{jathumbnail crop="undefined" /}Están 40 veces en la sala de exposiciones del Real Club Marítimo de Melilla, o sea, que cuelgan 40 obras, muy variopintas y muy rigurosas en las paredes de la sala.
Los hermanos Calabuig, docentes ellos, gemelos ellos, rinden siempre homenaje al buen gusto, al buen hacer pictórcio combinando figuraciones y sitios reales. Tras casi 40 años un tanto alejados de Melilla, han vuelto con una colección de mucho mérito, cuya mayoría de trabajos está dedicada a su tierra, a Melilla. Son trabajos transparentes, en los que se pueden apreciar, a plumilla, el amor a su tierra, trabajos dedicados tanto a Melilla la Vieja, como a la Virgen del Rocío o a ese lector musulmán que repasa el Corán para entender mejor sus conceptos, o a la madre e hija hindúes visitiendo sus mejores galas. Hermoso.
Digamos que este par de doses han traído a Melilla una obra de arte en clave de pintura. Es como devolver a la lejana Melilla esa sensibilidad de asumieron desde lejos. En su prospecto de presentación se habla de una lejana Melilla que se vuelve inmediata a través del amor a la ciudad. Es una Melilla que les prendió en el corazón y en el arte cuando se ponen delante de un lienzo vacío. Vacío el lienzo que se llena de historias y sentimientos. Sentimientos cercanos porque los hermanos Calabuig son muy cercanos, como sus obras de arte. Claro, ahora comprende uno el interés del Real Club Marítimo por acoger la muestra pictórica. Claro, si es que son escenas inolvidables, obras de artistas muy cercanos a su tierra.
Decíamos que es una obra rigurosa por cuanto son realistas, no hay que fantasear con tendencias abstractas cuando se tienen las ideas muy claras, aunque ellos podrían hacerle un guiño a Dalí o al mismísimo Picasso pero, si las mentes están en paz, a qué recurrir a collages y semejantes idearios. Si la mente está en paz y la técnica perfectamente peparada, a qué venir con figuraciones. Vean la magnitud de esas dos puertas que se miran: la de salida de la Puerta de la Marina frente a la de entrada del túnel de Santa Ana. Preciosa intersección a plumilla, una interpretación que, si tuviera color, sería una foto obtenida con la mejor de las Voiglander, un calco, vaya, una recreación de nuestra más vieja historia.
Están en Melilla hasta el 27 de marzo, diez preciosos días de contemplación obligatoria para quienes presumen de sensibilidad y de melillensismo, diez días para imaginarse lo complejo de una tribuna social de excelencia, la melillense. Es necesario llevar a los más pequeños para que comiencen a enamorarse de su tierra, que es para enamorarse y los Calabuig enseñan con su obra a querer un poco más a Melilla.
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