Quien haya tenido la suerte de encontrar una concha de argonauta (Argonauta argo) en la playa le habrá llamado la atención la armonía en sus formas, talladas como una escultura del Renacimiento. No en vano el arte es un intento de imitar la armonía de las formas naturales.
El color blanco marfil de la concha del argonauta refuerza la imagen de una escultura, pero su delicadeza termina por convencernos de su origen natural.
Esta delicadeza le ha valido al argonauta el sobrenombre de “nautilus de papel”, en alusión al otro cefalópodo que aún conserva, al igual que el argonauta, una concha exterior, el famoso Nautilus (Nautilus pompilius) que inspirara a Julio Verne para su novela “20.000 leguas de viaje submarino”.
También el nombre del argonauta tiene relación con el mundo literario, pero esta vez con un relato de la Grecia antigua, “Jasón y los argonautas”.
Los argonautas eran los marineros que acompañaron a Jasón en su periplo por el Mar Negro con la nave Argos.
Si ya es difícil hallar una concha de argonauta, encontrar al animal que las alberga es casi una hazaña, pues son especies errantes que viven en alta mar.
La concha de los argonautas es mucho más simple que las de los nautilus y carece de los compartimentos que ayudan al nautilus a descender y ascender de profundidad a modo de los actuales submarinos.
En realidad la concha de los argonautas es una ooteca, es decir, sólo sirve para albergar y proteger los huevos una vez depositados por la hembra, por lo que los machos de argonauta carecen de concha.
Aun así, el origen de la concha del argonauta, como la del nautilus, es un vestigio de los cefalópodos que poblaban el mar hace millones de años, los cefalópodos con concha.
Podemos encontrar cefalópodos con concha como el argonauta en las tiendas de fósiles de Erfoud o Risanni. Son los Ammonites y Belemnites que forman parte del lecho del Tafilalt.
Se extinguieron hace unos 65 millones de años, junto con los dinosaurios, y la gran abundancia de fósiles que prácticamente tapizan el suelo rocoso del Tafilalt nos indican que esa zona desértica, hoy cubierta por dunas de arena, fue hace millones de años el fondo de un mar tropical poco profundo, el mítico mar de Thetys.
Estos cefalópodos con concha fueron coetáneos de nautilus y argonautas, y es algo realmente excepcional que estos dos fósiles vivientes hayan llegado hasta nuestros días.
Hay muchos géneros de argonautas, todos distribuidos por mares tropicales y subtropicales, pero los que aparecen por nuestras playas después de los grandes temporales de levante son de la especie Argonauta argo.
Aunque el hecho de que las hembras aún conserven esta reminiscencia del pasado, la concha exterior, nos haga pensar en que exista un estrecho parentesco con el nautilus, lo cierto es que los argonautas pertenecen al mismo orden que los pulpos, Octopoda, mientras que los nautilus pertenecen a un orden propio, Nautilida, en el que la mayoría de sus miembros ya están extintos.
Los argonautas pertenecen a un extraño grupo muy poco conocido, el de los pulpos pelágicos, es decir, que viven en alta mar. Es difícil asociar la imagen de un pulpo con la vida errante por los mares abiertos, ya que precisamente son una de las especies más comunes en nuestras costas y solemos verlos siempre a poca profundidad y normalmente estáticos y pegados a las rocas del fondo, pero tratándose de un orden que lleva viviendo en el mar mucho antes de que nuestra especie fuera siquiera un proyecto, es normal que muchas de las especies que lo componen hayan ido ocupando diferentes nichos ecológicos, aunque siempre vinculados
al mar.
La concha del argonauta, por sus formas armoniosas antes mencionadas, está representada ampliamente en la iconografía vinculada al mar, e incluso a su conservación. Pero no sólo la belleza de su concha contribuye a que esta especie sea un símbolo del medio marino: el hecho de su pertenencia al selecto grupo de los cefalópodos que conservan la concha exterior nos recuerda los millones de años que llevan viviendo en el mar, y el nombre de argonauta nos retrotrae a los primeros marineros que navegaron por el Mediterráneo, y que también vieron un mar muy diferente, demasiado, al actual, y no para mejor.
En nuestras manos está revertir esta tendencia y que nuestro mar siga albergando estas joyas del pasado para la posteridad.
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