Han transcurrido más de siete meses desde la ilegal e injustificada invasión de Ucrania por parte de las Fuerzas Armadas de la Federación rusa y aún se alzan entre nosotros voces de algunos opinadores que sostienen públicamente que hay que entender a Putin, que él no tiene toda la culpa, que todos somos algo culpables, que hay que resolver el conflicto de manera pacífica, que respaldar a Ucrania es contribuir a la escalada, etc.
Esta semana le ha correspondido a Juan Carlos Monedero, que ha tenido a bien posicionarse de manera equidistante entre Putin y Zelenski asegurando que “uno permite un batallón fascista y el otro convoca a fascistas; uno ejecuta prisioneros y el otro también; uno miente en Kiev y el otro en Moscú; uno vuela un puente y el otro se venga bombardeando civiles”.
Parece olvidar el Sr. Monedero, o, si no lo olvida, prefiere no mencionarlo, el hecho, no menor, de que fueron las Fuerzas Armadas rusas las que vulneraron la legalidad internacional, violentando, con medios potentemente armados, la frontera de un país soberano. Alegaron para ello que Ucrania tenía intención de solicitar su adhesión a la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Entre nosotros hubo quien le compró el argumento a Putin, asegurando que esa “aproximación” de la OTAN a Rusia era inaceptable, negando a una nación soberana la capacidad de determinar la naturaleza de sus alianzas internacionales, de carácter defensivo o de cualquier otro, dentro de las capacidades reconocidas a los Estados por la Carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). No olvidemos que el nacimiento de la ONU, tras la Segunda Guerra Mundial, tuvo como fin prioritario evitar que los pueblos del mundo volvieran a verse sometidos al “flagelo de la guerra”, tras dos conflictos mundiales con un altísimo coste en vidas humanas.
Los defensores de este argumentario aseguran que Putin es el genuino representante de los auténticos intereses europeos en este conflicto y que en Ucrania se libra una lucha entre Estados Unidos y Rusia, en suelo europeo y con perjuicio, solamente, para los intereses de los europeos, que son quienes pagan los platos rotos de esta guerra.
Se permiten, incluso, asegurar que Putin es el único capaz de plantar cara a Estados Unidos y que los demás no hacemos otra cosa más que practicar el “seguidismo” en defensa de los intereses del aliado más potente de la OTAN.
También aseguran que si Alemania se encuentra en riesgo de desabastecimiento de gas, como resultado de haber depositado su confianza al 100% en Rusia, debe asumir las consecuencias. Olvidan quienes esto argumentan que, hasta la invasión de Crimea por parte de Rusia, todos (todos menos, quizás, los países bálticos) descartábamos la posibilidad de ver un nuevo conflicto bélico en el escenario europeo e imaginábamos a Rusia como un potencial aliado y amigo de las naciones de Europa occidental. Todo ello cayó por tierra en 2014 y se consolidó sangrientamente con la invasión de Ucrania en 2022.
En resumidas cuentas, todas estas posiciones conducen, indudablemente, a incrementar de una manera peligrosa y nociva la fragilidad de la necesaria cohesión a sostener ante el desafío planteado a nuestra forma de entender la vida y el mundo.
Se trata, por contra, de asumir con rigor y honestidad intelectual la defensa de los valores europeos, que también compartimos con las alianzas de las que formamos parte, tanto la Unión Europea, como la Alianza Atlántica, como la Organización de las Naciones Unidas. Esto es, la defensa de la democracia, el Estado de Derecho y el respeto a los derechos humanos y las libertades individuales.
Todos estos valores, esenciales para nuestra forma de entender la realidad de nuestras vidas, merecen el esfuerzo de todos nosotros y la asunción de responsabilidades en defensa de los que hoy, en primera línea, se encuentran defendiendo la supervivencia de estos valores, amenazados, frontal y existencialmente, en Ucrania. Es por ello, preciso, mantener el respaldo de occidente de forma cohesionada a los heroicos defensores de Ucrania. Cierto que se puede hacer de manera más contundente y eficaz, pero nos encontramos en el camino de asumir el esfuerzo del que seamos capaces en los plazos que nos resulten viables. Lo perfecto, en este caso, como en muchos otros, se manifiesta como enemigo de lo bueno.
No es baladí, tampoco, asumir que disponemos de la capacidad de proporcionar apoyo de la que disponemos. Hemos de de asumir las limitaciones de nuestras capacidades, es cierto.
Ello no es óbice para que la voluntad de proporcionar todo el apoyo del que seamos capaces sea puesta de manifiesto de manera indudable, sin sombras de dudas o vacilaciones. El que hace lo que puede, no está obligado a más, ciertamente, pero ha de actuar con la profunda convicción de que realmente hace lo que puede.
En el caso de España, nos encontramos con una dificultad importante para asegurarnos de que realmente hacemos todo lo que podemos, porque nos encontramos, porque el Presidente del Gobierno así lo quiere, con un Gobierno de coalición que discrepa abiertamente en asuntos tan importantes como nuestra Política de Seguridad y Defensa en el marco de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica. De hecho, el socio minoritario del Gobierno, Unidas Podemos, no escatima descalificaciones gravísimas contra la Alianza Atlántica, que como alianza defensiva que es, garantiza la defensa de la democracia, el Estado de Derecho y el respeto a los derechos humanos y a las libertades individuales. El socio minoritario del Gobierno al que me refiero, al que pertenece el Sr.Monedero, considera, manifiestamente, a la Alianza Atlántica como una organización criminal, ante lo que sus socios del Partido Socialista bajan la mirada y eluden pronunciarse en defensa de la OTAN, con el negativo impacto que en la credibilidad de nuestra nación tiene esta actitud en el concierto internacional.
Es, por ello, preciso, ratificar nuestra inequívoca posición de respaldo a Ucrania y de mantenimiento de las sanciones de la UE a la Rusia de Putin y rechazar todo tipo de equidistancia nociva.