Decía José Antonio Primo de Rivera, joven político español de principios del siglo pasado, fundador de Falange Española, fusilado en la cárcel de Alicante en los primeros compases de la Guerra Civil, que las dos características más relevantes del carácter nacional eran, por una parte, la inclinación a esquivar el deber y por otra, la falta de sentido de lo social.
Con respecto a lo primero, afirmaba que esa inclinación a esquivar el deber se materializaba, básicamente, en acometer tareas, en ocasiones más heroicas y penosas que las derivadas del cumplimiento del deber cotidiano, pero alejadas de lo que es nuestra obligación, la cual, quizás en demasiadas ocasiones, nos parece poco brillante. Así, parece ser que, el español, en términos generales, según José Antonio, se siente llamado a hacer la tarea que no le es propia, para lo cual descuida la propia. De hecho, no es infrecuente escuchar a un español decir lo que él haría si fuera seleccionador nacional, ministro de esto o de aquello, o, simplemente, político. Casi todos haríamos lo que no estamos llamados a hacer mucho mejor que el que tiene la responsabilidad de hacerlo, al tiempo que somos mucho menos eficaces en lo que, realmente, sí que nos toca hacer.
Por otro lado, decía que nos falta el sentido de lo social, es decir, el sentirnos parte armónica, aunque humilde, de un todo armónico y poderoso. Preferimos formar parte de un proyecto mediocre, en el cual sentirnos individualmente importantes, que de un proyecto grandioso en el que nuestro papel individual sea poco brillante o visible. En otros términos, según la percepción de José Antonio, preferimos ser cabeza de ratón a cola de león.
Utilizaba estos ejemplos José Antonio para poner de relieve lo que él denominaba “el milagro de la Guardia Civil”. Se sorprendía el malogrado político y por ello lo calificaba como milagro, de que en una nación tan dada a esquivar el deber y a rechazar el formar parte de un gran proyecto, si con ello se diluía la visibilidad de uno, se diera una especie tan peculiar como la del Guardia Civil. Pocos individuos en nuestra nación se entregan al cumplimiento del deber, sea éste cual sea, como un Guardia Civil, que lo mismo recorre cientos de kilómetros en su motocicleta o en su coche patrulla, que observa detenidamente a los que cruzan un control fronterizo para prevenir los delitos fiscales, que escudriña durante horas sin fin los movimientos frente a un conjunto de cámaras de vigilancia que dan cobertura a una infraestructura crítica. Todo por el bien del servicio, como ellos dicen. Tampoco es frecuente encontrar individuos que sacrifiquen su brillo personal por el bien de la institución a la que sirven. Lo que ellos llaman ‘el Cuerpo’. Ser un Guardia Civil es muy importante pero la Guardia Civil, es el no va más.
Me venían estos pensamientos a la cabeza cuando, en el desempeño de mi tarea parlamentaria de esta semana, me encontraba en Georgia, al sur de Rusia, representando a los parlamentarios españoles como miembro del Subcomité de Capacidades futuras del Comité de Defensa y Seguridad de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN. Al propio tiempo, tenía lugar en Melilla una asamblea general de mi partido, el Partido Popular de Melilla, a la que, lamentablemente, no pude asistir. Poco importaba que estuviera en Georgia, porque de haber estado en España, habría tenido que asistir al Pleno del Congreso de los Diputados en el que como tres semanas al mes, como mínimo, hay sesión plenaria de martes a jueves. En esta ocasión, por encontrarme desempeñando un cometido parlamentario de carácter internacional, me fue permitido emitir mi voto de manera telemática, cosa que puntualmente hice desde Georgia. En cualquier caso, no podría haber asistido a la asamblea general convocada por mi partido en Melilla.
Ello no fue óbice para que un amable ciudadano español, cuya identidad y ocupación desconozco, tuviera a bien afear en las redes sociales mi ausencia de la asamblea general de Melilla por suponer el buen individuo, que me encontraba en Madrid, escurriendo el bulto, percibiendo no sé qué dietas, sólo existentes en su imaginación. Los parlamentarios españoles, a pesar de lo que se diga, no percibimos dietas por desplazarnos de nuestra circunscripción electoral a Madrid y regreso, sino que percibimos un complemento a nuestras retribuciones básicas por mantener dos viviendas abiertas, que pueden tratarse de un hotel, una vivienda de alquiler o una vivienda en propiedad, como es mi caso, en Madrid y en Melilla. En cualquier caso, como digo, no me encontraba en Madrid sino en Georgia.
Otra especie común, es la de opinar que qué pinta un Diputado nacional por Melilla en Georgia, si en realidad el Diputado por Melilla, según estos ‘todólogos’ sólo debe opinar sobre la inmigración irregular, la valla, la situación económica y social de Melilla y las relaciones entre las comunidades cristiana, hebrea y musulmana en Melilla o, si acaso, haciendo un gran esfuerzo de expansión mental, también en Ceuta, por similitud. Ignora, quien así opina, que la tarea de un Diputado se desarrolla en el ámbito de la política nacional, no en el de la política autónoma o local, sino de la nacional y desde ese nivel debe velar por los intereses de su circunscripción electoral, colaborando, pero sin inmiscuirse en las competencias de sus compañeros locales, autonómicos y, si me apuran, de la Cámara Alta, el Senado, Cámara con vocación de representación territorial.
En fin, yo no soy Guardia Civil, infinito respeto al Cuerpo y a todos y cada uno de sus agentes, pero aprendí desde muy joven que lo más importante en la vida, mucho más que el halago o el público reconocimiento o incluso la cobertura de las expectativas de un ciudadano poco informado o directamente perverso, es la satisfacción de conciencia de saber que, con todas las dificultades del mundo, en esta ocasión que nos ocupa de especial relevancia, uno puede enfrentarse al juicio de sus responsabilidades con la íntima satisfacción del deber cumplido.