos estamos amenazados por el coronavirus, pero ellos velan por nosotros.
El guardia civil ovacionado no podía imaginarse que un aplauso pudiera ser capaz de levantarle tanto la moral; de darle ánimos para seguir trabajando. Sobre todo ahora que muchos funcionarios destinados en Melilla están lejos de sus familias y sin esperanzas de reencontrarse con los suyos hasta que termine el estado de alarma decretado por el Gobierno central, que nos mantiene incomunicados con la península, salvo honrosas excepciones.
El guardia civil creía que esos aplausos eran sólo a las ocho de la noche y dedicados sólo a los médicos y al personal sanitario. Pero en Melilla la gente quiere a la Guardia Civil y eso se nota, por ejemplo, en el gesto de la comunidad china que cedió mascarillas para que los agentes de la Benemérita puedan salir a la calle protegidos. Ese detalle no puede pasar desapercibido. Esta comunidad, a menudo silenciosa, crece entre nosotros y nos ha demostrado que cuando hay que estar, no se esconden. Gracias, de corazón.
Ese mismo martes 24 que ocurrió la anécdota que os cuento en el Real, ese mismo guardia civil recibió la llamada de su jefe para pedirle que se acercara a cenar a la Comandancia del Tesorillo. El Colegio de Abogados de Melilla envió pizzas gratis a todos los agentes que estaban de servicio esa noche. Hicieron lo mismo con la Policía Nacional, pero allí las pizzas, dicen las malas lenguas, no llegaron a algunos agentes de los que estaban en la calle. Vaya, por Dios, se quedaron en las oficinas. Pero aquí lo que cuenta es el gesto. Gracias, de corazón.
Estos días, circula por WhatsApp un vídeo de un camionero, emocionado con el gesto del restaurante El Hacho, de Málaga, que ha dejado un camión con comida gratis, café y bebidas, para los transportistas habituales de este establecimiento que paran a comer algo de noche. Este local no puede estar abierto para atenderlos, pero no los han dejado tirados. Esto se llama, de toda la vida: solidaridad. Esto es tener buen corazón, aunque los expertos le denominen responsabilidad social corporativa.
Estoy segura de que todos los que hemos visto ese vídeo viral pasaremos en cuanto podamos por El Hacho y terminaremos gastándonos nuestro dinero en un bar que se acordó de los que siguen a pie de calle pese a que la cosa está fea.
En otros puntos de España, por ejemplo, los taxistas ofrecen carreras gratuitas a los médicos y los hoteles les acogen gratis. Es así como la mejor España, esa que es todo corazón, agradece a su gente que salga y arriesgue su salud por los que permanecemos confinados.
Estos días también hemos aprendido a apreciar la labor de esos mismos taxistas y trabajadores de los establecimientos hoteleros, que siguen ahí cuando parece que todo ha parado. En el día a día ni reparamos en ellos. Hoy son importantes.
Hoy más que nunca nos damos cuenta de lo mucho que vale el trabajo de una cajera/o de supermercado; de lo valientes y necesarias que son las limpiadoras que han reforzado su labor en hospitales y residencias de mayores y de personas con discapacidad.
También sabemos lo importante que es el trabajo de los conductores de autobuses o los operarios que limpian las calles. La España silenciosa y trabajadora; la que a duras penas llega a fin de mes, ha salido a la calle cuando el resto no está. Por eso hoy son visibles y por eso les gradecemos lo mucho que hacen por todos. De corazón, gracias.
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