A menos de un mes de la sesión de investidura ‘fake’ de Feijoó, somos muchos los españoles que tratamos de entender qué estrategia hay detrás de este quimérico movimiento, más allá de hacernos perder el tiempo, ensombrecer la Presidencia española de la UE, o ganar argumentos de cara a unas segundas elecciones, que hasta las encuestas afines, una vez corregidas las incorrecciones del pasado, parecen no dejarle en mejor escenario que el actual.
A muchos españoles de buena fe, nos inquieta que podamos repetir los momentos más negros de nuestra ya madura democracia, como fue ese “tamayazo” en la Comunidad de Madrid, que impidió al socialista Simancas acabar con la especulación del ladrillo y perpetuó en el poder al PP de Aguirre, Cifuentes y, ahora, Ayuso. Ya es historia la crisis financiera agravada en España por la especulación inmobiliaria, pero no los estercoleros de la privatización que sigue padeciendo esa comunidad.
Estos días ha vuelto ese fantasma del ‘tamayazo’, porque desde el PP no se esconden en repetir esa axioma de que hay ‘socialistas buenos’ que por un supuesto bien común se pliegan a sus intereses y les permite alcanzar el gobierno que la mayoría parlamentaria les niega. Dos cosas han cambiado desde la España del ladrillo, además del paradigma económico. La “segunda transición democrática”, que se quiso atribuir Aznar, llegó una década y media después con el fin del bipartidismo y la proliferación de diversas opciones políticas, a izquierda, a derecha y en el centro, pasando por la periferia no solo política, sino también territorial. Una suerte de fragmentación parlamentaria que convierte a las mayorías con opción de gobernar en una suma desde hace mucho tiempo superada por esa máxima del PP de que gobierne el partido más votado. Ellos mismos han ejercido su derecho a gobernar sin ser la opción más votada por todo el país hasta estas mismas elecciones del 28M, como ya hicieron en Madrid y Andalucía.
Lo segundo que ha cambiado en el panorama nacional, desde la última mayoría absoluta del PP, es la forma de entender España, como estado plural y nación diversa. En buena parte provocado por la relación entre el centro y la periferia desde las últimas reformas estatutarias de la primera década de los 2000, que a falta de ser asumidas y bien articuladas por la derecha política española, fueron quebradas a golpe de recurso y sentencia ante el TC. En tiempos de Rajoy, el independentismo catalán pasó de representar menos del 20% parlamentario a más de la mitad en esa comunidad. Que un partido constitucionalista como Convergencia, nacionalista catalán y de derechas, que había pactado con Aznar su primera legislatura, derivara hasta el actual Junts, principal artífice de la proclamación de independencia unilateral del 1 de octubre de 2017. Y la consiguiente proliferación del nacionalismo excluyente exacerbados en todo el territorio español. A excepción de la anomalía que suponía el terrorismo de ETA hasta el 2011, superada en la etapa final de Zapatero, los nacionalismos e independentismos salieron bien reforzados tras pasar el PP por La Moncloa. Antes de ser censurado y expulsado del Gobierno, el corrupto Presidente Rajoy había conseguido en su cuenta de resultados multiplicar sin límites el número independentistas y ultraespañolistas por doquier.
El suflé ultranacionalista, tras cinco años de ‘sanchismo’, pasa en estos momentos por sus momentos más bajos, como han demostrado las elecciones del 28M y el 23J, los resultados en Cataluña, ganadas ampliamente por el PSOE, y el descalabro nacional de Vox. En este escenario, el PP no ha terminado de entender que ha pasado con la política territorial española y el equilibrio de fuerzas partidistas que ellos mismos ayudaron a engendrar. La representatividad parlamentaria, más fragmentada que nunca, les ha dejado aislados en su españolismo rancio, que interpreta el país como si no hubiera cambiado nada en toda esta década. Solos y abocados a entenderse tan solo con la ultraderecha, la diversidad de España les produce tanto escozor como a Vox. Les han comprado, palabra por palabra, el relato de la ‘anti España’. Cuando hago este análisis, no dejo de pensar esa frase de Feijoo en sede parlamentaria, de “los españoles de bien”, haciendo referencia a Ley Trans y la Ley de Eutanasia.
‘Españoles de bien y socialistas buenos’ no dan mayoría parlamentaria suficiente para gobernar. Por suerte, esta moralina trasnochada y excluyente, que nos convierte a los españoles en ciudadanos buenos y malos, dentro del ideario más reaccionario de la derecha, no va gobernar. Y tras su fracaso, nos da a los socialistas la oportunidad de articular esa España plural y diversa, que es lo que claramente ha votado este país. La España de avance y progreso en la que, como dijo nuestro querido Zerolo, cabemos todos y todas.