Si por algo pasará a la historia la actual campaña electoral en Melilla, que concluirá en menos dos semanas, es por el sosiego frente a la tensión y las salidas de tono de anteriores citas. Da la sensación de que, a pesar de sus palabras, los candidatos tienen asumido cuál será el veredicto. Unos lo aguardan resignados mientras que otros confían en que el cambio es inevitable después de casi ocho años de espera. En Melilla, como en la mayoría de circunscripciones electorales, el resultado parece cantado. Así lo vienen diciendo una tras otra las diferentes encuentas publicadas, incluida la última del CIS. Sólo los candidatos tratan de mantener encendida, a duras penas, la llama de la duda. Unos se resisten a dar por segura la previsible derrota y otros dudan a la hora de manifestar en público su confianza en un amplio y contundente éxito. Tratan de transmitir con sus palabras un mensaje que contradice el que expresan con sus gestos. Baste como ejemplo el email enviado ayer por los populares en el que comunican que “excepto por cambios imprevistos de última hora, el domingo y el lunes para la caravana electoral del PP de Melilla”. Decisiones como ésta serían impensables hace cuatro años, cuando la alianza entre PSOE-CpM resultaba una amenaza real para los populares, o seis meses atrás, en mayo, cuando sí había algunas dudas sobre el resultado que iban a ofrecer las urnas.
Ahora todo parece más claro. Se augura un veredicto tan evidente como la necesidad de que el PSOE cure sus heridas cuanto antes tras el 20N para evitar que el PP se acomode en una aplastante victoria. Eso, si las encuestas no engañan, como ocurrió con la última victoria de Felipe González, o entran en escena elementos ajenos a la campaña, como en el 11-M.