En el año 1923 el sargento cordobés, Francisco Basallo fue hecho prisionero por el líder militar rifeño, Abd el-Krim que encabezó la resistencia contra la administración colonial española y francesa durante la denominada Guerra del Rif, en la que destacó el episodio conocido como el Desastre de Annual.
Nadie es profeta en su tierra, pero Basallo sí lo fue cuando tras 18 meses de cautiverio logró llegar a Córdoba donde fue aclamado en loor de multitudes.
Sin embargo, la historia no siempre es agradecida con quiénes sufrieron por defender a su país e, incluso, por haber salvado la vida de decenas de personas. Entre ellas, las de los soldados cordobeses de su Regimiento Melilla 59; Circunscripción de Dar Quebdani. Basallo trató la difteria del soldado Arturo Cid Jiménez, pero también la del soldado Manuel León Expósito, enfermo de tifus.
Los soldados cordobeses Cid, Cifuentes y León se fugaron una noche del campamento de Yebel Kaman, “junto con cinco soldados más y dos moros de la policía indígena que los esperaban en una barca y los trasladaron hasta el Peñón de Alhucemas”, tal y como narra el historiador, Sánchez Regaña. Una historia que coincide con el libro Memorias del Cautiverio, de Basallo que en su página 93 hace referencia a este suceso.
En su obra Memorias del Cautiverio, Basallo plasma las emociones que le embargaban cuando tuvo que actuar de improvisado médico, pese a no serlo: “al acostarme cogía un libro de Medicina y estudiaba los casos que tenía en tratamiento, hasta que ya, muy tarde, me rendían el cansancio y el sueño. Éste era interrumpido con mucha frecuencia por los llamamientos de los enfermos que se agravaban y requerían mi asistencia, la que yo acudía a prestarles siempre, aún a costa de quedarme muchas noches enteras sin dormir”.
Noches en vela, acompañando a los moribundos: “no dejaban de hablarme hasta que perdían el conocimiento. Algunos me nombraban a sus madres y todos me preguntaban, con conmovedora ansiedad, si se curarían. Yo les alentaba y consolaba con frases de esperanza y afecto y cuando entraban en el periodo agónico y perdían el sentido, permanecía a su lado, con sus manos contra las mías, contando sus pulsaciones y rezando con emoción fervorosa para que Dios acogiera sus almas de mártires, purificadas por las crueles torturas del cautiverio”.
Pero, sin lugar a dudas, uno de los instantes que quedaron siempre en la memoria de Basallo fue la muerte de una joven madre: “el 19 de noviembre murió Rosa Ruiz, madre de un niño de cuatro meses (el más pequeño de los prisioneros), y de otro de tres años. Momentos antes de expirar expresó con la mirada el deseo de que le llevaran a sus hijos para verlos y besarlos por última vez. Su esposo, que no cesaba de llorar al lado de su lecho, cogió en brazos a los pequeños y se los acercó. ¡Qué mirada de suprema despedida dirigió a sus hijitos aquella madre que expiraba en aquel momento. El mayor de los niños, asustado, echó a correr, pero volvió y se abrazó fuertemente al cuello de su madre hasta el último aliento. El esposo, abrazado al cadáver de su mujer, lloraba desconsoladamente, ¿cómo olvidar aquella imagen? yo lo contemplaba paralizado y enmudecido por un dolor que atenazaba violentamente mi garganta y mi corazón”, describía el sargento Basallo.
Tras pasar año y medio de duro cautiverio (en Annual, Ait Kamara y, finalmente, Axdir, la residencia de Abd el-Krim), Francisco Basallo fue liberado, junto con más de trescientos compañeros, en enero de 1923, cuando el Gobierno de España pagó 4 millones de pesetas de rescate, exigido por el dirigente rifeño.
Éste es el relato de uno de los supervivientes del Desastre de Annual, en el que perecieron 8.000 soldados españoles. Pero antes de morir, los prisioneros sufrieron torturas y enfermedades de las que muchos fallecieron al regresar a España.
El Ayuntamiento de su Córdoba natal lo nombró hijo predilecto de la ciudad; la autoridad militar le condecoró con la Medalla de Sufrimientos por la Patria y con la Cruz de Beneficencia de primera clase. También fue nombrado practicante militar honorario. Su figura alcanzó tal popularidad que hasta Max Estrella, el personaje principal de Luces de Bohemio, el drama de Valle-Inclán, lo propone como sustituto de Benito Pérez Galdós en la RAE.
Fuera ya del ejército, trabajó como jefe de celadores del Banco de España y, en Zaragoza tras la Guerra Civil, en una empresa de salas de cine.
El sargento Basallo murió en Zaragoza el 19 de mayo de 1985. En vida recibió los homenajes merecidos, pero, tras su muerte, es nuestro deber reconocer su labor.
La Guerra del Rif empezó a languidecer con el desembarco militar de Alhucemas, llevado a cabo el 8 de septiembre de 1925 por tropas francesas y españolas que propiciaría la definitiva victoria aliada, y el fin de la Guerra del Rif, el 27 de mayo del año 1927 con la pacificación de la zona y la disolución de la República del Rif.
La Guerra del Rif dejó 50.000 muertos españoles y 20.000 heridos.
Pocos años más tarde llegaría la terrible Guerra Civil, una guerra fraticidia entre hermanos.
La historia está para aprender y no cometer los errores del pasado, pero también para hacer justicia con personas como el sargento Francisco Basallo, un héroe nacional.
La recopilación de todos y cada de estos datos no hubiesen sido posibles sin la inestimable ayuda del Policía Local y documentalista, José Marqués López, el cual ha facilitado a El Faro archivos de la época a los cuales es muy difícil acceder. A él, nuestro más sincero agradecimiento.