Hay quienes todavía se niegan a afirmar que la sociedad española ha cambiado en relación al civismo y sensibilidad que se debería tener respecto a la naturaleza, yo quizás sea un soñador, pero siempre defendí que sí, que habíamos cambiado. Hace unos pocos años desde luego que no éramos así, éramos mucho peor, lo sé de buena tinta porque siendo muy joven ya empecé a viajar al extranjero, donde aprendí a comparar. Fui a ciudades que por poner un ejemplo, disponían de carril bici, sin que nosotros, mis amigos y yo, supiéramos qué era esa franja que separaba la acera de la calzada, y que nunca habíamos visto antes. Claro, el descubrimiento era mayúsculo, cuando algún ciclista molesto por nuestra presencia “incívica”, nos pitaba bastante enfadado. Su único error era no saber que veníamos de España, más concretamente de Melilla, donde hace 35 años ni eso, ni muchas otras cosas se conocían. Pero justamente y por suerte los años nos han enseñado mucho sobre otros países de nuestro entorno y la relación con su medio ambiente, y nos han convertido en personas un poquito más sensibles en relación a la naturaleza, aunque lamentablemente no mucho, solo un poquito. Pero aún nos queda mucho por entender, porque aprender ya hemos aprendido, pero entender es otra cosa. Entender va ligado a captar, interiorizar, sentir y sobre todo decidir. Por eso insisto: a pesar de los cambios en positivo, aún nos falta entender mil cosas respecto a las bondades de la naturaleza y lo dañino de nuestro comportamiento como especie.
Hace 35 años en este país y en esta ciudad no se tenía el mínimo respeto por los árboles: se ponían y quitaban como si fueran objetos sin vida, justamente tal como sucede hoy día, esto ya hizo cuestionarme sobre si realmente hemos o no hemos cambiado tanto. Aunque es cierto que en aquel entonces ya empezaba a alborear un sentir y una empatía naturalista como si de un embrión se tratara, el cual germinó en muchas personas y grupos. Sin embargo he de reconocer tristemente que en general éramos bastante crueles e ignorantes respecto a los animales, las plantas y la naturaleza en general. Pero claro, los años han pasado, y nos encontramos en pleno siglo XXI, y veo tristemente que los mismos o parecidos problemas que teníamos antes siguen presente a día de hoy. Incluso me atrevería a afirmar que muchos de los errores que se cometían antes, se siguen cometiendo a día de hoy, por eso entiendo a quienes afirman que no hemos cambiado tanto, ya que bien mirado he de reconocer aunque me pese, que institucionalmente hablando seguimos actuando igual en muchos aspectos.
Se suponía que como sociedad nos habíamos visto obligados a enfrentarnos a una sensibilización ‘forzosa’ que nos empujó a anhelar ser europeos, modernos y civilizados, lo cual era bueno, pues nos hizo madurar y aprender, y nos empujó a cambiar. Pero si echo una mirada retrospectiva, triste y sinceramente he de reconocer que, muy a mi pesar, con los hechos en la mano, debo aceptar que a nivel local no hemos cambiado tanto, lo digo sobre todo en relación a cómo nos comportamos con nuestro medio ambiente. En muchos aspectos seguimos cometiendo exactamente los mismos errores, o quizá peores.
Ya muchos me conocen y saben de mi lucha a favor de los árboles y de la naturaleza, por lo que no quiero ni debo esconder mi tristeza al contemplar día tras día, y se mire por donde se mire, como en nuestra pequeña ciudad de 12 kilómetros cuadrados se quitan, podan, talan o dañan árboles vivos y en plena savia con una ligereza que va más allá de la que se tenía hace 35 años, que va más allá de lo que permite la ley, que va más allá de lo que aprendimos hace ya tanto, y que va más allá de lo que los seres humanos debemos hacer a las plantas y a los árboles. Resumiendo al final he de aceptar que a día de hoy y en esta ciudad hemos evolucionado poco en relación al trato que damos a los arboles. Hace 35 años éramos un poco ignorantes, pero hoy sabemos todo lo que debemos saber, lo que significa que somos más culpables porque el saber obliga.
Pero tal como decía antes, por suerte en el pasado hubo semillas que se plantaron en buena tierra, es decir en buenas personas, de las cuales algunas germinaron. Incluso algunas empezaron a dar buenos frutos con el paso de los años. Semillas que brotaron en personas que decidieron, como en mi caso, ponerle voz a los arboles y decantarse por defenderlos y denunciar todo aquello que pudiera o pueda hacerles daño. Pues ellos, los árboles, son los seres más generosos de este planeta. Y eso es lo que hago.
Es por todo lo anteriormente dicho, por lo que quiero comunicar, por si alguien aún no lo sabe, que ahora, a día de hoy, los árboles en esta ciudad ya no están solos (esta es la gran diferencia entre la Melilla de hace 35 años y la actual). Ahora tienen amigos que los defienden, los cuidan, abogan por ellos y sobre todo les ponen voz. Voz para los seres más indefensos y necesitados de esta ciudad, para los seres más dañados, más abusados, más utilizados y más despreciados: nuestros amigos los árboles.
Por suerte no todas las semillas cayeron en terreno pedregoso, no todas las personas se han quedado en el estancamiento, algunos hemos evolucionado, a duras penas, pero evolucionado al fin y al cabo. La ciudad ha podido quedarse igual, pero muchos melillenses no seguimos igual. Algunos hemos madurado y crecido internamente, lo que significa que nos hemos decantando por entender que la naturaleza es un regalo que se nos da cada día, no un derecho, si no un regalo. “Y en esta decisión personal de prestarle mi voz a mis amigos los árboles, también quiero disfrutar de ellos, es decir, quiero cuidarlos, protegerlos, amarlos, defenderlos, pero también aprovechar el regalo que me da la vida de disfrutar cada día al contemplar un árbol anciano y poder sentarme bajo su sombra. Y allí junto a él, agradecerle lo mucho que me da, deseando que los que vienen detrás puedan algún día disfrutar ese momento igual que yo. Esa es mi lucha y mientras ellos me necesiten allí estaré”.