Para Román Criado.
Cuando se divisa Melilla desde las ventanillas del avión, se hace uno la ilusión de que la ciudad amada debe tener el aspecto que hace siglos: una bandada de casas blancas y azuladas posadas al pie del torreón del pueblo, un plato de leche cuajada para toda la eternidad. Y encima del torreón, la misma bandera celeste, azul Melilla si queréis, quieta, fina, estilizada, llena de íntima conciencia de su valor histórico. Esto último no lo comprenderá nunca una desahogada ex ministra del PSOE que ha intentado verter un exabrupto estupido sobre la historia de la ciudad amada.
Melilla tiene la suerte de no tener ni chimeneas ni humo, ni tiene el gesto fanfarrón de las ciudades modernas: ni chimeneas tiesas y pedantes, ni melenas de humo. Melilla es una enorme paloma blanca que se asoma orgullosa a los perfiles del mar.
Viene todo esto porque hay un monumento en nuestra ciudad que encierra la grande y cotidiana historia, historia que guarda celosa, escondida casi con avaricia, como se guardaban las onzas de oro.
Ese monumento no es otro que nuestra plaza de toros, que mañana martes día 6, celebra el 75 aniversario. Tengo que confesar que fue Román Criado quien me puso en la pista. Así que aprovecho el buen capotazo para centrar el gracioso lance del elogio.
Decía Lorca, en una de sus cartas a Melchor Fernández de Almagro, que las catedrales eran monumentos estáticos que permanecían incólumes al devenir de los siglos. No creo que esto sea así siempre, porque los monumentos no se ven iguales cuando se construyen que cuando alcanzan la granazón madura de los años. Tal sucede con nuestra plaza de los toros. Pese a los intentos de desmontar su significado, encomendándole curiosas actividades menos para lo que fue creada, la media verónica abierta en el hondón profundo donde fue construida, es un grito salido, no del criterio folclórico de Corrochano, sino de la insondable profundidad de lo trascendente.
Coincido con Román; nada es más cierto que designar a nuestra plaza con el criterio de “monumentalidad” que su historia reclama.
Hay una historia premonitoria y misteriosa que encierra nuestra plaza. Así la cogida mortal de Manolete en Linares y que estaba anunciado en el cartel inaugural de nuestra feria en aquel verano cálido y sangriento del 47, cuando una explosión reventó a Cádiz y un toro rompió la femoral para siempre no sólo a Manolete sino a toda la tauromaquia.
Luego, en 1984, año de mi debut como espectador de nuestra plaza, el pobre Paquirri cortó el ultimo rabo en una plaza de toros antes de que al final del mes que está debutando, el toro Avispado le partió el alma en la arena trágica de Pozoblanco.El rabo lo cortó en nuestra plaza. Presentimiento de muertes las tardes, verdad y signo del toreo. De aquel trágico cartel de Pozoblanco, a Yiyo lo asesinó un toro en Colmenar Viejo y a ‘El Soro’ la incapacidad le alcanzó pronto.
Nuestra plaza es, lo dije antes, como una media verónica dada al aire de la tarde, con el parche del cielo azul de Melilla. Pero no una media verónica dada con los pies juntos, esa estilización absurda y decadente de gran predicamento hogaño. Siempre me ha parecido el toreo a pies juntos cosa de títeres, de juegos de manos; como si un músico tocara el violín sentado en el respaldo de una silla o se intentara sostener un palitroque en equilibrio sobre la nariz. Yo creo que el toreo es por esencia arte de movimiento, que es una cosa muy distinta del no quedarse quieto. Pero, en fin, dejémoslo aquí, que luego vienen los jenízaros de la situación.
Decía yo también que los monumentos, pese a lo que puede parecer, son también arte en movimiento. Así también en nuestra plaza; con los caireles imaginarios de los días de feria, parece que la fachada, las rejas, el tejado, el reloj, la bandera y hasta los burladeros y tendidos del coso, cobran vida nueva y se desperezan del largo periodo de hibernación. Grandeza del inconsutil movimiento de la plaza que solo aciertan a ver los conocedores de su alma.
Estamos aquí, en la puerta de cuadrillas viendo como tres luchadores de la vida frente a la muerte realizarán el eterno milagro de una corrida de toros en Melilla.
El 75 aniversario de nuestra plaza se ha llevado a cabo con dolores de parto. Es bueno que sea así, ya lo decía don Gregorio Marañon, gran aficionado a nuestra fiesta grande, “nada de lo que nace sin dolor tiene sentido ni merece la pena”.
Yo quiero dejar, con estas cuatro líneas, hilvanadas de prisa y corriendo junto al ara sacra y materna de mi dulce rincón del guadalete, las notas alegres de un himno que corone para siempre el jocundo aniversario, preludio de nuevos días de esperanzas.
¡Feliz aniversario!
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