Hubo un tiempo, hace años, que el día 1 de Mayo era una jornada de ‘lucha’ en la que los trabajadores exteriorizaban sus demandas con grandes movilizaciones para dejar patente su fuerza frente a la patronal. Entonces se entendía que la relación entre los empresarios y los obreros tenía que ser obligatoriamente tensa porque defendían intereses contrapuestos. Se necesitaban mutuamente para sobrevivir, pero se reprochaban que unos querían hacerlo a costa de los otros.
La época de ‘vacas gordas’ quitó todo su sentido a los ‘primeros de mayo’, que de jornada reivindicativa pasaron a convertirse en día de ocio y disfrute o en parte de un esperado puente si los números del calendario cuadraban. Ahora, cuando vienen mal dadas, cuesta acabar con el tradicional dilema de playa o montaña al que se enfrenta la ‘masa obrera’ cada vez que llega la Fiesta del Trabajo. Faltan argumentos para convencer a los ciudadanos contratados o sin empleo de que hagan ondear las banderas y desfilen con las pancartas reivindicativas ante los patronos. Hoy somos conscientes de que vamos juntos en el mismo barco. Si no conseguimos entre todos desencallar la nave, no tiene sentido plantear demandas a una patronal sin posibilidad de aceptarlas. Ahora la principal aspiración de los ciudadanos (trabajadores, empresarios y políticos) debe ser alcanzar el compromiso de ponernos todos de acuerdo para remar en la misma dirección, lo que no implica replantear el rumbo de manera consensuada. En noviembre de 2011 los ciudadanos depositamos nuestra confianza en una fuerza política que propuso una trayectoria para superar la crisis. No tiene sentido cambiar de dirección a mitad del camino, cuando aún es precipitado decidir si nos equivocamos al depositar nuestro voto.