En marzo de 2018 cientos de personas salieron a la calle en Melilla para denunciar que la ciudad se estaba muriendo. En ese momento, muchos melillenses, incluidos empresarios, tenían la sensación de que más bien la estaban matando con el proyecto interminable de reordenación de la frontera.
La Delegación del Gobierno se había propuesto reorganizar el tránsito fronterizo para hacerlo fluido y seguro. Pero ni la fluidez ni la seguridad hicieron acto de presencia ni entonces, ni ahora, que estamos mucho peor porque las entradas y salidas de Melilla hacia Marruecos que antes se repartían entre Barrio Chino, Farhana, Mariguari y Beni Enzar, ahora se concentran en esta última frontera a través de solo dos carriles.
Melilla se estaba muriendo antes de que Marruecos cerrara la frontera en marzo de 2020 y no se ha recuperado desde entonces. El cierre fronterizo nos llevó al límite, pero la reapertura de mayo de 2022 no ha arreglado las cosas. Todo lo contrario. Cabía esperar mejorías en nuestra economía al retomarse las relaciones bilaterales con el primer socio comercial de nuestro país. Pero ha ocurrido todo lo contrario: el mercado laboral de la ciudad se ha deteriorado desde el verano y la única esperanza que tienen quienes no tienen nada es que salgan cuanto antes los Planes de Empleo de la Ciudad y del Gobierno central.
Pero todos sabemos que eso es pan para hoy, subvención para mañana y hambre para el futuro. Así no se crece porque para crecer se necesita fortalecer el tejido empresarial, especialmente las pymes, y en Melilla hay una dependencia enfermiza por las ayudas públicas; falla el espíritu emprendedor y de mayores los niños y niñas no quieren formar parte del empresariado sino del funcionariado. Así no se avanza.
Al menos así no ha avanzado nadie antes que nosotros. Todo lo contrario. Esta es la base del desastre económico del comunismo, donde hay paro cero; una maquinaria burocrática bestial y constantes crisis económicas profundas porque se depende única y exclusivamente de la estacionalidad de sectores como el turismo. Eso es justo lo que no tenemos en Melilla: turistas.
Aquí cada vez nos hacemos más dependientes del empleo público y estamos ante la pescadilla que se muerde la cola: a más funcionarios, más se encarece la vida en la ciudad hasta el punto de que ésta no es una autonomía vivible ni siquiera para quienes ganan más de dos mil euros al mes y se dejan una tercera parte del sueldo solo en alquiler. Aquí se pagan las verduras, frutas y hortalizas a precio de oro y se sufren servicios públicos deficitarios como la sanidad, la educación y la justicia. El empleo público no nos ha solucionado el problema entre otras cosas porque no se puede limitar el acceso a la Administración para que los funcionarios sean solo de Melilla.
En principio tenemos la promesa del Gobierno central de que la aduana comercial abrirá en enero y puede que estemos a solo tres meses de que cambien las cosas, pero si eso no cambia hay que replantearse qué hacer en el futuro.
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