Opinión

Al comunismo, ni agua

Empiezan las vacaciones de verano en Europa. Para el mundo occidental vinculado al empleo estable, es tiempo de descansar, de recuperar fuerzas, de disfrutar de lo que no hemos podido tener durante este año tan difícil.

Sin embargo, muchos no podemos ponernos en modo avión. No hablo solo por mí, que sufro por mis padres que están en Cuba, sino también por los miles de melillenses que tienen a sus familiares en Marruecos y hoy viven con la desazón que produce el estar tan cerca y a la vez tan lejos.

Yo no puedo hablar por ellos, pero su dolor es también el mío. Nuestras fronteras están separadas no sólo por una verja y una valla. También nos separa el nivel de renta. Pese a lo mal que estamos, ellos están peor. Y duele verse sentados a una mesa bien servida e imaginar lo feliz que seríamos si pudiéramos compartir esa comida con la gente que importa en nuestras vidas.

Por eso quiero hablarles hoy de la dictadura militar cubana. Voy ponerlos al día para que sepan que en una islita pequeña del Caribe donde gobiernan los comunistas, hay apagones de 4 horas diarias y colas de 6 y 7 horas para comprar aceite. Quiero que sepan que a mi madre, de 73 años, le han puesto ya las tres dosis de la seudovacuna anticovid Abdala, hecha en Cuba.

Y digo seudo no por sesgo anticomunista sino porque ese prototipo vacunal no ha pasado aún la Fase III de investigación ni tiene permiso de uso de emergencia de la Organización Mundial de la Salud. Si mañana mi madre sale a la calle gritando ¡Viva Fidel!, ya sabemos que son delirios de grandeza producidos por los efectos secundarios de vivir en Abdalistán.

Como dice un amigo, profesor de Historia Medieval en Boston, los comunistas han convertido a Cuba en Abdalistán: territorio de la vacuna Abdala, que aún no es vacuna aunque ellos dicen que tiene un 92% de eficacia. Da miedo que experimenten así con la gente, pero más miedo da aún que ese experimento lo estén haciendo también con niños de hasta 13 años, a los que están inmunizando con otro liquidillo que tampoco es vacuna ni ha pasado aún la Fase III de investigación y que se llama Soberana 02.

¿Parece una locura, verdad? Falta más por contar. No contentos con vacunar a los cubanos con Abdala y Soberana 02 sin que científicamente esté probado que funcionan, también están vacunando a los venezolanos y a los iraníes con Abdala. No me extrañaría que en Caracas y Teherán la gente empiece a saludarse con el chabacano “Qué volá, asere”, que en Cuba sustituye al Hola, de toda la vida.

Porque los comunistas no sólo han modificado, a golpe de doctrina, el pensamiento de los cubanos. También han proletarizado el habla. Lo cuenta una lingüista de la Universidad noruega de Bergen. Según su teoría, antes de la llegada de los comunistas al poder, el modelo del habla a imitar era el de la burguesía criolla que había convertido a La Habana en la Suiza del Caribe. Pero la ‘revolución’ la hicieron en Cuba campesinos y obreros sin formación, sin educación y sin modales ni para comer ni para nada.

El país se empezó a plagar de dirigentes que no sabían hablar y el habla del cubano fue degenerando como degeneraron las calles, los edificios o la economía del país. Hoy el español que se habla en Cuba es básicamente marginal y va acompañado de ademanes periféricos, de aspavientos propios de la chusma en el poder.

Ese es el peligro que tiene entregar el control a partidos políticos que no dominan nuestra lengua; que no se esfuerzan por hablarla bien. Piénsenlo antes de votar, porque la lengua tiene una influencia poderosa sobre las personas. La lengua se transforma sin prisas, pero sin pausas. No podemos escapar a ello. Si todo el mundo dice “asín”, al final, “asín” hablaremos. Está estudiado. No lo digo yo. Son los efectos irreversibles de la proletarización de la lengua.

Por no hablar de la proletarización de los gustos arquitectónicos. Hace poco, los comunistas cubanos levantaron un muro de hormigón en forma de bandera cubana frente al histórico Malecón habanero. Una montaña horrorosa de cemento en los tiempos del boom ecologista. ¿Y saben qué? No hemos visto a los de Greenpeace protestar por ello en Cuba; ni manifestarse y descolgarse de un barco cuando los comunistas cubanos hicieron un carretera de hormigón para unir la Isla principal con cayos ubicados al norte del país.

¿Saben por qué? Porque son ecologistas, pero no son tontos. Ellos saben que protestar en Cuba les costaría 20 años de prisión, en una celda tapiada porque Cuba sigue sin respetar a día de hoy, las Reglas Mandela.

Hoy hay más de un centenar de activistas cubanos por los derechos humanos presos en las mazmorras comunistas. ¿Su delito? Protestar. Luis Robles, un joven cubano anónimo, salió en diciembre a la calle con un cartel pidiendo el fin de la represión de la Seguridad del Estado (policía política y paramilitar cubana) y lo tienen encerrado desde entonces en prisión preventiva, a la espera de juicio por un delito contra la seguridad nacional. Muérete.

Maykel Osorbo, un rapero contestario, está preso porque la gente impidió que lo detuvieran arbitrariamente. Lo acusan de desacato por cantar junto a sus salvadores: “Díaz-Canel, singao”, algo así como cagarse en los muertos de la marioneta que está al frente del Partido Comunista de Cuba, como sucesor de Raúl Castro.

Yoandi Montiel, un youtuber conocido como El Gato de Cuba, está preso por llamar “Miguelito” (en alusión a Miguel Díaz-Canel) a una rana que tenía por mascota.

Ahora ya saben por qué a Greenpeace se la suda la contaminación en la Bahía de Cienfuegos; en el Río Almendares o en la cayería norte de Cuba.

Viajar a Cuba en estos momentos de recrudecimiento de la dictadura es financiar el totalitarismo. Ni un euro a los comunistas. Al comunismo, ni agua.

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