El terrorismo vive de la muerte y ese objetivo es lo que le alimenta como organización mafiosa, que a lo largo de nuestra historia reciente existieron y siguen existiendo en todas sus vertientes, para la consecución de fines que nada tienen que ver con la justicia. El terrorismo destruye sociedades, o lo intenta, supuestamente apoyando causas que pueden tener legitimidad social y apropiándose de ellas. Busca la desproporción con ahínco, es su sustento, incluso a costa de la vida de quienes dice defender.
La pérdida de inocentes, que a cualquiera ensombrece el espíritu y aciaga el alma, es para toda organización criminal la justificación de su pútrida existencia, su letal razón de ser, procedan de donde procedan las víctimas, el objetivo es el caos, es la liturgia mafiosa. La guerra de Hamás contra Israel no es la de una causa de un pueblo contra un Estado, es la del terror que utiliza el potencial humano de la primera como excusa frente a un país democrático que defiende su derecho. Fuera de esto, todo lo demás por trágico y espeluznante que sea, como lo es, tiene un máximo responsable, cuya misión es matar para el mantenimiento de sus fines, Hamás.
A lo largo de la historia reciente, numerosas organizaciones criminales crearon un oscuro ideario para atraer militancia desde el cebo de propósitos justos y la expectativa de un medio de vida. ETA, Baader Meinhof, Septiembre Negro, Brigadas Rojas, o el IRA, entre otras, fueron, además de macabras, cada cual en su nivel, estructuras de puro funcionamiento mafioso y, por ello piramidal. Con cúpulas que decidían, extorsiones, corrupción, secuestros y desapariciones o la muerte. Mantener su pérfido negocio tuvo momentos álgidos que las mantuvo firmes frente a los Estados, que nunca dejaron de combatirlas y vencerlas. Tenían su propia ley, la del terror.
Ahora Hamás, en su funesto órdago mayor, enfrenta al mundo utilizando el pánico e incluso la invocación a la religión (no creo haya Dios que eso lo ampare); conduce a una causa, la palestina, a un frontón de destrucción y consigue el silencio de tal ignominia de quienes únicamente ven las fatales consecuencias de una posible desproporción de la que la organización terrorista es claramente responsable. Su crueldad, abono de su beneficio, no tiene nada que ver con los intereses de quienes dicen representar. Es el crimen frente a un Estado y es una partida que no se puede ni se debe perder.
La mafia, en sus normas fundacionales, siempre tuvo el objetivo y consecución de introducirse, tentar y pudrir el ámbito de las instituciones públicas (no hay que irse muy lejos), además extorsionar y amedrentar a las privadas y a la sociedad supuestamente repartiendo riqueza, bajo su propia ley, la del terror. Hamás representa a Gaza desde 2006 tras unas elecciones que, como todo territorio sumido en la corrupción y el desencanto, son de dudosa legitimidad.
No parece que un poder supuestamente democrático debiera seguir en manos de quien ha vuelto a demostrar lo que es, una organización terrorista que, además, ha controlado y controla para su propio beneficio y trayectoria, los fondos de ayudas y subvención supuestamente destinados para el bienestar de los gazatíes, hoy sumidos en una profunda y cruel situación.
Toda guerra tiene mucho más de pérdida que de victoria y es, a fin de cuentas, un nuevo fracaso de la condición humana pero, aunque es difícil para la verdad triunfar, aunque no imposible, objetivamente lo único claro es que quién sobra es Hamás, como sobraron siempre otras facciones del mal.