En vísperas de la Semana Santa melillense no solo resuenan tambores y procesiones: también se cuecen sabores de toda la vida que forman parte del legado cultural y emocional de la ciudad. Cristina Loriente, presidenta de la Asociación de Amas de Casa de Melilla, nos abre las puertas a esa otra dimensión de la celebración, donde el protagonismo lo tienen los dulces tradicionales y la cocina hecha con mimo.
“Hay platos que se hacen durante todo el año, pero hay otros que sí son típicos de Semana Santa”, nos explica Cristina con la calidez que la caracteriza. Como cada año, la asociación ha organizado su esperado concurso de cocina, en el que se han presentado delicias tanto tradicionales como reinterpretadas, siempre con un toque casero que emociona al paladar.
El primer premio ha sido para Cristina Luque con un clásico entre los clásicos: las torrijas en almíbar. “Es una receta de toda la vida, pero esta vez ha brillado especialmente. El plato realmente estaba espectacular”, afirma Loriente. Las torrijas, bañadas en almíbar, representan uno de los símbolos gastronómicos más reconocibles de la Semana Santa, no solo en Melilla sino en todo el país. La receta, elaborada con pan del día anterior, leche, canela, huevo y un toque de limón, sigue despertando emociones por su sencillez y sabor inconfundible.
El segundo premio ha recaído en Victoria Choclán con unos buñuelos nevados, una propuesta que conquistó al jurado por su sabor y presentación. Estos pequeños bocados azucarados, típicos también de la Cuaresma, evocan la cocina de las abuelas, esa que se prepara sin prisa y con todo el cariño del mundo. Crujientes por fuera y tiernos por dentro, los buñuelos fueron una de las sorpresas más celebradas del concurso.
El tercer premio ha sido para Beli Sánchez con un plato de una elaboración sencilla pero que despertó sonrisas y nostalgia: la leche frita. Sin embargo, esta no era una leche frita cualquiera. “La habían presentado de forma muy original, con cuatro capuchinos en las esquinas simulando un paso de Semana Santa. Estaba muy graciosa”, nos cuenta Cristina entre risas, resaltando la creatividad que también forma parte del concurso.
Además de los premiados, se presentaron otros platos que, aunque no se llevaron galardón, fueron muy valorados por su sabor y tradición. Entre ellos, una tarta capuchinada con un toque moderno, y los bollos de cuaresma de Aragón, un guiño a las influencias gastronómicas de otras regiones que también enriquecen la cocina local.
Cristina Loriente destaca la importancia de este tipo de actividades en la vida de la asociación. “Todos los años lo hacemos. Es una actividad muy esperada. Nos permite compartir recetas, aprender unas de otras y mantener vivas nuestras tradiciones”, señala con orgullo. Y es que en un lugar como Melilla, donde conviven distintas culturas y tradiciones, la cocina de Semana Santa se convierte en un punto de encuentro donde todas las generaciones se reúnen.
El concurso no es solo una cita gastronómica, sino también un acto de convivencia y memoria colectiva. Muchas de las recetas que se presentan han pasado de madres a hijas, de abuelas a nietas, y cada plato cuenta una historia. “Es bonito ver cómo se siguen haciendo estos platos con tanta dedicación. La gastronomía también es parte de nuestra identidad”, concluye Cristina.
Así, entre torrijas, buñuelos y leche frita, la Semana Santa en Melilla se vive también a través del gusto, con cucharadas de historia, pizcas de creatividad y un puñado generoso de cariño. Una tradición que, lejos de apagarse, sigue viva gracias al esfuerzo de quienes, como Cristina y las amas de casa de la ciudad, mantienen encendida la llama de lo auténtico.
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