¿Cómo fue enseñar en la Escuela de Magisterio?
Mi primera relación con la Escuela de Magisterio de Melilla fue en octubre de 1958. A la edad de 15 años me matriculé para cursar el primer curso de la carrera docente (1958-1959), al siguiente realicé segundo, y en el curso 1960-1961 me encontraba en mi ciudad natal, Granada, cursando el último año de carrera y la correspondiente reválida de los tres años académicos. Así que con 17 años ya tenía mi título de Maestra de Primera Enseñanza que me posibilitaba y acreditaba para dar clase.
No enseñé en la Escuela de Magisterio, allí comencé a formarme como educadora.
¿Había división entre aulas para hombres o mujeres? ¿A ellas se les enseñaba algo específico porque luego se les exigiera en las oposiciones o en sus clases en los centros?
Cuando comencé mis estudios de maestra, en Melilla, el centro educativo se ubicaba en unos pabellones separados que antes habían servido como salas para enfermos de un hospital. Aunque acudíamos por la mañana alumnos y alumnas la enseñanza no era mixta, había separación de sexos y era normal ver un trasiego de jóvenes saliendo y entrando en esos pabellones-aulas. Ahora bien, no se nos permitía hablar ni pararnos con los alumnos, para eso teníamos a Dª María Jesús que nos vigilaba para tenernos distantes. Lo único que hacíamos en común eran las celebraciones de El Paso del Ecuador, en el segundo curso y las actividades (teatro, zarzuela, coro, bailes regionales u otros) en el último curso de carrera.
Las materias en general eran las mismas para niños y niñas, si bien, las alumnas teníamos clases de Enseñanzas del hogar (cocina) y labores.
¿Cómo fue su paso por la facultad?
Entonces no se denominaba facultad sino Escuela de Magisterio. La carrera contaba con un ingreso, tres cursos y una reválida. Aprendimos mucho pues en los tres años estudiamos muchas materias. El primer curso contaba con 12 asignaturas, segundo con 15 y tercero con 12. Fue una época muy feliz para mí porque reinaba una gran camaradería entre nosotras, éramos unas 17 alumnas por curso. Esta unión se acrecentó cuando hicimos el llamado “Castillito”, en San Fernando (Cádiz), era una especie de curso impartido por profesoras de la Sección Femenina (Falange) y era obligatorio. Al superar el curso nos daban el título de Instructora Elemental de Hogar. Los alumnos estaban obligados a realizar el Campamento de Juventudes a cargo de profesores de Falange y así obtenían el título de Instructor Elemental de Educación Física.
Al terminar la reválida de la carrera teníamos que hacer un curso de Servicio Social, indispensable para la obtención del título. También estaba dirigido por profesoras de la Sección Femenina.
¿Qué le ha reportado esa experiencia?
Reafirmarme en mi vocación docente, no olvidar esas raíces de camaradería y compañerismo, así como el disfrute de enseñar a todos esos alumnos/as que se apoyaban en mí para ir descubriendo su futuro y afrontarlo.
¿Qué lección siempre se puede aplicar aún con el paso de los años y la incorporación de las nuevas tecnologías a las aulas?
Tienes que creer en lo que enseñas, en lo que transmites, hacerlo con libertad y defendiendo todo lo bueno que nos rodea, acoger con paciencia y cariño a todo el que te necesite, apostar por los retos y muchas cosas más. Mi pedagogía, creo, fue aceptada por padres y alumnos creando una atmósfera de amistad y entendimiento. Conservo en mi memoria experiencias estupendas de aula. Llegué tarde a las tecnologías, soy autodidacta en el manejo del ordenador y de los teléfonos inteligentes (me defiendo).
¿Tuvo que ver algo su profesión como maestra con que haya dedicado también gran parte de su vida a la escritura y hace poco a escribir un libro infantil sobre Chafarinas?
Quizás la coincidencia entre maestra y escritora estuvo y está en la necesidad que tengo de los demás, de comunicarme con buena gente, con las lecturas y las actividades literarias que realicé con mis alumnos, con el amor que mi padre me inculcó hacia los libros… Todo eso, sin darme cuenta fue como un almacén de deseos y retos que no tuve más remedio que sacar públicamente en el año 1984, cuando publiqué mi primer libro de poemas, “Este caudal de mis palabras mudas”, que ya dejaron de serlo y las puse en las manos de mis lectores.
En cuanto a “Volver a Chafarinas”, novela infantil-juvenil, es una narración emocionada de un tiempo vivido en esas islas en 1952 a la edad de 8 años, fecha en que mi familia llegó a Melilla procedente de Granada. Os invito a leerla tengáis la edad que tengáis, está cargada de valores y de aventuras que yo jamás olvidé. Como podéis imaginar es autobiográfica, pongo en boca de mi padre detalles de las islas, todo lo que vi y luego investigué sobre este archipiélago español desconocido para muchos melillense, y que en mis años de docencia enseñé a mis alumnos.
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