Pero no de tensión, que sigue siendo continua, ascendente y, por momentos, incandescente. A puertas del cambio de hora otoñal, eso que muy pocos iniciados deben entender, que se ha convertido en un hito por la rutina de la que porta ya que lo que es servir, de poco parece que sirve, la estancia sigue y seguirá probablemente siendo la misma.
Se piensa menos y se escupe mucho; por lo que se vive, se puede confiar más en el lobo que el algunos pastores y hacia donde abocan al rebaño y eso ni el adelanto horario parece lo podrá mutar. Lo último y muy presente, La movilización de los recursos a disposición de la ideología y lo personal disfrazado de institucionalidad para, al fin y al cabo, el servicio a la estrategia política y que abraza (o lo intenta) al Poder Judicial.
Ni mucho menos, todos los jueces y fiscales les gusta el aplauso, se dejan influenciar, caen bajo los efluvios de oropeles o conmueven por la crítica aviesa cuando toman las decisiones que atañen a su responsabilidad, no, es más, la inmensa mayoría es ajena, pero casos paradigmáticos apuntan a que la politización de la justicia o la judicialización de la política vive momentos de esplendor. Siempre ha existido, en un sentido y en el otro.
El “ventajismo” no dejará de tener adeptos, esos, quienes, no conformándose con la noble disputa política, aún en ocasiones dura, necesitan de otros atajos y otra “colaboración”. Y la encontraron como la encuentran y encontrarán, profesionales de la justicia en los que también parecen confluir sus intereses en ello, sea por ideología, sea por otras “razones”. Elocuentes episodios circundan la vida cotidiana de cualquier lugar y en cualquier ámbito. Son, principalmente, quienes proclaman haber encontrado la verdad en perjuicio de quienes la buscan, que es donde se debe confiar, lo segundo.
Cuando se habla de la “independencia de poderes”, y lo repiten en demasía, difícil es no tomárselo a broma o, cuanto menos, mostrar indiferencia. Momentos hay de apariencia simbiótica, baste solo un sucinto recorrido por la actualidad que se impone. Mientras la estación que suele retar a la estridencia como lugar y amparo de sosiego, el otoño, se tiñe y empapa de convulsión, desafuero y, más que nada, discusión sorda y por ello intolerante.
Que hay mucho de poder y sus prebendas en juego, nadie lo duda, pero también y es muy real, la mayor atención activa y legislativa necesaria de asuntos que cimbrean la vida social tolerante (“en convivencia” es un término excesivamente ambicioso por momentos), como es el tratamiento de la migración irregular u otros de calado y con necesidad de impulso para la mejora de la calidad de vida de jóvenes o dependientes como parte del espectro frágil de nuestra sociedad.
Cambio de hora, pero no de tercio. La esperanza está, aunque tibia, es que se produzca cansancio en la contienda o una catarsis sacuda e imponga calma y el suficiente encuentro para priorizar lo que verdaderamente duele a la gente, sus problemas para vivir o, en no pocos casos, sobrevivir. También que la hidra de la guerra y su violencia mermen en ese injusto precio que hace pagar a inocentes, allá donde sea.