Opinión

En el centenario de Carmen Martín Gaite: su ‘cóctel creativo’

Celebramos en este nuevo año el centenario del nacimiento de Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925 – Madrid, 2000), razón por la que he optado referirme a ella. Es una de las escritoras más representativas de la llamada Generación del 50 o de Postguerra. Su obra es plural y diversificada (cultivó la narrativa, el ensayo, la poesía, el teatro, el artículo periodístico, entre otros géneros); fue además conferenciante, traductora y colaboró en la elaboración de guiones). Pero es, sobre todo, conocida como novelista y autora de relatos.

Imposible abarcar en unas líneas la totalidad de su obra y las claves en que se sustenta; por ello voy a limitarme a dos de ellas: la importancia de los sueños y su defensa de la autonomía de la mujer.

Ya en su primera publicación, El balneario (1955), encontramos esa mezcla entre realidad y ficción (esta última representada por los sueños). Los sueños le sirven de válvula de escape para manifestar “lo que en esa época [se refiere sobre todo a la postguerra española] era tenido por inalterable y para desvelar las decepciones de una vida convencional”: así lo declaraba en una de sus conferencias integradas en su obra póstuma Pido la palabra (2002). Sueños, apariciones, demonios interiores que afloran… todo ello se hace patente en muchos de sus libros: Ritmo lento (1963), El cuarto de atrás (por el que logró en 1978 el Premio Nacional de Literatura: fue la primera escritora española que obtuvo este galardón). Dotada de una imaginación desbordante, se decanta a menudo por el envés de la realidad: por lo que las apariencias no muestran pero que laten intensamente en la vida; de ahí que dedicara esta última obra “Para Lewis Carroll, que todavía nos consuela de tanta cordura y nos acoge en su mundo al revés”. De ahí, también, su devoción por Celia, el personaje de Elena Fortún que conoció -como tantos niños de su generación- a través de “Gente Menuda”, el suplemento infantil de la revista Blanco y Negro, y que la llevó a colaborar en el guion que hizo José Luis Borau para la serie de Televisión Española (1993). También pone de manifiesto sus grandes dotes imaginativas en Caperucita en Manhattan (1990), en el que reelabora el célebre cuento infantil trasladándolo a otras coordenadas espacio-temporales y dotándolo de nuevos personajes cargados de magia.

Estas consideraciones podrían llevarnos a pensar que Carmen Martín Gaite fue una “Antoñita la fantástica”. Nada más lejos de su vida, de su obra. Durante su niñez y su juventud nuestra autora vivió inmersa en la realidad de su tiempo; una realidad particularmente dura en España -la de la Guerra Civil y la de la postguerra- que tiñe muchos de sus escritos, en los que muestra una especial sensibilidad por la situación de la mujer y su dependencia absoluta del hombre (del padre primero; del marido después), sujeta a unas convenciones de las que resulta prácticamente imposible sustraerse. Esta situación se hace especialmente patente en su primera novela, Entre visillos (Premio Nadal en 1957), y años después en Las ataduras (1960). Entre visillos se desarrolla en una capital de provincias (nunca se la cita, pero es fácil descubrir que se trata de Salamanca), por donde desfilan una serie de personajes (casi todos femeninos) que representan diferentes tipos: familias defensoras de la moral y las buenas costumbres (sobre todo en lo que se refiere a las hijas solteras), chicas educadas en un ambiente de convenciones inalterables cuya única salida será encontrar novio (aunque adivinen un futuro desolador con ellos), chicos a la caza de un buen partido… aunque también está presente esa “chica rara” (como se denominaba en la época a las jóvenes que no respondían a los cánones femeninos de la época) que es la inolvidable Natalia. Veinte años más tarde (1987), Carmen Martín Gaite dio forma de ensayo a muchos de los aspectos tratados en esta novela en su obra Usos amorosos de la postguerra española (en el periodo comprendido entre 1939 y 1953) en el que, a partir de revistas femeninas, consultorios sentimentales y discursos de todo tipo, disecciona con una mirada ácida (no exenta de rasgos de humor) la relación de chicos y chicas en aquel periodo tan sombrío.

No es éste el único caso en que Carmen Martín Gaite utilizó la materia de un libro para alumbrar otro. Su interés por la historia le llevó a revisar algunos episodios de la vida española durante el siglo XVIII. Fruto de sus investigaciones fue El proceso de Macanaz. Historia de un empapelamiento (1969). Conectada con esta época se halla su tesis doctoral, leída en 1972, con el título Lenguaje y estilo amorosos en los textos del siglo XVIII español, publicada en 1973 como Usos amorosos del dieciocho en España, en la que -pese a las diferentes características de la época- vuelve a poner de manifiesto las dificultades que habían de soportar las mujeres. Y con su Caperucita en Manhattan, ya citado, hay que relacionar su Visión de Nueva York, publicación póstuma (2005) al cuidado de su hermana Ana María, que integra una serie de textos, collages e ilustraciones de la autora sobre la vida en la ciudad durante su estancia entre 1980 y 1981. Sobre esta obra, opinaba Ana María que “El mundo de la fantasía que tanto formó parte de su vida cotidiana y literaria se unía en original amalgama en todo lo que creaba. Este es un ejemplo claro de ese cóctel creativo”.

De “cóctel creativo” podríamos calificar toda la obra de Carmen Martín Gaite. Mezcla de sueños y fantasía con una visión certera y analítica de la realidad de su tiempo, sin perder de vista a ese interlocutor que es cada lector, veinticinco años después de su ida sigue despertando conciencias y removiendo la imaginación de los lectores.

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