Otra de las enseñanzas que el relato de Luqman nos ofrece, es que los padres somos quienes debemos responsabilizarnos de la educación islámica de nuestros hijos. Es cierto que, debido a nuestra falta de formación, puede que nos sintamos incapaces de enseñar debidamente el Islam. No cabe duda que, en ciertos aspectos y momentos, siempre debemos apoyarnos en instituciones islámicas y personas formadas en las ciencias islámicas para esta tarea, pues nos aportarán una ayuda imprescindible en la educación de nuestros hijos. Sin embargo, cuando hablamos de educación espiritual, el rol de los padres es fundamental, pues el lazo humano que nos une con ellos es singular e intransferible. Por lo tanto y, desde esta dimensión, nadie puede suplir nuestro lugar.
Una de las cosas más importante que se nos transmite en los versículos que citamos en el artículo anterior (Capitulo 31, versículos 12-19), es la manera tan sencilla –pero efectiva- con la que Luqman transmite a su hijo los principios de la religión. A pesar de tratarse de enseñanzas inmensas y valiosísimas, el modo en que Luqman lo hace es simple y asequible, pues sabe que se está dirigiendo a un niño y no a un adulto. La esencia primigenia que Dios ha depositado en cada uno de nosotros, es la que facilita que dicha adquisición sea más sencilla, pues nunca va contra nuestro razonar espiritual. Por lo tanto, cualquier niño, independientemente de su edad, es capaz de asimilar dichas enseñanzas con total naturalidad.
Fijémonos, además en una sutileza con la que comienza el dialogo entre Luqman y su hijo. Nos referimos, concretamente, a la expresión que el padre utiliza para dirigirse a él, diciéndole (ya bunaiy). Esta expresión, es un diminutivo del término ‘hijo’, y podría traducirse como ‘hijito mío’. Realmente, más que una clase teórica, lo que hizo Luqman fue establecer un diálogo paterno-filial para trasladar a su hijo asuntos relacionados con la religión. Antes de comenzar a hablar con su hijo, Luqman se dirigió a él tiernamente, para que, así el muchacho sintiese la cercanía humana de su padre, pues, aunque se disponía a enseñarle asuntos muy relevantes, no olvidó dos cosas: que tenía frente a él a un niño; y segundo, que este niño era su hijo.
Cuando nos dispongamos a enseñar el Islam a nuestros hijos, debemos hacerlo con corazón y sentimiento, y no únicamente desde una perspectiva racional. No hay que confundir la suntuosidad del contenido de las enseñanzas, con las formas con las que podemos hacerlas llegar a los demás. Una cosa es que hagamos comprender a los niños el debido respeto que se debe mostrar por todo lo relacionado al conocimiento islámico y, otra, excederse en los modos, pensado, así, que nuestros hijos tendrán más consideración por el Islam. Si somos severos y duros en las formas , no sólo no empatizaremos con nuestros hijos, sino que, además, infundiremos en ellos más miedo y temor que respeto y amor. Otra cosa es que, con buenos modos, les hagamos comprender la debida deferencia que deben mostrar a todo lo relacionado con la religión. Para ello, somos nosotros los primeros que debemos mostrar, con el ejemplo, respeto y consideración para con los asuntos del Islam, pues, tal y como dice Dios en el Corán: “Aquel que magnifica los ritos de Dios, ello, es una prueba de la guardia de los corazones…” (capítulo 22, versículo 32). Si, por otro lado, el contenido que les hacemos llegar a nuestros hijos se caracteriza por ser débil, tener poco fundamento o, incluso, incorrecto, los niños acabaran desechándolo, pues, con el tiempo, se darán cuenta de su poca valía como para ser utilizado como guía en su día a día como creyentes y como personas.
Los corazones deben estar conectados, tanto el del emisor como el del receptor. Si el mensaje no mana de nuestro corazón y no va dirigido al corazón de quien nos escucha, entonces, ten por seguro de que se perderá. Éste, es un asunto al que muy pocas veces –por no decir ninguna- prestamos atención. Nos limitamos en muchas ocasiones, a realizar una mera exposición teórica de las cosas, incluso de asuntos que, realmente son trascendentes en la vida del creyente. Cuando hablamos del corazón, nos referimos a aquella esencia que no se percibe a través de los sentidos, sino a través del espíritu y que, tal y como nos enseña el Sagrado Corán, es el receptáculo capaz de albergar la fe y la luz que Dios concede a quién Él quiere de entre Sus criaturas. Por lo tanto, quien no siente el ardor de estos dones espirituales en su corazón, es prueba de que su corazón esta desactivado, y consecuentemente, no podrá percibir ni saborear la esencia del mensaje, pues, tal y como dice nuestro Señor: “Ciertamente no son los ojos los que ven, sino los corazones que están en los pechos...” (Capitulo 22 versículo 46). Así pues, pongamos corazón –nunca mejor dicho- a nuestras enseñanzas para que, así, lleguen al corazón de nuestros hijos y se enraícen en él. Después, debemos regarlas con el amor a Dios y a Su Profeta para que vayan creciendo y den los frutos esperados.
En la exposición que realiza Luqman a su hijo sobre principios y consejos en la práctica del Islam, hay un punto fundamental que no debemos pasar por alto. Se trata de otro aspecto relacionado con el método educativo utilizado por Luqman. Démonos cuenta, que cada enseñanza que Luqman transmite a su hijo, va acompañada de un argumento lógico y racional con el que intenta explicarle el porqué de cada sentencia. Este aspecto es verdaderamente sustancial, pues nos muestra una pauta metodológica que, por desgracia, no solemos tener presente cuando enseñamos el Islam a los niños. En la mayoría de las ocasiones, en vez de aportarles una explicación racional y espiritual sobre las cosas que les instruimos, nos limitamos a decirles: ¡esto es pecado!, esto no se puede hacer, o esto es así, y no hay discusión que valga, como si de meras directrices militares se tratase y sin hacer ningún apunte sobre el porqué de las cosas que decimos o hacemos. Esta actitud, sin duda pone en evidencia nuestra total ignorancia respecto al discurso coránico.
El Islam nos enseña que todas las leyes y normas que Dios ha establecido en Su legislación tienen un porqué. Por ello, si tuviésemos un conocimiento básico y general de la teleología islámica (maqasidushari’a), el modo en que transmitimos el Islam a nuestros hijos sería muy diferente. Conocer el porqué de las cosas –no solo en nuestra religión- sino también en la vida es sumamente importante, pues nos ayuda a entender mejor cada uno de nuestros actos y, sobre todo, representa una guía valiosísima a la que poder remitirse en momentos en los que no sabemos cómo actuar o cómo desenvolvernos conforme a lo que es de la complacencia de nuestro Señor.
Luqman, con la peculiar sapiencia que le dispensó Dios, nos enseñó a cómo acompañar nuestras enseñanzas con argumentos lógicos, racionales y espirituales que las sostengan y les den su razón de ser.
En el próximo artículo, Dios mediante, vamos a ver qué argumentos expuso Luqman a su hijo cada vez que le transmitía una enseñanza.
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