Durante la semana que concluye, tuve la oportunidad de asistir a la presentación de un interesante libro de análisis que bajo el sugestivo título de ‘Que los árboles no te impidan ver el bosque’ presentaban sus autores, Felipe Gómez-Pallete y Paz de Torres, en la Fundación Carlos de Amberes en Madrid. El subtítulo del libro es ‘Caminos de la inteligencia artificial’ y realiza un análisis, desde distintos puntos de vista, del fenómeno de la Inteligencia Artificial, su irrupción en nuestro mundo y su innegable impacto sobre nuestras vidas.
Sucedía ese mismo día y así lo hacía ver el moderador de la presentación del libro, Miguel Ángel Aguilar, la caída, por unas horas, de un importante sector de mensajería de WhatsApp. Ello producía un impacto variable en diferentes sectores de la ciudadanía, en función del uso o la dependencia que, de dicha aplicación informática, utilizada para la comunicación instantánea, haga o tenga cada uno de los ciudadanos.
El debate realizado en torno a la presentación del libro, en el que a los autores acompañaban el reconocido filósofo y pedagogo José Antonio Marina y el ex Secretario de Estado para la agenda digital, José María Lassalle, se desarrolló sobre la percepción del fenómeno de la inteligencia artificial por parte de nuestra sociedad.
Se planteó, entre otros muchos argumentos, el de la existencia de multitud de intermediarios en la producción, elaboración y difusión de la información que, procedente de múltiples fuentes, es puesta a disposición de los ciudadanos, con interpretaciones, más o menos influenciadas por el propio proveedor del mecanismo de divulgación y por lo tanto con un mayor o menor grado de sesgo derivado de la propia percepción de la realidad del que proporciona el servicio.
Surgió, lógicamente, el concepto de los algoritmos, a través de los cuales, los usuarios de redes de información se ratifican en sus propios argumentos o contribuyen, a través de sus aportaciones, a generar corrientes de opinión mayoritariamente compartidas o divulgadas, no siendo necesariamente, mayoritariamente sentidas. Las percepciones que se sienten o experimentan, pero no se comparten permanecen transparentes o invisibles al debate o al imaginario colectivos.
Para este itinerario que recorre la información, así como para su gestión, se pone de manifiesto la insustituible utilidad de las máquinas, a las que, durante el debate, alguien calificó como “inevitables”, lo cual parece difícil de rebatir.
Cuando se pone al alcance de los usuarios la capacidad de producir corrientes de opinión mediante el hecho de compartir la suya, a través de medios mecánicos al alcance de todos ellos, se hace necesario, de igual manera, disponer de recursos que nos permitan llevar a cabo la gestión de esa información, extraordinariamente voluminosa.
Ello introduce en el mundo en el que vivimos, de manera exponencialmente creciente, la denominada Inteligencia Artificial, sobre la cual, al tiempo que se desarrolla e interviene en nuestras vidas, se plantean innumerables debates sobre sus potencialidades, capacidades y posibles limitaciones técnicas, mecánicas o incluso éticas.
Se debate incluso sobre su eventual capacidad para reemplazar a la inteligencia humana en una hipótesis técnica de desarrollo máximo.
Ante los límites técnicos de los que pudieran verse afectados los sistemas de Inteligencia Artificial sobre la premisa de que lo que realmente realizan es la repetición de procesos previamente alimentados por sus diseñadores humanos, sólo que a muchísima mayor velocidad y con menor fatiga para el usuario, el profesor Marina introdujo en el debate el concepto de la capacidad creativa de las máquinas, mediante lo que se conoce como el ‘deep learning’, a través del cual las máquinas pueden aprender a reproducir conductas humanas y en algunas circunstancias superar claramente su capacidad. Lo ejemplificó en las máquinas de ajedrez, capaces de ganar a sus diseñadores gracias a su mayor capacidad de análisis de evoluciones repetitivas del juego e hipótesis de consecuencias de actuar de un modo u otro.
El profesor Lassalle, por su parte, introdujo el interesante concepto del capitalismo de vigilancia, gracias al cual, a través de técnicas de inteligencia artificial, autoridades totalitarias podrían anticiparse a la voluntad de los ciudadanos y eliminar su libertad de elección, mediante la satisfacción de sus necesidades o la modificación de la percepción de éstas en el cuerpo social, a su parecer superado en el mundo occidental, más celoso por la libertad de los individuos que en otras sociedades más sometidas a autoridades totalitarias. Previno, en cambio, frente al capitalismo de sustitución, a través del cual, como consecuencia del desarrollo vertiginoso de la inteligencia artificial, el pensamiento humano pudiera verse ‘sustituido’ por el pensamiento de las máquinas o ‘maquínico’, como él lo califica en alguna de sus divulgaciones informativas.
A ello le repuso el profesor Marina que mientras no existió el ferrocarril, no existieron accidentes de ferrocarril, queriendo poner de manifiesto que el progreso conlleva riesgos que, puestos en comparación con los avances y comodidades que proporcionan a la sociedad, se han asumido históricamente como ineludibles para avanzar.
Al parecer, la ventaja más relevante que los seres humanos tenemos con respecto a las máquinas, aparte de ser producto de nuestra inteligencia, es que los mecanismos que insertamos en ellas les sirven para saber el ‘qué’, de una manera mucho más eficiente que a nosotros, pero no el ‘por qué’ o el ‘para qué’, que parece más propicio para nuestra inteligencia, a priori (sólo a priori) más emocional que la de las máquinas. Eso creía yo, porque, también al parecer, las emociones se pueden, igualmente, aprender.
Ciertamente, el volumen de información al que nos vemos expuestos cotidianamente es, cada vez, más difícil de gestionar y de posicionarse ante él con una opinión formada y que realmente responda a nuestros intereses y no a los del informador o a los del intermediario que intervenga en la elaboración o divulgación de esa información. Lo que parece evidente es que, frente al desarrollo de todo este sistema de procesos de inteligencia artificial que puede pretender ‘sustituirnos’, queda a nuestro libre criterio o fuerza de voluntad situarnos frente a él como dueños, esclavos o usuarios.