Este 13 de marzo Melilla cumplió dos años con la frontera cerrada. Nadie se lo esperaba. No había ni siquiera rumores. Nadie podía imaginarse que el Gobierno marroquí iba a utilizar la pandemia para cerrar el cerco sobre Melilla y Ceuta. Pero lo hizo. Y lo que es más importante aún, aquí estamos. Hemos sobrevivido dos años y vamos a sobrevivir los que queden. Con dificultades, sí, pero aquí estamos.
Del otro lado de la frontera creían que al desplazar el comercio portuario de Melilla hacia Beni Enzar iban a ser más ricos de la noche a la mañana. La práctica ha demostrado que no es tan fácil como creían. Ahora, con la frontera cerrada, muchos marroquíes intentan llegar a nado a Melilla. De momento, ningún melillense ha querido huir a Nador.
Sin embargo, no podemos ignorar que el cierre de la frontera ha supuesto un encarecimiento de la cesta de la compra en Melilla y una crisis sin precedentes para el comercio. A esa situación casi desesperada se ha sumado una subida histórica de la inflación. Aquí se ha disparado un 7,8%. Es un dato superior a la media nacional, pese que nuestras tasas de paro sigue siendo superiores a la media española y nuestra renta se queda bastante por debajo. cerramos 2020 siendo la última economía de España.
Eso significa que a las dificultades de siempre se han sumado las que sacuden a todo el país: incremento de la factura eléctrica, alza de los combustibles; encarecimiento de alquileres y pisos en venta...
Hoy la nuestra es una frontera a la coreana y no tenemos ninguna información que apunte a que dejará de serlo en el corto plazo.
Los empresarios de Melilla, como muchos ciudadanos de esta ciudad, dan por hecho que el cierre de la frontera ya no responde a medidas de contención del coronavirus. Estamos convencidos de que es un conflicto político que hay que solucionar. El Gobierno central al menos ha sido claro al respecto: dice que trabaja con todos los escenarios posibles y que aún no hay nada decidido.
Y no lo hay porque sabemos que esa decisión básicamente corresponde a Marruecos. Apretará la cuerda sobre el cuello de Melilla con la esperanza de que la gente se marche de esta tierra en busca de un futuro mejor para sus familias.
Bruselas ha prometido a Marruecos inversiones millonarias. Primero 1.600 millones para los próximos nueve meses y la semana pasada la UE anunció que quiere movilizar 8.400 millones en los próximos siete años para ayudar a Rabat a potenciar la agricultura sostenible, el acceso al agua dulce, energía renovables y a hacer la transición digital.
Es mucho dinero y tiene que estar condicionado al respeto y la buena vecindad. La externalización de las fronteras nos sale caro y coloca a Marruecos en una posición de poder, que le permite echarle un pulso a socios de la Unión como España y en su momento a Alemania. Esto tiene que parar. Y tenemos que empezar por condicionar los privilegios al respeto a todos y cada uno de los estados miembros del Parlamento Europeo.