Justo, al despuntar de un nuevo año, cosechamos una oportunidad más para los buenos propósitos. Estos deben irradiar por todas partes, con su abecedario de gozos y su lenguaje de alegrías. También, nuestra mente, ha de sentirse invitada a concelebrar la festividad con espíritu reflexivo/conciliador, de cabal arrepentimiento y de renovada humanidad. Ojalá crucemos el umbral de los efusivos días, con el compromiso de dar nuestra contribución para que la concordia llegue a ser nuestro distintivo actual. Lo vivido hasta ahora nos indica, que cada tiempo tiene su singularidad, y el presente nos insta a llevar la carga unidos, salvando nuestras diferencias en aras de soluciones universales. No tiene sentido, pues, discriminar a nadie o activar el veneno del odio entre nosotros; cuando está visto que nos necesitamos unos a otros. De ahí la importancia de avivar el diálogo sincero, el brío cooperante, el respeto y el ánimo solidario en nuestro caminar, para instaurar sensatas relaciones entre pueblos y países. Al fin y al cabo, bajo la ola de la globalización, no hay mejor sanación que la cultura del abrazo y la escucha permanente.
Indudablemente, para mejorar los vientos humanos, tenemos que comenzar por estar abiertos a nuestros propios interrogantes, ganar confianza en un mismo, escuchando con corazón compasivo el grito de ayuda que nos llega de los que sufren violencias de todo tipo. La paz, el desarrollo sostenible y los derechos humanos, continúan siendo los grandes desafíos de nuestro tiempo. Son bienes que se han de defender y promover con tenacidad, mediante la colaboración donante de todo ser humano de buena voluntad. Esto se consigue desde nuestro específico hábitat familiar. Por eso, quien arrima el hombro por los vínculos hogareños, está rompiéndose la cabeza también por la quietud de sus gentes. Hacer hogar, en suma, es fundamental para movilizar las conciencias. Sea como fuere, no hay que desanimarse ante las pruebas de la historia, sino perseverar en el deber de reorientar la existencia, con opciones sensatas y de calado global. En consecuencia, ojo a las fuerzas negativas, guiadas por intereses perversos, que suelen llevarnos a un pozo verdaderamente destructivo.
No tenemos tiempo que perder. Precisamente, el sueño del hombre despierto se encamina a oponerse juntos y con firmeza al aguijón de esta atmósfera cruel, a través de la lógica de la justicia y del amor. En efecto, únicamente es posible restablecer plenamente el orden quebrantado conjugando otros deseos más humanitarios, en beneficio de toda la familia humana. Desde luego, a poco que nos adentremos en el pulso del planeta, observaremos un sinfín de inseguridades, de promesas incumplidas, de cesiones a la influencia del mal. Bajo este círculo de hipocresía, no podemos resolver el cúmulo de tensiones y controversias, que nos oprimen. Ahora, cuando tanto se habla de avanzar en una transición honesta y equitativa hacia una economía verde, pues resulta que somos incapaces de ponernos de acuerdo para nada. Jamás olvidemos que el mundo cambia y la vida de todos se regenera sólo sí nos asentamos a disposición de los demás, sin esperar que sean ellos los que comiencen a hacerlo. Son estos gestos solidarios, los que nos hacen situarnos en disposición del cambio y convertirnos en artesanos de una mirada activa.
Con este afán y desvelo positivista es como se anticipan los itinerarios adecuados para poder afrontar estos duros momentos, de tantas divisiones y enfrentamientos entre sí. Edificar una sociedad con un rostro más impecable y solidario, es vital para reconstruir la placidez en nuestras vidas. Esto nos exige constancia y tesón para poder revitalizar el sistema social y democrático entre los diversos Estados, promoviendo la acción conjunta y coordinada, mediante el imperativo de lo imparcial, y la promesa de un porvenir más saludable para todos. Hasta que el planeta no sea un espacio fraterno, no tendremos paz ni sosiego. Me consta, por tanto, que sin reforma de nuestro interior es inevitable la pedrada. De igual modo, sin transformación de las instituciones también es insalvable la fragmentación, lo que repercutirá en más crisis de todo tipo, como es el avance real de la pobreza, el hambre y la desigualdad. La tristeza se ha hecho aún más angustiosa al observar que, las amenazas son cada vez más complejas, con una debilidad patente de la gobernanza internacional, tanto en los días de valentía como en el turno del miedo. A trabajar toca, pues.