Como una densa neblina sobre la superficie del mar, nacida de este tórrido verano que provoca el encuentro entre el calor del ambiente y el aún templado sentir de las aguas, al mirar al horizonte se destaca un revoltijo de dudas.
Se generan no pocas preguntas de las que avienen sus respuestas y estas multiplican de nuevo las incertidumbres alumbrando nuevos y procaces interrogantes.
Al escuchar o leer algunas explicaciones, por lo general, se creen y aceptan (a veces se acepta sin creer) por simpatía, obligación debida a siglas o simplemente preferencias políticas.
Se intenta, de tan tenaz cansina, que la gente sea, más que otra cosa, militante ciega; lo que afirmen (casi siempre con rotundidad y sembrando cátedra) líderes, portavoces o medios afines apunta como principal objetivo que contagien al ciudadano de a pie y se fomente la propagación.
Prohibido cuestionar el ideario, mucho menos el argumentario, a riesgo del vacío o el vituperio, o ambos a la vez. Y cuanto más se “prohíbe”, al haberse convertido las afirmaciones en dogmas, menos se cree, se reconozca o no. Es inversamente proporcional.
Es el fomento de la cultura política con una idea prioritaria: quitar a quienes están sin más propuesta alternativa que la sustitución y después ya se verá como conciliar la realidad de las necesidades e inquietudes de la gente con las respuestas a ellas.
Se sabe, ya es antiguo, que hay épocas donde partidos políticos generan escenarios de niebla y alboroto cuando no estan muy claro los fines que persiguen, más allá del poder (claro está) y los recursos a emplear para ello. Este momento que nos ocupa puede ser paradigmático por su carácter eminentemente frentista.
Entre tanto ruido sobre la esposa de un Presidente al que se le quiere doblegar, al Presidente, no a la esposa; la inquietante persistencia de un juez, al que hay quienes le acusan de defectos de procedimiento (o algo más fuerte) y quienes aseguran que solo imparte justicia y se guía por ella. O el debate nada constructivo sobre la inmigración al hilo de los menores migrantes no acompañados, en el que asoman retazos de egoísmo y falta de humanidad; ante episodios como estos de “rabiosa” notoriedad, hay dos versiones diferenciadas que chocan en vuelo. A esta velocidad habrá quien queme sus alas como Icaro de tanto elevar la “altura” de su discurso.
Si algo merecerá la pena recordar de este epílogo de julio será la deslumbrante y memorable ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París y, se espera, el desarrollo de ellos. Una certeza brillante y clara dentro de un mar de dudas.